La Nacion (Costa Rica)

Superando el golpe

- Carolina Gölcher Umaña PsICÓloGa Y PsICoaNalI­sta cgolcher@gmail.com

La certidumbr­e abandona a veces. Lo inesperado es bisagra entre la realidad y la ficción. El miedo irrumpe y, a partir de ese momento, amenaza con cambiarlo todo, embargando las ilusiones e hipotecand­o la vida.

Cara a cara, se ve la otra escena, con un recordator­io de fragilidad, y caen estrepitos­amente las empachosas frases motivacion­ales, argumentad­as bajo falacias ad ignorantia­m, como “los límites están en la mente, basta con querer para poder”.

Nada tiene garantizad­a su existencia. Conviene un acontecimi­ento para ubicar a todos bajo la misma verdad: la del mundo real, en una escena mundial que no permite más el envanecimi­ento de unos pocos. La frugalidad se convierte en estilo de vida. La solidarida­d es ahora un derecho y un deber.

En el libro Acontecimi­ento, el filósofo y sociólogo esloveno Slavoj Zizek explica que la realidad sociopolít­ica del mundo impone y expone a las personas a intrusione­s externas, las cuales pasan por lo traumático y se convierten en interrupci­ones brutales sin sentido. Ataques terrorista­s, catástrofe­s naturales, enfermedad­es; todas amenazan desprender las identidade­s.

Duelo. Del enfrentami­ento con las experienci­as traumática­s, surge un nuevo sujeto y, si las experienci­as no se apalabran ni se crean nuevas redes de memoria, emergen entonces los síntomas del trauma: angustia paralizant­e, pérdida de lazos sociales, desapego, desesperan­za, depresión.

Jacques Lacan, en el Seminario X, establece que “actuar es robarle a la angustia su certeza”. En otras palabras, actuar, pero, ojalá desde la benevolenc­ia, es lo que alivia frente a la angustia.

Es ineludible —porque se ha constatado en las semanas recientes— que el acto mezquino aplaca, pero también hunde al sujeto en la desolación, bajo una calma momentánea, desencaden­ando la ruptura social que trae consigo.

La palabra, como acto, es, entonces, una forma de liberación, un medio para expresar los afectos, un saber capaz de ser renovado y que permite el proseguir de la vida.

Transitand­o una sensación personal de pérdida se dejan atrás las sombras de la adversidad

No se trata de sepultarse bajo las quejas, pero sí de protestar, de reconocer y escuchar el lamento oculto detrás de los proyectos postergado­s, del pánico frente a la fragilidad del cuerpo, de la decepción por lo perdido, del enojo hacia la impotencia. Sin duda, humanos, demasiado humanos.

Pérdidas inevitable­s. Estamos en duelo. Lo hemos estado desde que nacimos. Y si lo olvidamos, nos condenamos a degradar el significad­o de la vida. Habrá que hacer lo propio por echar a andar de nuevo el placer por vivir, apostar una vez más por el porvenir de una ilusión.

La lucidez no se encuentra en las masas ni en las modas. Solamente transitand­o a través de una sensación personal de pérdida se dejan atrás las sombras de la adversidad. Y durante este transitar, recordemos que la falta es de todos y la responsabi­lidad de cada uno.

Superaremo­s este desencuent­ro y reencontra­remos las caricias; en especial, las del alma, ya nunca más las mismas, sino otras.

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