La perpetuación de Putin
El presidente ruso,
Vladimir Putin, abandonó el martes todo asomo de pudor político e institucional y activó sorpresivamente una ruta para perpetuarse en el cargo a partir del 2024: la aprobación de una reforma constitucional que, entre otras cosas, le permitirá volver a postularse por dos períodos consecutivos más. De este modo, se mantendría “constitucionalmente” hasta el 2036, cuando cumplirá 83 años y acumularía 32 en el ejercicio continuo del poder; dos más que Iósif Stalin y 11 menos que el zar Pedro el Grande.
La Constitución rusa solo permite una reelección presidencial consecutiva. Putin obtuvo la victoria por primera vez el 26 de marzo del 2000 para un período de cuatro años, el cual renovó en el 2004. Como ya no podía postularse nuevamente, optó entonces por una jugada turbia, pero acorde con la letra de esa disposición: impulsó la candidatura de su estrecho aliado Dmitry Medvédev, quien ganó la presidencia en el 2008 y lo nombró primer ministro. Esto le abrió el camino para una segunda ronda de elección-reelección, esta vez de seis años cada período, en el 2012 y el 2018.
Era un secreto a voces que, a pesar de tantos años en la cúpula del Kremlin —o quizá por esto—, Putin no tenía ninguna intención de ceder el control gubernamental al cumplir su “último” mandato, en el 2024. De hecho, su carrera política, principalmente a partir de inicios del siglo, ha estado dedicada a neutralizar posibles adversarios y acumular cada vez más poder personal, mediante una combinación de autoritarismo, arbitrariedad, corrupción, manipulación político-partidista, manejo de los principales medios de comunicación, ahogo de la oposición y control de una poderosa maquinaria de seguridad, que actúa con gran menosprecio a las garantías individuales.
A lo anterior ha añadido un vigoroso programa armamentista y una política exterior expansionista, con tres objetivos esenciales: limitar en lo posible la autonomía de los Estados en su entorno inmediato, mayormente las antiguas “repúblicas” soviéticas, como Ucrania (a la que despojó de Crimea); proyectar el poderío ruso a otras zonas de tradicional influencia soviética, como el Cercano Oriente; y utilizar modalidades de “guerra híbrida” o no convencional, mediante manipulación mediática o guerras cibernéticas, para extender su influencia.
La gran pregunta, de cara a estos antecedentes, se resumía a cuál sería el camino que Putin emprendería para no ceder el control autocrático construido con tanta meticulosidad y falta de escrúpulos. En enero, dio a entender que no tenía ambiciones de un cambio constitucional que le permitiera regresar a la presidencia. Más bien, lanzó al aire la posibilidad de ocupar de nuevo el cargo de primer ministro en un sistema parlamentario o presidir un Consejo de Estado recargado en sus funciones, que asumiría, virtualmente, el control del aparato gubernamental y, por supuesto, de la seguridad.
Pero el martes todo cambió y quedó manifiesta su verdadera intención: seguir en la presidencia. Mediante una maniobra claramente orquestada, la excosmonauta Valentina Tereshkova, diputada de su partido Rusia Unida, que domina Duma o cámara de diputados, propuso una reforma constitucional para poner de nuevo en cero el calendario de los períodos presidenciales. Putin la aceptó de inmediato en una presentación ante el Parlamento, que la aprobó por una mayoría al mejor estilo soviético: 382 votos a favor, ninguno en contra y 44 abstenciones. Lo que sigue será una ratificación asegurada, primero, por el Consejo de la Federación o cámara alta; luego, por la Corte Constitucional, dominada por Putin, y, finalmente, en una consulta al electorado, el 22 de abril.
Pero las reformas propuestas no se limitan al período presidencial. También pretenden debilitar los compromisos internacionales del país con los instrumentos de derechos humanos, reducir el poder de los funcionarios regionales y concentrar aún más el poder ejecutivo. El futuro de Rusia se vislumbra, así, mucho más oscuro que antes. Desgraciadamente, no parecen existir a mediano plazo posibilidades de cambio y sí de un poder más autocrático hacia dentro y más amenazante hacia fuera.
A mediano plazo, las perspectivas son de un poder más autocrático
hacia dentro y amenazante hacia fuera