Deporte en casa
Hay un deporte que podemos practicar en casa, en familia, intra muros, en la seguridad de nuestra burbuja doméstica: el ajedrez. Además de deporte es un arte y una ciencia.
El campeón mundial en los años 1963-1969, Tigran Petrosian, decía que el ajedrez era un deporte en tanto que actividad competitiva, una ciencia por su teoría, sus variantes, la inteligencia espacial que demandaba de sus jugadores, y un arte, porque exigía imaginación, creatividad, inspiración, y un particular sentido de la belleza coreográfica de las posiciones y los movimientos de las 32 piezas sobre los 64 escaques del tablero.
Son muchas las afinidades que vinculan el ajedrez con el fútbol. En ambos es crucial dominar el centro del terreno, ¿por qué?
Porque es ahí donde las piezas se potencializan mejor, tienen más espacio de maniobra. Las torres son los laterales, cubren los flancos, suben y bajan cual pistones.
La reina es el número 10: el jugador de creación, el más dotado, el que tiene más opciones de maniobra.
El rey es el portero (aunque
Karpov, de manera temeraria, solía sacarlo al ataque, como Higuita, que solía subir hasta el medio campo).
Los alfiles juegan en diagonales: son los atacantes que se enfilan hacia el marco rival de manera oblicua y sesgada.
Los peones son volantes de contención: sostienen la estructura de las posiciones defensivas.
Finalmente el caballo, que juega siguiendo la forma de la letra “L”: dos casillas horizontalmente y una verticalmente. Es la única pieza que puede
“driblar”, eludir a uno o varios rivales pasándoles por encima, porque es la única cuyo juego no es rectilíneo.
Amigos, cultiven este maravilloso juego-ciencia-arte, y háganlo en sus casas.
Organicen pequeños torneos domésticos: que midan sus fuerzas los niños con los viejos y los adultos.
No se priven de su belleza, de su vertiginosa infinidad de posiciones, de su deliciosa hipnosis, del valiosísimo nutriente que aportará a sus intelectos.