Clase en línea
En estas cinco semanas de confinamiento, un aspecto de la vida cotidiana en el que muchos padres y madres hemos tenido que inmiscuirnos con mayor empeño es en el proceso educativo de nuestros hijos. No me refiero a la crianza –lo cual ya hacíamos–, sino a la instrucción académica.
La llegada del nuevo coronavirus nos obligó a ponernos el traje del “maestro en casa” de forma urgente y lanzarnos, junto con ellos y sus profesores, en las aguas de la educación virtual. No sé a ustedes, pero en mi caso, una de las primeras enseñanzas fue descubrir la visión errada de lo que significa la educación en línea. ¿Habrá concepto más sobresimplificado?
Con poco camino andado en este éxodo hacia las lecciones virtuales, tenemos que aceptar que para imprimirle calidad y continuidad al curso lectivo se necesita más que una computadora con Internet y Zoom. El desafío va más allá y no es menudo pues junto con el autoaprendizaje, la formación a distancia, mediada por la tecnología, es una ventaja competitiva en la economía del conocimiento y del covid-19.
Todavía me hace falta alinear algunas variables para atreverme a decir que la educación virtual de mis hijos está siendo tan provechosa como las lecciones presenciales. Comienzo por decir que nuestras viviendas no están adaptadas (o al menos no fueron pensadas), para servir como centros de estudio. No me refiero a cumplir con una tarea o trabajo en casa normal, sino a un espacio donde se pueda alcanzar la concentración y disposición que demandan cuatro o cinco sesiones de clases en línea.
Carecemos, en muchos casos, de la velocidad de Internet, los equipos y espacios óptimos para que un pequeño de primaria reciba lecciones (ni se diga si son dos o tres niños al unísono). Tampoco hay que olvidar que este curso lectivo virtual se cruza en tiempo y espacio con el teletrabajo de los adultos.
Las lecciones en línea pueden volverse caóticas. A veces, porque la tecnología o el proveedor de Internet no contribuyen, pero también imaginen a 20 o 25 niños haciendo preguntas y tratando de participar y llamar la atención del maestro de matemáticas .
Por si fuera poco, las divisiones entre los momentos de juego y los de ir a clases, dentro de las cuatro paredes de la casa, se vuelven ambiguos, y establecer las rutinas y hábitos necesarios para cumplir con la jornada académica es más fácil de decir que de lograr.
No todo es negativo. Nunca antes pudimos seguir tan de cerca y ser tan corresponsables del aprendizaje de nuestros chiquillos. Estamos todos recibiendo una gran lección presencial. La experiencia acumulada por quienes hoy tenemos hijos en cuarentena a raíz del coronavirus, y estamos abrumados por las clases virtuales, nos aporta nuevas evidencias para acercarnos a los docentes y repensar la educación, tanto la que se obtiene del Estado, como la que se contrata en el sector privado.