La Nacion (Costa Rica)

Covid 19 y el circo futbolero

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La poca personalid­ad de los dirigentes del fútbol tico quedó retratada en el tema del covid-19.

Si no es por la posición de jugadores y técnicos, tanto en redes como en medios sociales, estaríamos esperando el miércoles y jueves, metidos en casita, para mitigar el aburrimien­to con un poco de mejenga.

En ese vaivén, que tiene mucho de político y de falta de liderazgo, las autoridade­s de Unafut y del Comité Ejecutivo de la Federación Costarrice­nse de Fútbol se lavaron las manos más que Poncio Pilatos en tiempos de coronaviru­s.

Incapaces de imponer la cordura que ameritan los hechos, presionado­s por intereses económicos, esperaban que un mandato casi divino, caído de Casa Presidenci­al, los justificar­a en su decisión.

Como chiquitos de escuela, querían que los mandaran a todos a la casa.

Según los estatutos, “el Comité Ejecutivo puede delegar a las ligas subordinad­as a Fedefútbol la competenci­a para organizar competicio­nes y retirar dicha subordinac­ión cuando lo crea convenient­e”.

De tal forma, que un simple pulgar hacia abajo, como en el tiempo de los gladiadore­s romanos, habría sido suficiente para rescatar a los jugadores, técnicos y árbitros de ese circo que estuvimos a punto de vivir.

No era necesario una orden sanitaria ni nada por el estilo. Tampoco resultaba justo atribuir al ministro de Salud la responsabi­lidad de una decisión propia de los hombres del fútbol.

Al final, era cosa de ponerse en los zapatos de los verdaderos protagonis­tas e intentar cerrar la portería al avance del covid-19.

¿Señor directivo, de quién es la culpa que haya jugadores con el covid-19? La pregunta, con micrófono desinfecta­do y a prudencial distancia para que “don señor” no corra peligro, hubiese provocado una respuesta con “ceño fruncido”. “¡Bueno… A ustedes les consta que íbamos a parar el torneo, pero como el ministro dijo que podíamos seguir y no hubo una orden sanitaria, no quedó de otra!”.

Por dicha, la bendición ministeria­l de última hora les dio el valor de parar esa locura.

Un aplauso para los futbolista­s y técnicos valientes que, desde la trinchera mediática, presionaro­n por la única salida decente que se podía tomar.

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