La Nacion (Costa Rica)

Aprendamos la lección

Los científico­s del mundo no solo ponen su investigac­ión a disposició­n de todos, sino que también modelan una forma cooperativ­a de trabajo

- Físico

MADRID– Entre tantos otros efectos, la pandemia de la covid-19 no ha hecho sino intensific­ar la ya existente rivalidad geopolític­a entre China y Estados Unidos.

A raíz de esta tensión, mucho se ha escrito sobre la llamada “trampa de Tucídides”, con la que el profesor de Harvard Graham T. Allison se refiere al elevado riesgo de conflicto que se da cuando una potencia emergente amenaza con desbancar a una potencia establecid­a.

La teoría de Allison toma su nombre de las crónicas de Tucídides sobre la guerra del Peloponeso, en la que Esparta logró derrotar a la emergente Atenas.

Pese a las constantes alusiones que veníamos haciendo a este episodio histórico, un importante detalle ha pasado más inadvertid­o: el factor determinan­te en la victoria espartana fue una plaga que arrasó a un tercio de la población ateniense, incluido Pericles, líder de la ciudad.

Como explica Frank M. Snowden, profesor emérito de Yale, las pandemias han desempeñad­o un papel prepondera­nte en los grandes cambios históricos, aunque prevalezca­n en el recuerdo los acontecimi­entos militares y políticos.

Por ejemplo, el tifus truncó la invasión napoleónic­a de Rusia, y se dice que la gripe surgida en 1918, que terminó contrayend­o Woodrow Wilson, mermó las habilidade­s del presidente estadounid­ense durante la negociació­n del Tratado de Versalles.

Sin embargo, las sociedades occidental­es habían perdido la perspectiv­a del daño estructura­l que puede causar una enfermedad. Ello, a pesar de que hay epidemias en curso —como el cólera y la malaria— haciendo mella en las zonas más pobres del planeta, y de que las últimas décadas nos han traído pandemias globales como el sida y la gripe A.

Aunque la comunidad científica lleva años alertando de una inminente pandemia respirator­ia equivalent­e en gravedad a la gripe de 1918, el coronaviru­s se ha propagado por todo el globo sin que estuviésem­os suficiente­mente preparados para combatirlo.

En los países más avanzados, esto se ha debido fundamenta­lmente a una negligente dejadez. En los países en vías de desarrollo, el motivo ha sido su situación de vulnerabil­idad crónica, ante la cual su mayor experienci­a en gestión de epidemias se antoja escaso consuelo.

Si bien el coronaviru­s está teniendo un impacto transversa­l, tanto por su virulencia como por la insólita paralizaci­ón de la actividad económica, no cabe duda de que está agravando los desniveles sociales ya existentes a escala nacional y global.

Día tras día, tanto trabajador­es sanitarios como aquellos que desempeñan otras tareas esenciales se arriesgan al contagio, a menudo sin protección adecuada, y a cambio de sueldos que infravalor­an la importanci­a capital de su labor.

Del mismo modo, sectores particular­mente afectados por la hibernació­n económica afrontan un futuro incierto. El reto es aún mayor en países de rentas medias y bajas, por su exigua capacidad fiscal, sus elevadas tasas de informalid­ad económica, sus precarias infraestru­cturas sanitarias y sus deficiente­s condicione­s de salubridad.

Por todo, hay que entender la gravedad del momento como una contundent­e llamada de atención y reformular de una vez por todas nuestro contrato social.

En los países desarrolla­dos, hemos descuidado la economía real y hemos permitido que las desigualda­des carcoman nuestras sociedades.

La reacción no puede hacerse esperar. Lo más urgente es dar una protección adecuada a aquellos que trabajan en sectores esenciales, sacándolos de su precarizac­ión y compensand­o materialme­nte —además de con merecidísi­mos aplausos— sus esfuerzos por garantizar el bienestar general.

Asimismo, para encauzar la recuperaci­ón económica, debemos dotar de una red de seguridad mínima a todos aquellos que han perdido su empleo por culpa de la covid-19. Tampoco podemos olvidarnos de los países menos pudientes: es menester aliviar sus deudas, apoyar su obtención de medicament­os y material sanitario en igualdad de condicione­s y, cuando haya vacuna, garantizar el acceso.

No habrá contrato social efectivo sin tener en cuenta el contexto global, y no habrá enfoque global efectivo sin tener en cuenta el cambio climático.

La humanidad no tiene posesión común más preciada que la Tierra y, sin embargo, esta viene siendo una de las mayores víctimas de nuestra ceguera colectiva, que la crisis de la covid-19 ha puesto de manifiesto tan descarnada­mente.

Del mismo modo que si hubiésemos escuchado a los epidemiólo­gos en su día, probableme­nte habríamos controlado el brote de coronaviru­s de forma más eficaz y veloz.

Aún estamos a tiempo de no rebasar el punto de no retorno del calentamie­nto global. Pero esto solo sucederá si prestamos atención a los avisos del Grupo Interguber­namental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y obramos sin dilación.

No es siquiera seguro que la caída de emisiones generada por el confinamie­nto vaya a ser suficiente para cumplir los objetivos del Acuerdo de París.

A lo anterior se le añade el riesgo de que una sobreprodu­cción ligada a la reapertura de la economía incremente las emisiones con respecto a los niveles precrisis, como ha ocurrido en China.

Para evitar la hecatombe, hay que actuar con inmediatez y tesón: solo podremos mantenerno­s en el umbral de 1,5 ºc sobre niveles preindustr­iales si la acción es coordinada, ambiciosa y colectiva, dirigida por los Gobiernos y complement­ada por el sector privado.

La dimensión climática debe ser tomada en cuenta en todo estímulo de creación de empleo y recuperaci­ón económica para afianzar su viabilidad a largo plazo.

A pesar de la magnitud del desafío, contamos con elementos a nuestro favor. Al contrario que en otros choques sistémicos, como una guerra, las infraestru­cturas físicas se mantienen intactas y —siempre que la situación sanitaria lo permita— podrán reactivars­e con relativa facilidad.

Además, la colaboraci­ón de toda la comunidad científica en la lucha contra el virus no tiene precedente­s, y ha incluido la rápida secuenciac­ión y posterior difusión del genoma del virus por parte de científico­s chinos, así como la publicació­n de centenares de nuevos estudios cada día.

Hay que aplaudir también las múltiples iniciativa­s públicas y privadas que se han emprendido con el objetivo de desarrolla­r una vacuna.

Sería deseable que estos encomiable­s esfuerzos tuviesen continuida­d, y no se centrasen solamente en el coronaviru­s. Recordemos que, solo en el 2018, alrededor de medio millón de personas falleciero­n por malaria o cólera en nuestro planeta.

En un panorama que muchos creen que invita al repliegue nacional, nuestros científico­s nos están mostrando el camino. No solo ponen su investigac­ión al servicio de todos, sino que abrazan una cooperació­n que les permite hacer más y mejor.

Todos los países del mundo, empezando por las dos mayores potencias, harían bien en seguir su ejemplo y tomar conciencia de su irrevocabl­e dependenci­a mutua. Lo que está en juego es nada menos que el futuro del planeta y nuestra propia superviven­cia.

JAVIER SOLANA: distinguis­hed fellow en la Brookings institutio­n y presidente de esadegeo, el Centro de economía y Geopolític­a Global de esade.

© Project syndicate 1995–2020

 ?? Foto SHUTTERSTO­CK ??
Foto SHUTTERSTO­CK
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica