Después de la pandemia
La vida nos da sorpresas, canta Rubén Blades. ¡Ay, Dios! El coronavirus es una. Miente quien diga que se la imaginaba así. Es muy angustiante, pero, alto. Son tiempos de ver el vaso medio lleno. De ver la vida en positivo, de visualizar que cuando pase la emergencia sanitaria, es cierto, habremos derramado muchas lágrimas, perdido vidas, empleos y dinero, pero también habremos ganado otra forma de vivir. De toda crisis, nace algo bueno. Esta reforzará la solidaridad mundial, pues resultó clarísimo que los virus no respetan fronteras, razas y nacionalidades. La emergencia fortalecerá la unión familiar, pues, de un día a otro, las guardó a casi todas en la casa. La contingencia traerá oportunidades de mejora, tanto personales y sociales como económicas.
Una de ellas es el teletrabajo: cuánto costó que las empresas y trabajadores optaran por el método. Hoy, hasta los más anticuados, quienes decían “no se puede”, están obligados a laborar de forma remota para sobrevivir y evitar la propagación del virus. De súbito, la covid-19 deja en cama una de las “enfermedades” más costosas que sufren los trabajadores, empresas y gobiernos en este siglo: la presencialidad laboral, que no es otra cosa que creer que el estar en la oficina es trabajar.
Esta crisis convencerá que el trabajo se mide por los resultados, no por calentar una silla. También es cierto que no todos los puestos son teletrabajables y no todos tenemos la capacidad de trabajar a distancia, pero la pandemia se convierte en una oportunidad única para ponernos a prueba y procurarnos el “sí, puedo”. El reto es grande. El teletrabajo, sobre todo cuando llega de golpe como ahora, es estresante. Estamos con los pelos parados, intolerantes y ansiosos. Así, pintan estos primeros días por la falta de costumbre. Vienen los reclamos, las discusiones, las omisiones y los errores. En toda nueva experiencia ocurre porque estamos en el aprendizaje, mas el tiempo afinará procedimientos y mejorará la unión de esfuerzos a distancia resultantes en lo que al final es el trabajo: un resultado.
Cuesta mucho. Es necesaria la comunicación constante: hay unos que son cortos en eso y otros a los que les sobra. Se impone la organización. Unos se apuntan; otros, no tanto. Es cuestión de tiempo. Nos ajustaremos. El coronavirus se contagia y, también, el cambio.