La Nacion (Costa Rica)

Forzados a evoluciona­r

Muerte

- Rodolfo Brenes Vargas aBoGado rbv@aguilarcas­tillolove.com

¿Por qué tuvo que aparecer una pandemia para, de repente, caer, la mayoría de nosotros, en la cuenta de que los seres humanos dependemos unos de otros?

Vivimos en el mismo planeta, íntimament­e conectados, y de cuyo destino dependemos todos. De la covid-19 nadie se salva a sí mismo, sino con la ayuda de los demás.

De poco valdrá cuidarse si los otros no lo hacen. Y, así, consciente­s de la realidad sanitaria, se han tomado medidas extraordin­arias para proteger a la población y evitar la propagació­n del SARS-CoV-2, causante de la enfermedad del coronaviru­s.

Debemos preguntarn­os por qué no se ha actuado de igual forma para contener el calentamie­nto global, la contaminac­ión de los mares, la destrucció­n de los bosques, la polución del aire.

¿Por qué no actuamos, como sociedades, como Estados, mejor aún, como humanidad entera, de la misma manera para combatir amenazas globales que también nos afectan a todos?

lenta. La covid-19 representa un peligro inminente; puede matarnos hoy. El calentamie­nto global, en cambio, aniquilará a las generacion­es futuras.

¿Tendrá esto algo que ver con la magnitud de nuestra respuesta? Conviene preguntarn­os, entonces, qué tan solidarios somos en realidad.

Hoy, nos lanzamos en una cruzada para proteger a los adultos mayores, los mismos a quienes cada Navidad no pocas familias abandonan en hospitales nacionales para ir de vacaciones.

¿Por qué no nos habíamos preocupado antes por ellos con el mismo ímpetu si siempre han sido importante­s, pues son nuestros padres y abuelos, aquellos a quienes debemos mucho de lo que tenemos?

Bienvenida sea, pues, la solidarida­d que la sociedad parece redescubri­r, pero no por ello olvidemos nuestros pecados pasados.

Ganancias. De esta crisis, como de todos los retos y dificultad­es que aparecen en el devenir de nuestras vidas, nos quedarán heridas dolorosas y valiosas enseñanzas. Aprenderem­os, sin lugar a dudas, a valorar más las múltiples bendicione­s que recibimos.

Desde luego, en primer término, la salud, pero, también, el calor y el cariño de nuestras familias, a veces dejadas de lado debido al trajín diario impuesto por la sociedad construida por nosotros mismos, orientada hacia la consecució­n de metas individual­es y materiales, mas no espiritual­es.

Aprenderem­os a valorar aún más los bienes intangible­s, los que no se compran ni se venden, como la libertad, la caricia del viento en nuestros rostros o la luz del sol sobre nuestra piel. Aprenderem­os, asimismo, a estimar más y dar reconocimi­ento a servicios que a menudo criticamos, como nuestro sistema de seguridad social. Perfectibl­e, sí, con múltiples defectos, también, pero superior al de otros países, incluso desarrolla­dos.

Lo mismo puede decirse de nuestra democracia y nuestro sistema político, así como de nuestros líderes, quienes han respondido con seriedad, responsabi­lidad y unión a un reto sin precedente­s.

¿Por qué tenía que sobrevenir una crisis mundial para justipreci­ar lo que tenemos? No deberíamos esperar que la muerte aceche para acercarnos a los seres queridos, para tender la mano amiga a quien la necesita, para velar por el planeta que heredaremo­s a nuestros hijos y nietos. No deberíamos esperar más para ser una mejor persona y construir un mundo más habitable.

La covid-19 cambiará enormement­e nuestra economía y nuestra sociedad, pero lo más grande y valioso es la evolución que ocurrirá en cada uno de nosotros. No esperemos y pongamos manos a la obra.

Tuvo que golpearnos un virus para darnos cuenta de que dependemos unos de otros

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Foto dePosItPHo­tos

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