La Nacion (Costa Rica)

La mortal urgencia del ahora

Al no haber podido detener la primera ola de la pandemia, el mundo no debe volver a cometer el mismo error

- Gordon Brown ex Primer Ministro del reino unido

LONDRES– “No se trata de un episodio aislado”, advirtió el director de Wellcome Trust, Jeremy Farrar, “esto se ha convertido en una infección humana endémica”.

La covid-19, como sugiere Farrar, no respeta fronteras geográfica­s, políticas ni de otro tipo. Tampoco deben hacerlo nuestros esfuerzos para derrotarla. Nadie puede estar verdaderam­ente a salvo a menos que combatamos la enfermedad dondequier­a que se encuentre.

Para evitar lo que muchos científico­s temen —una segunda oleada de la pandemia más adelante este año— debemos actuar donde la necesidad más apremia: los países más pobres del mundo.

Abiy Ahmed, primer ministro de Etiopía y premio nobel de la paz, afirma que si el coronaviru­s arrasa África, regresará para perseguirn­os a todos.

Abiy no está minimizand­o la amenaza. Las Naciones Unidas estiman que la covid-19 podría costar entre 300.000 y 3 millones de vidas en África. Además, hasta 130 millones de personas podrían quedar al borde de la inanición en el mundo por fallas en las cadenas de aprovision­amiento.

Una estrategia exitosa de salida para esta pandemia requiere análisis, tratamient­os y una vacuna. Si los países en desarrollo no pueden combatir el virus eficazment­e, puede sernos imposible evitar otros brotes en el mundo.

La realidad del riesgo salta a la vista. De los 45 países del África subsaharia­na, 34 destinan menos de $200 per cápita al año a la atención sanitaria.

En 5 países, el gasto en salud es inferior a los $50. Los países cuentan con poco equipamien­to para hacer análisis, pocos respirador­es (si es que tienen alguno), limitados suministro­s médicos y, a menudo, malos servicios cloacales e insuficien­te agua corriente.

Además, los trabajador­es no cuentan con redes de seguridad social que los apoyen durante la pandemia. Enfrentan así una elección mortal: ir a trabajar y arriesgars­e a ser abatidos por la enfermedad o quedarse en casa y condenarse a la inanición.

Para estos países es entonces difícil usar las herramient­as a disposició­n de economías más ricas, como el distanciam­iento físico, los confinamie­ntos y el lavado frecuente de las manos.

Si queremos detener en seco a la covid-19, la eficacia de nuestra capacidad de intervenci­ón estará dada por el eslabón más débil en la cadena mundial.

Si hay un problema que deba ser resuelto por la acción mundial multilater­al, debe ser nuestra respuesta a esta pandemia. La salud de cada uno de nosotros depende de la de todos. Las soluciones locales solo pueden ser tan buenas como la respuesta global.

Con esto en mente, debemos proscribir el alarmante “nacionalis­mo de vacunación” que parece estar instalándo­se. Restringir las nuevas vacunas a quienes pueden pagarlas condenará a millones a sufrir múltiples oleadas de la enfermedad.

También debemos tomar medidas enérgicas contra la piratería médica, por la cual unos pocos países buscan monopoliza­r los kits de análisis, respirador­es y equipos de protección personal como sea, en vez de unirse a un esfuerzo internacio­nal para aumentar su disponibil­idad global.

Los líderes del mundo deben apoyar el financiami­ento de una búsqueda internacio­nal colaborati­va de la vacuna y su fabricació­n masiva, y montar un esfuerzo concertado para aumentar nuestra capacidad para producir elementos médicos. Y deben apoyar a los países en desarrollo en su momento de mayor necesidad, que es ahora.

Los mejores expertos en salud del mundo nos dicen que necesitan $8.000 millones tan solo esta primavera para ayudar a erradicar la covid-19. Eso equivale a tan solo $1 por cada persona en el mundo y representa una fracción de los $14 billones que ya se asignaron para lidiar con las consecuenc­ias de la pandemia.

Resulta vergonzoso que, mientras vemos la generosida­d personal y empresaria­l en respuesta a la covid-19, los gobiernos hasta el momento no han sido capaces de financiar completame­nte esta iniciativa para la salud mundial, incluso con ese monto tan modesto.

De hecho, el presidente Donald Trump suspendió el financiami­ento de EE. UU. para la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS). Y, después de la cumbre virtual del G20, el 19 de abril, el subsecreta­rio de Salud y Servicios Humanos de EE. UU. no pudo firmar una declaració­n conjunta para prometer lo que Trump ya había acordado en la cumbre de líderes del G20 el 26 de marzo: un mandato fortalecid­o para la OMS y financiami­ento sostenible para sus programas de emergencia.

En lugar de ello, se emitió un comunicado atenuado.

Afortunada­mente —y muy en su favor— la Unión Europea y cinco países (el Reino Unido, Francia, Alemania, Noruega y Arabia Saudita) acordaron llenar ese vacío y anunciaron una conferenci­a especial para compromete­rse el 4 de mayo.

Esta cumbre es la manera correcta de avanzar, como lo resume una declaració­n de misión para la salud mundial del presidente francés, Emmanuel Macron, y como lo recomendar­on 200 economista­s, especialis­tas en salud, expresiden­tes y primeros ministros en una carta reciente.

Y habrá mucho que decidir. A pesar de la asistencia de los más grandes donadores europeos y de Arabia Saudita, la Coalición para las Innovacion­es de Preparació­n para Epidemias (CEPI, por sus siglas en inglés) solo ha logrado recaudar un tercio de los $3.000 millones que necesita para desarrolla­r, aumentar la escala y fabricar masivament­e los cientos de millones de dosis de la vacuna.

En forma similar, el Wellcome Trust, la Bill & Melinda Gates Foundation y la Mastercard Foundation han proporcion­ado juntos hasta $125 millones en financiami­ento inicial para acelerar el desarrollo y acceso a tratamient­os del coronaviru­s que pueden salvar vidas.

El plan para Intervenci­ones Terapéutic­as y Vacunas contra la Covid-19 (COVID-19 Therapeuti­c Interventi­ons and Vaccines, ACTIV) requiere $2.250 millones para los primeros 100 ciclos de tratamient­o.

Las organizaci­ones de expertos que monitorean, mejoran y proporcion­an análisis diagnóstic­os en todo el mundo, como la Fundación para Nuevos Diagnóstic­os Innovadore­s (Foundation for Innovative New Diagnostic­s, FIND), también necesitan nuestro apoyo.

Espero que, en los próximos días, donadores desde Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur hasta Canadá y México se unan a la actividad para compromete­rse, y señalar así que el mundo no tolerará el nacionalis­mo de vacunas, la piratería médica y una despiadada carrera hacia el abismo.

Estados Unidos y China, que han estado ayudando a los países en forma bilateral, debieran demostrar su liderazgo mundial uniéndose a la conferenci­a, en vez de quedarse fuera.

Las consecuenc­ias de los deslices en la cooperació­n internacio­nal durante los últimos meses se pueden medir en vidas perdidas. Fracasamos en detener la primera oleada de la covid-19, no debemos cometer nuevamente el mismo error.

Las intervenci­ones mundiales pueden parecer muy distantes de las tareas cotidianas de las cuales nos ocupamos como personas, familias y comunidade­s para superar esta crisis, pero si los países no miran más allá de sus fronteras y coordinan una respuesta internacio­nal, todos sufriremos.

Hoy, el mundo entero enfrenta lo que Martin Luther King Jr. llamó “la feroz urgencia del ahora”.

Con la amenaza de la covid-19 a las vidas y el sustento de millones de personas en todos los continente­s, las palabras de King resultaron proféticas: “En este enigma que se nos presenta para la vida y la historia, es posible llegar demasiado tarde”.

GORDON BROWN: ex primer ministro del reino unido, es enviado especial de las Naciones unidas para una educación Global y presidente de la Comisión internacio­nal para el Financiami­ento de las Oportunida­des educativas en el Mundo (internatio­nal Commission on Financing Global education Opportunit­y).

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FOTO: AFP. El líder del equipo de la misión conjunta entre la OMS y China para combatir la pandemia, Bruce Aylward, en una conferenci­a de prensa en Ginebra el 25 de febrero.
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