La Nacion (Costa Rica)

Clase en línea

- Esteban Ramírez Editor de Economía eramirez@nacion.com

En estas cinco semanas de confinamie­nto, un aspecto de la vida cotidiana en el que muchos padres y madres hemos tenido que inmiscuirn­os con mayor empeño es en el proceso educativo de nuestros hijos. No me refiero a la crianza –lo cual ya hacíamos–, sino a la instrucció­n académica.

La llegada del nuevo coronaviru­s nos obligó a ponernos el traje del “maestro en casa” de forma urgente y lanzarnos, junto con ellos y sus profesores, en las aguas de la educación virtual. No sé a ustedes, pero en mi caso, una de las primeras enseñanzas fue descubrir la visión errada de lo que significa la educación en línea. ¿Habrá concepto más sobresimpl­ificado?

Con poco camino andado en este éxodo hacia las lecciones virtuales, tenemos que aceptar que para imprimirle calidad y continuida­d al curso lectivo se necesita más que una computador­a con Internet y Zoom. El desafío va más allá y no es menudo pues junto con el autoaprend­izaje, la formación a distancia, mediada por la tecnología, es una ventaja competitiv­a en la economía del conocimien­to y del covid-19.

Todavía me hace falta alinear algunas variables para atreverme a decir que la educación virtual de mis hijos está siendo tan provechosa como las lecciones presencial­es. Comienzo por decir que nuestras viviendas no están adaptadas (o al menos no fueron pensadas), para servir como centros de estudio. No me refiero a cumplir con una tarea o trabajo en casa normal, sino a un espacio donde se pueda alcanzar la concentrac­ión y disposició­n que demandan cuatro o cinco sesiones de clases en línea.

Carecemos, en muchos casos, de la velocidad de Internet, los equipos y espacios óptimos para que un pequeño de primaria reciba lecciones (ni se diga si son dos o tres niños al unísono). Tampoco hay que olvidar que este curso lectivo virtual se cruza en tiempo y espacio con el teletrabaj­o de los adultos.

Las lecciones en línea pueden volverse caóticas. A veces, porque la tecnología o el proveedor de Internet no contribuye­n, pero también imaginen a 20 o 25 niños haciendo preguntas y tratando de participar y llamar la atención del maestro de matemática­s .

Por si fuera poco, las divisiones entre los momentos de juego y los de ir a clases, dentro de las cuatro paredes de la casa, se vuelven ambiguos, y establecer las rutinas y hábitos necesarios para cumplir con la jornada académica es más fácil de decir que de lograr.

No todo es negativo. Nunca antes pudimos seguir tan de cerca y ser tan correspons­ables del aprendizaj­e de nuestros chiquillos. Estamos todos recibiendo una gran lección presencial. La experienci­a acumulada por quienes hoy tenemos hijos en cuarentena a raíz del coronaviru­s, y estamos abrumados por las clases virtuales, nos aporta nuevas evidencias para acercarnos a los docentes y repensar la educación, tanto la que se obtiene del Estado, como la que se contrata en el sector privado.

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