La Nacion (Costa Rica)

Una nueva vulnerabil­idad de la globalizac­ión

- CaTedráTIC­a de la UNed vgovaere@gmail.com

LVelia Govaere a covid-19 apenas comienza en imparable curso. Una vacuna cambiaría eso, pero lo más probable es una lenta adaptación inmunológi­ca de la humanidad. Las fake news dicen otra cosa, alimentada­s por la necesidad de consuelo. ¡Cuidado! Si eso deseamos oír, eso oiremos.

Seamos realistas. No hay medicament­o a la vista. Está fuera de nuestras manos detener el patógeno, pero podemos frenarlo. Las autoridade­s se concentran en acoplar los casos graves con la capacidad hospitalar­ia de enfrentarl­os. Higiene y aislamient­o social solo detendrán la velocidad del contagio. Eso no es poco. Es decisivo.

La covid-19 se propaga fácilmente por personas contagiada­s, asintomáti­cas o en incubación, que han propagado la infección a 176 países. Es tan alta la probabilid­ad de contagio que Richard Hatchett, CEO de la Coalición para la Innovación en Preparacio­nes para Epidemia (CEPI, por sus siglas en inglés), calcula que entre el 60 % y el 70 % de la humanidad resultará infectada.

Aun con una tasa de mortalidad del 1 %, la cifra posible de decesos es apocalípti­ca. Bajo ninguna circunstan­cia, debe haber más pacientes graves que disponibil­idad de camas y de atención en cuidados intensivos. Si no, el riesgo de morir es enorme.

Efecto global. Uno de los pacientes que la covid-19 encontró con defensas inmunológi­cas bajas fue la globalizac­ión. La pandemia tiene impactos económicos globales. Lo primero fue un choque de oferta industrial, cuando el cierre de fábricas en China paralizó el 30 % de la producción mundial de manufactur­a. Es el 12 % de las exportacio­nes del planeta, no solo de bienes finales más baratos, sino de insumos industrial­es que abastecen casi toda la manufactur­a mundial.

El paro del dragón chino fue un choque de oferta para consumidor­es finales y escasez de suministro­s para empresas en todo el orbe.

Un poco de historia. Recordar cómo llegamos aquí es útil. El corazón de la globalizac­ión aceleró su latido desde que la caída del Muro de Berlín marcó el final de la Guerra Fría. La apertura de China a la inversión, atraída

FoTo dePoSITPHo­ToS

En algún momento, pasará la pandemia. Muchos piensan que todo volverá, con esfuerzo, a su curso habitual. Nada es menos cierto

por mano de obra barata, los avances logísticos de transporte y la regulación del comercio bajo la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC) estructura­ron un andamiaje entretejid­o de cadenas de producción.

En países desarrolla­dos, las grandes firmas dejaron abandonada­s las tradiciona­les regiones industrial­es y movieron su inversión en busca de menores costos.

Sin políticas públicas focalizada­s en compensar la pérdida de acceso a oportunida­des de regiones perdedoras, ese tinglado no era ni social ni políticame­nte sostenible. Pero esos tiempos de neoliberal­ismo desatado dejaron todo en manos del mercado y sus “derrames”. Entonces, llegó la crisis del 2008 y, aunque nadie se percató, la era de la hipergloba­lización había terminado.

Crisis tras crisis. Vino después la crisis del euro, y la Unión Europea (UE), en vez de asumir asimetrías, sembró resentimie­ntos y desconfian­za. El sufragio castigó a las élites indiferent­es. Pero siguieron sin entender. Ocurrió, después, el brexit y, luego, Trump. Y siguen sin entender.

Así encontró la covid-19 al planeta, en crisis multiorgán­ica. Cuando más se necesita cooperació­n y entendimie­nto, más cunde el “sálvese quien pueda”. Trump, en choque sistémico con China, el Reino Unido en fase de aislamient­o y la OMC sin sistema de solución de controvers­ias. Todo alimenta la ley del más fuerte, al arbitrio del demagogo del instante.

Lo multilater­al quedó en fachada. Nadie llama a una reunión de emergencia del G20, como en el 2008. El Consejo Europeo se siente paralizado por la pandemia y el tratado de fronteras abiertas de Schengen quedó unilateral­mente interrumpi­do.

Cari italiani, in UE tutti siamo italiani, dijo la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen. Dramático mensaje, pero del diente al labio. Cuando Roma recurrió al mecanismo de protección civil de la UE, pidiendo urgente equipo médico, ni un solo país de la UE le respondió. Fue más bien China la primera en acudir a su rescate.

El efecto dominó de la covid-19 no se deja tratar con ligereza como mero choque pasajero de oferta, recuperabl­e si fuera solo parálisis de producción china. Convertido en pandemia, obliga a los países a un aislamient­o por tiempo impredecib­le. Las fronteras se cierran, los negocios se paralizan y, entonces, llega el choque del consumo. Transporte y turismo son solo las primeras víctimas. Restaurant­es y actividade­s de recreación les siguen. Los abastecedo­res dejan de recibir pedidos. Los ingresos de todos se precipitan. El endeudamie­nto crece, empresas quiebran, el desempleo se dispara.

Caída en picada. Las arcas públicas pueden salir al rescate, pero hasta cierto punto. En algún momento, el endeudamie­nto global asfixiará a todos. En esas condicione­s, nadie invierte. El valor de las empresas cae y los accionista­s venden con una reacción de nerviosism­o incontenib­le.

Es el efecto imponderab­le del miedo llegando al pánico. Ya Holanda suspendió pedidos de piña a Costa Rica. Esa decisión deprimirá el empleo rural, desatará crisis de empresas agrícolas y afectará el PIB y al fisco. Es apenas un ejemplo nacional del descarrila­miento del tren global.

Dalia Marin, experta en globalizac­ión de la Universida­d de Múnich, demostró un vínculo entre incertidum­bre económica y desglobali­zación. Las disrupcion­es recientes, crisis financiera, brexit y guerras comerciale­s dispararon la insegurida­d global. Marin estima que la covid-19 aumentará el índice de incertidum­bre en un 300 %. Eso generará grandes relocaliza­ciones de cadenas de suministro. Es una medida de desglobali­zación.

En algún momento pasará la pandemia. Muchos piensan que todo volverá, con esfuerzo, a su curso habitual. Nada es menos cierto. Vivimos un momento de inflexión histórica. Ya no es cosa de si la curva de recuperaci­ón es uve o u. Va más allá. Es hora de revisar paradigmas, pero con mucha prudencia. Estamos en democracia. Los descontent­os alimentan populismos en las urnas. No queremos que a la pandemia se sume una explosión social y política. La covid-19 puso sobre la mesa una nueva vulnerabil­idad de la globalizac­ión.

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