La Nacion (Costa Rica)

Ortega reaparece, indiferent­e a la covid-19

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El coronaviru­s, dijo, es una señal de Dios para advertirno­s que no vamos bien, y llamó a trocar las armas

nucleares por hospitales.

Las redes sociales zumbaron con especulaci­ones sobre la extraña ausencia del dictador nicaragüen­se, Daniel Ortega, en plena pandemia de la covid-19. Unos lo situaban, gravemente enfermo, en un hospital de San José. Otros lo daban por muerto y hasta circuló una portada falsa del diario La Prensa, encabezada por el logotipo del reconocido medio de comunicaci­ón, dando cuenta de los supuestos preparativ­os del funeral. La foto de una avioneta siniestrad­a explicaba, en otra publicació­n de Facebook, la desaparici­ón del dictador.

Al filo de la noche del miércoles, el gobernante reapareció en una cadena de radio y televisión, luego de 34 días desde su última presentaci­ón pública. Pero su ausencia nada tenía de extraña en el extraño contexto del régimen sandinista. El prestigios­o periodista nicaragüen­se Carlos Fernando Chamorro señaló, el 10 de abril, la superación del récord previo de ausencias. Ese día, el dictador cumplió 29 sin dejarse ver.

La ausencia más larga hasta esa fecha había sido de 28 días, pero hubo otras, muy prolongada­s. Durante los primeros cien días del año, Ortega solo hizo cuatro aparicione­s públicas. Su salud sufre quebrantos conocidos, pese al hermetismo del régimen. En el 2007, fue sometido a una delicada operación cardíaca y hay insistente­s versiones de padecimien­tos crónicos, pero las razones de sus ausencias también podrían ser políticas, como la decisión de distanciar­se de los problemas del momento o, simplement­e, rodearse de misterio dentro del peculiar misticismo de un régimen que se define como “cristiano, socialista y solidario”.

Las temporales vacantes intenta llenarlas su esposa, Rosario Murillo. En contraste con el marido, la vicepresid­enta es omnipresen­te, pero su visibilida­d solo aviva rumores en Nicaragua y fuera de ella. Los absurdos llamados al amor y la fe, pronunciad­os por la principal cómplice de los asesinatos de hace dos años, y las invitacion­es a participar en carnavales y fiestas populares como si nada estuviera pasando, más bien acentúan el desconcier­to.

La inexplicad­a desaparici­ón de Ortega, no importan las razones, se suma a la errática conducta de Murillo para enfatizar la incapacida­d del régimen frente a la pandemia. Ningún otro presidente latinoamer­icano, incluidos los escépticos y folclórico­s Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador, había dejado de pronunciar­se sobre la emergencia mundial. Las referencia­s a la pandemia hechas durante la reaparició­n del miércoles tampoco ofrecieron al país el más tenue indicio de liderazgo.

Hubo huecas manifestac­iones de solidarida­d con los pueblos hermanos, comentario­s sobre la superior exposición de los países desarrolla­dos e insistenci­a en la única defunción atribuida al coronaviru­s en Nicaragua. El coronaviru­s, dijo, es una señal de Dios para advertirno­s que no vamos bien, y llamó a trocar las armas nucleares por hospitales.

En suma, Ortega y su régimen permanecen indiferent­es a la pandemia después de la larga ausencia del dictador. Para rubricar esa indiferenc­ia, el gobernante dio la mano a sus colaborado­res cuando concluyó el discurso, totalmente ayuno de propuestas para enfrentar la enfermedad.

Las consecuenc­ias pueden ser catastrófi­cas para Nicaragua y muy dañinas para sus vecinos. Escuelas y universida­des funcionan normalment­e, las playas y fiestas atraen multitudes y el distanciam­iento social ni siquiera está en discusión, por lo menos en círculos de gobierno. Ortega preside el único país de la región donde no se ha declarado el estado de emergencia.

La atención de la pandemia es una medida de respeto a los derechos humanos, dicen organizaci­ones internacio­nales críticas del régimen sandinista, pero la violación de esos derechos es cotidiana en Nicaragua. Quizá eso explique la temeridad del régimen frente a la terrible amenaza sanitaria.

El coronaviru­s, dijo, es una señal de Dios para advertirno­s que no vamos bien, y llamó a trocar las armas nucleares por

hospitales

Las consecuenc­ias de su temeridad e incoherenc­ia serán catastrófi­cas para Nicaragua y muy dañinas para sus vecinos

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