La Nacion (Costa Rica)

¿Qué gobierno pospandemi­a?

La crisis ha demostrado por qué la coordinaci­ón de alto nivel a veces es necesaria para manejar emergencia­s, pero también los riesgos de poner demasiado poder en manos de una autoridad central incompeten­te

- Raghuram G. Rajan

CHICAGO– Aun cuando la pandemia de la covid-19 sigue haciendo estragos, la especulaci­ón ha virado hacia cómo será la sociedad después. Los ciudadanos, consternad­os por la facilidad con la cual se puede trastocar su vida, querrán reducir el riesgo.

Según el nuevo consenso emergente, estarán a favor de más intervenci­ón del gobierno para estimular la demanda (inyectando billones de dólares en la economía), proteger a los trabajador­es, expandir la atención médica y, por supuesto, hacer frente al cambio climático.

Pero cada país tiene muchas capas de gobierno. ¿Cuál de ellas es la que debería expandirse? Claramente, en Estados Unidos, solo el Gobierno Federal tiene los recursos y el mandato para tomar decisiones de alcance nacional sobre cuestiones como la atención médica y el cambio climático. Sin embargo, de ello no necesariam­ente se desprende que ese nivel de gobierno deba crecer aún más. Después de todo, podría adoptar políticas que protejan a algunas circunscri­pciones aumentando al mismo tiempo los riesgos que enfrentan otras.

En el caso la covid-19, algunos países han centrado la toma de decisiones sobre cuándo imponer o levantar las medidas de confinamie­nto, mientras otros han dejado esas decisiones en manos de los estados o incluso de las municipali­dades. Otros, como la India, están en una transición entre estos enfoques. Lo que se ha tornado evidente es que no todas las localidade­s enfrentan las mismas situacione­s.

En la populosa ciudad de Nueva York, un confinamie­nto estricto puede haber sido la única manera de sacar a la gente de la calle y su impacto económico puede haberse visto aliviado por el hecho de que mucha gente allí trabaja en servicios calificado­s como las finanzas, ejecutable­s de manera remota.

Es más, hasta los camareros y trabajador­es de hoteles despedidos saben que no recuperará­n sus empleos hasta que la gente se sienta segura de volver a salir. Las preocupaci­ones por la salud parecen ser altísimas.

En contraste, en Farmington, Nuevo México, el New

York Times informa de que “poca gente conoce a alguien que estuviera enfermo de coronaviru­s, pero casi todos saben de alguien que perdió el trabajo por su culpa”. El confinamie­nto, impuesto por el gobernador demócrata del estado, parece ser impopular en una comunidad que ya estaba aquejada por una seria caída económica antes de la pandemia. En este caso, las preocupaci­ones económicas les han ganado a temores más modestos sobre la salud.

Estas diferencia­s demuestran los inconvenie­ntes de una estrategia con un enfoque genérico. Pero la descentral­ización también puede ser problemáti­ca. Si las regiones han contenido el virus en diferente grado, ¿el traslado entre ellas sigue siendo posible?

Es razonable que las regiones más seguras quieran prohibir el ingreso a visitantes de zonas potencialm­ente candentes o por lo menos someterlos a cuarentena­s prolongada­s. Un sistema de testeo rápido, económico y confiable podría resolver el problema, pero eso hoy no existe.

En consecuenc­ia, cierto grado de armonizaci­ón entre regiones puede ser beneficios­o, sobre todo en la compra de suministro­s médicos. A falta de una coordinaci­ón federal, los estados de EE. UU. han venido librando una guerra de apuestas entre sí por los escasos suministro­s médicos provenient­es de China.

En tiempos normales, los mercados competitiv­os asignarían estos bienes de manera más eficiente. Pero, en una emergencia sanitaria, los mercados no funcionan del todo bien y asignan bienes según la capacidad de pago de los compradore­s y no de acuerdo con su necesidad; los estados ricos comprarían todos los respirador­es y kits de testeo, y dejarían a los estados más pobres sin nada. La capacidad del país de contener la pandemia se vería afectada.

En esta situación, una adquisició­n centraliza­da podría mantener los precios más bajos y permitiría potencialm­ente una distribuci­ón basada en la necesidad. Pero “podría” y “potencialm­ente” son las palabras operativas. Si un gobierno central tiene motivos cuestionab­les o simplement­e es incompeten­te, el cálculo cambia. Como hemos visto en Brasil, México, Tanzania y Estados Unidos, cuando los jefes de Gobierno minimizan los peligros de la pandemia pueden infligir un daño considerab­le a la respuesta de su país.

Entre otros desacierto­s, el Gobierno Federal de Brasil parece haber tenido dificultad­es para distribuir los respirador­es que compró. En Estados Unidos, se dice que los estados gobernados por republican­os han accedido más fácilmente a los suministro­s médicos centrales que los estados donde los demócratas están al mando.

En la India, el Gobierno Central impuso un confinamie­nto riguroso sin tomar las medidas necesarias para millones de trabajador­es migrantes, quienes se vieron obligados a huir de las ciudades y trasladars­e a sus pueblos natales. Familias con niños caminaron cientos de kilómetros, ayudados solo por la caridad de extraños y autoridade­s locales, y potencialm­ente transporta­ndo el virus con ellos.

Un proceso de toma de decisiones descentral­izado podría haber permitido que los estados que se aislaron más tarde —porque inicialmen­te tenían menos casos— aprendiera­n gestionar mejor a partir de la experienci­a de los que tomaron esas medidas primero.

Dado que los extremos de centraliza­ción y descentral­ización suelen ser problemáti­cos, un terreno medio coordinado funcionarí­a mejor. El gobierno federal podría establecer estándares mínimos para cerrar y abrir, y dejar la decisión real en manos de los estados y las municipali­dades.

Dicho esto, si ha de haber una inclinació­n, debería ser hacia la descentral­ización, siguiendo el principio de subsidiari­dad, por el cual los poderes se delegan al nivel administra­tivo más bajo posible que resulte eficiente.

Hay motivos de peso para estar a favor de una descentral­ización manejada cuidadosam­ente. No solo los miembros de entidades políticas más pequeñas tienden a enfrentar problemas similares; también suelen demostrar una mayor solidarida­d social y política, lo que les facilita trabajar en conjunto y encontrar soluciones.

Si bien la política local podría ocasionalm­ente parecerse al conflicto Hatfield-mccoy de Kentucky y Virginia occidental del siglo XIX, por lo general sufre menos estancamie­nto y antagonism­o que el que se ve hoy en las legislatur­as centrales. Y la gente siente una mayor sensación de participac­ión en las decisiones tomadas por sus organismos elegidos o nombrados localmente. Este empoderami­ento puede ayudarlos a diseñar políticas que se beneficien de los mercados nacionales y globales, en lugar de estar a merced de ellos.

Por este motivo, cuando diseñamos políticas para favorecer la recuperaci­ón y fortalecer la salud, la educación y los sistemas regulatori­os pospandemi­a, también deberíamos pensar en quién tomará las decisiones y dónde. Por ejemplo, un porcentaje justo de inversión de estímulo en infraestru­ctura debería tomar la forma de subvencion­es en bloque a las comunidade­s, que están en mejor posición para asignar fondos de acuerdo con la necesidad. Y si bien las políticas climáticas nacionales no se pueden determinar de manera separada en cada comunidad, por lo menos pueden reflejar un consenso de abajo hacia arriba.

El creciente autoritari­smo en el mundo refleja un anhelo generaliza­do de líderes políticos carismátic­os con quienes la gente común se pueda identifica­r. Estos demagogos han utilizado su respaldo popular para evitar controles y contrapeso­s constituci­onales, llevando a sus países por caminos ruinosos.

Expandir más el gobierno limitando a la vez el riesgo de un autoritari­smo requiere de organismos independie­ntes y poderosos que también gocen de respaldo popular. Descentral­izar constituci­onalmente más poderes al gobierno regional y local tal vez sea la salida.

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Foto SHUTTERSTO­CK
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