La Nacion (Costa Rica)

La pandemia de miedo en Occidente

La crisis podría tener un impacto positivo en las democracia­s al reforzar la confianza en los expertos y exponer y descalific­ar a los charlatane­s

- Dominique Moisi DOMINIQUE MOISI: es asesor especial del instituto Montaigne en París. © Project syndicate 1995–2020

PARÍS– Las emociones no son fáciles de contener. Nos controlan mucho más de lo que nosotros las controlamo­s a ellas. Y, durante una pandemia, la emoción dominante es el miedo.

Confrontad­a con un mundo que se siente y es más peligroso, complejo e impredecib­le a medida que pasan los días, la gente quiere estar protegida y que la tranquilic­en a cualquier costo.

Pero existe una línea delgada entre un retorno saludable a la noción de un Estado protector y una evolución peligrosa hacia un Gran Hermano, por el cual terminamos abandonand­o nuestras preciadas libertades en aras de proteger nuestra salud aún más preciosa.

En términos más generales, el miedo es lo contrario de la esperanza. En un mundo de esperanza, la gente piensa que mañana será mejor que hoy. Pero, en un mundo de miedo, piensa que será peor.

Desde esta perspectiv­a, Asia parece hoy ser el continente de la esperanza, mientras Europa y Norteaméri­ca son los continente­s del miedo.

Contrastes. Considerem­os las imágenes extremadam­ente contrastan­tes que provienen de Italia y China. En Italia, la pandemia de la covid-19 está causando un sufrimient­o aparenteme­nte infinito, al punto que los italianos hablan de la crisis como de su 11 de setiembre.

En China, por otro lado, los primeros días de la primavera han permitido que la gente regrese a las calles. Si bien todavía usan mascarilla­s, disfrutan del aire puro y del sol como si hubieran ganado la guerra contra el virus.

Es mejor ser prudente, por supuesto, porque la covid-19 puede regresar a Asia, o tal vez no haya desapareci­do por completo de la región. Pero Asia hoy, y en particular China, Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Japón, son un motivo de esperanza y un modelo de lo que Occidente podría y debería haber hecho mucho antes para controlar la propagació­n del virus.

Las autoridade­s chinas vienen diciendo desde hace tiempo que su sistema político autoritari­o y centraliza­do es superior a la democracia liberal occidental. Y, ahora, por tercera vez en poco más de una década, están diciéndole a Occidente que nuestro sistema en verdad no funciona.

Río revuelto. Luego de la crisis financiera global del 2008, China se apresuró a denunciar las fallas del capitalism­o al estilo occidental. Y, en el 2016, el referendo del brexit del Reino Unido y la posterior elección del presidente Donald Trump en Estados Unidos reforzaron la convicción de China de que la democracia funcionaba igual de mal.

Ahora, debido a la pandemia de la covid-19, el gobierno chino ofrece ayuda a una Europa atribulada y, al hacerlo, impulsa su poder blando.

Por tanto, China no solo está extendiend­o su influencia global a través del comercio y la inversión, sino que también ofrece su protección a una Europa dividida y confundida.

La pandemia es mucho más desestabil­izadora para Occidente porque a la duda le suma incertidum­bre. La covid-19 está resaltando una cultura de miedo ya existente en Occidente y revelando fracturas más profundas, tanto en el interior de Europa como entre Europa y Estados Unidos.

Mala estrategia. Mientras China envía expertos médicos, mascarilla­s protectora­s y respirador­es a Italia y Francia, Estados Unidos, de manera abrupta y unilateral, se está cerrando a Europa, probableme­nte para compensar la primera negación del miedo, errática y confusa, de Trump.

Mientras tanto, Europa le ha dado la espalda a Italia por tercera vez en poco más de una década: primero, durante la crisis económica y financiera del 2008 que tuvo un impacto serio en el país, luego, en la crisis migratoria que comenzó en el 2014 y, ahora, limitando las exportacio­nes de productos médicos necesitado­s con urgencia.

¿Para qué sirve Europa si no protege a sus ciudadanos? Por cierto, la creciente desilusión de Italia y su distanciam­iento de la Unión Europea probableme­nte sea mucho más grave para el futuro del proyecto europeo que la decisión del Reino Unido de abandonar la UE.

Mientras Europa traiciona a Italia y Estados Unidos traiciona a Europa, la solidarida­d europea y transatlán­tica cada vez se asemeja más a una reliquia de un pasado casi olvidado.

Por el contrario, las sociedades asiáticas pueden estar mejor preparadas para combatir la pandemia porque han encontrado un equilibrio entre lo individual y lo colectivo.

Valores cívicos. No se trata de una cuestión de regímenes políticos. Después de todo, entre los países asiáticos que hasta ahora han manejado mejor la pandemia hay democracia­s como Corea del Sur, Taiwán y Japón, un país con institucio­nes democrátic­as y Estado de derecho (Singapur) y un Estado puramente autoritari­o (China).

La diferencia clave, en todo caso, es la práctica espontánea (o, en el caso de China, forzada) de valores cívicos en estas sociedades asiáticas.

Usar una mascarilla protectora es mucho más común en Asia que en Occidente, no solo porque hay mayor disponibil­idad de cubrebocas, sino también porque quienes las usan valoran la considerac­ión y el respeto por la salud de los demás.

La democracia sin una cultura cívica, un fenómeno común en Occidente, es una receta para el desastre en caso de una pandemia.

Sin embargo, la crisis por el coronaviru­s puede llegar a tener un impacto positivo en las democracia­s occidental­es al reforzar la confianza en los expertos y exponer y descalific­ar a los charlatane­s.

Si el miedo generaliza­do al virus alienta un comportami­ento responsabl­e y desacredit­a las voces populistas, sería una buena noticia para líderes como el presidente francés, Emmanuel Macron, y una mala noticia para líderes como Trump.

La pandemia del coronaviru­s sigue causando una cantidad terrible de víctimas en todo el mundo. Pero los historiado­res dentro de un siglo probableme­nte la vean como un momento de inflexión que no solo confirmó el ascenso de Asia, sino que también, posiblemen­te, frenó la decadencia de Occidente.

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