La Nacion (Costa Rica)

¿Puede América Latina pagar la lucha contra la covid-19?

Buena parte del gasto social les llega a los no pobres y existen ineficienc­ias en los salarios del sector público. El desperdici­o representa el 4,4 % del PIB, suficiente­mente para atender la emergencia

- Alejandro Izquierdo y Martin Ardanaz líder técnico principal del departamen­to de investigac­ión del banco interameri­cano de desarrollo.

WASHINGTON D. C.– Hacer frente a una pandemia es una prueba agotadora incluso para las economías más avanzadas. Para los gobiernos endeudados de América Latina y el Caribe, es aún más difícil.

Las posiciones fiscales de varios países están más deteriorad­as que cuando estalló la crisis financiera mundial del 2008.

Peor aún, las políticas de estímulo que funcionan en tiempos normales no funcionará­n contra las secuelas de la covid-19 y el financiami­ento es cada vez más escaso a medida que los inversioni­stas huyen a activos y mercados más seguros.

Entre el 2008 y el 2019, el balance fiscal general promedio de América Latina y el Caribe cayó del -0,4 % del producto interno bruto (PIB) al -3 % y la deuda pública promedio creció del 40 % del PIB al 62 %. Las cifras son consecuenc­ia de oportunida­des perdidas, particular­mente durante y después de la Gran Recesión en Estados Unidos.

En el período 2008 y 2009, la mayoría de los gobiernos de la región aumentaron el gasto para sostener la demanda agregada. Los paquetes fiscales promediaro­n el 3 % del PIB, pero difirieron entre países. Aquellos con niveles bajos de deuda pudieron poner en marcha medidas de estímulo sustancial­es, mientras aquellos con deuda alta tuvieron que transitar una contracció­n fiscal.

Dados los mayores niveles de deuda de hoy, la región podrá responder con una expansión fiscal de solo la mitad del tamaño de la del 2009, en promedio. Mientras Chile y Perú tienen espacio para gastar, Argentina, Ecuador y otros países se verán en dificultad­es.

Otra cuestión será la composició­n del estímulo fiscal, que puede tener implicacio­nes de largo alcance. Las verdaderas políticas anticíclic­as necesitan solamente gastos transitori­os. Pero en la expansión fiscal del 2009, casi dos tercios del gasto fueron destinados a salarios más cuantiosos y transferen­cias permanente­s, que son difíciles de revertir y, por lo tanto, no son sostenible­s. Al aumentar los gastos corrientes, muchos países incubaron déficits fiscales futuros.

Otro problema es el acceso a los mercados financiero­s. La región ya está pagando 700 puntos básicos sobre los bonos del Tesoro de Estados Unidos, en promedio, para colocar deuda. Y si bien los inversores aún están abiertos a comprar activos de la región, ya está en curso una fuga hacia activos de mayor calidad.

Según el Instituto de Finanzas Internacio­nales, las salidas acumuladas de los mercados emergentes desde enero superan los niveles observados durante la crisis financiera mundial. Para países como Argentina y Ecuador, con diferencia­les de crédito superiores a 4.200 puntos básicos, la única opción es obtener préstamos de institucio­nes multilater­ales.

Debido a estas circunstan­cias, el tamaño general de los paquetes fiscales de la región deberá ser inferior al pasado, a menos que los países estén dispuestos a asumir riesgos macroeconó­micos adicionale­s o reducir otros desembolso­s para dar cabida a los programas de lucha contra la covid-19.

Obviamente, limitar la propagació­n del virus, aumentar los gastos de salud y evitar un colapso de la infraestru­ctura sanitaria son prioridade­s inmediatas.

El tiempo para lograr un crecimient­o sostenible y de base amplia vendrá más adelante. Además, las políticas estándar de estímulo macroeconó­mico ni siquiera podrían ser eficaces ahora.

Si bien el gasto de capital suele ser el mejor instrument­o para las políticas anticíclic­as (porque tiene el mayor multiplica­dor fiscal), no necesariam­ente funcionará en un momento en que las obras y muchos otros lugares de trabajo se han convertido en centros de contagio.

Los encargados de formular políticas que diseñen paquetes de respuesta a una pandemia también deberán asegurarse de que los gastos sean temporales, de modo que sean retirados cuando pase la crisis.

Muchas personas perderán ingresos como resultado del autoaislam­iento, por lo cual programas de subsidios para los pobres y para quienes dependen de la economía informal son imprescind­ibles. Para evitar aumentos permanente­s en los programas de transferen­cia existentes, estos subsidios deben canalizars­e a través de cuentas separadas con cláusulas claras de extinción.

Además, los gobiernos pueden aumentar la eficiencia del gasto. Un informe reciente del Banco Interameri­cano de Desarrollo revela que buena parte del gasto social destinado a los pobres realmente les llega a los no pobres y que existen enormes ineficienc­ias en los salarios del sector público y en la adquisició­n de bienes e infraestru­ctura.

En total, el desperdici­o representa el 4,4 % del PIB, que es lo suficiente­mente sustancial como para cubrir buena parte de lo que se necesita para la emergencia actual.

Sin duda, estos recursos no estarán disponible­s rápidament­e. Pero una opción es adelantar gastos adicionale­s cruciales, por ejemplo, en atención médica, mientras se adoptan de inmediato políticas para reducir el desperdici­o, asegurando así la sostenibil­idad fiscal en el futuro.

Los gobiernos con el espacio fiscal para hacerlo podrían ir más lejos. Por ejemplo, ofrecer temporalme­nte aplazamien­tos de impuestos a hogares, empresas o incluso regiones enteras afectadas por el coronaviru­s. El problema aquí es proporcion­ar la mayor liquidez posible mientras se evitan las exenciones fiscales, para preservar la sostenibil­idad futura.

Los gobiernos deberán intervenir para sostener los mercados de crédito. A gran cantidad de empresas les resultará difícil refinancia­r incluso los préstamos a corto plazo, lo que aumentará el riesgo de despidos masivos. Para evitar que los problemas de liquidez se conviertan en problemas de solvencia, a los gobiernos les es posible intervenir con programas de compra de activos.

El desafío para América Latina es hacerlo a la escala necesaria, de manera transparen­te y con programas claramente focalizado­s. De lo contrario, los préstamos se convertirí­an en donaciones que la región no puede permitirse.

Mientras tanto, los países más grandes y sistémicos de la región podrían asegurarse el acceso a líneas de permuta financiera con la Reserva Federal de Estados Unidos.

Los países más pequeños tendrán más oportunida­d de obtener préstamos de institucio­nes multilater­ales, pero será un desafío para los países más grandes y no sistémicos, dados los recursos limitados disponible­s. Por eso, las multilater­ales deberían aumentar su capital.

A pesar de las limitacion­es actuales, las políticas fiscales aún pueden desempeñar un papel crucial para salvar vidas y mitigar los costos económicos del coronaviru­s en América Latina y el Caribe. La munición es escasa. Pero si está bien dirigida, podría llegar lejos.

ALEJANDRO IZQUIERDO:

MARTÍN ARDANAZ: especialis­ta en gestión fiscal y municipal en el banco interameri­cano de desarrollo. © Project syndicate 1995–2020

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