Costas guanacastecas se aferran a ‘creatividad’ y fe para sobrevivir
›Dueños de hoteles encaran la reapertura con más temor que esperanzas
Eran las 6:30 a. m. de un lunes de pandemia. Jessica González, vecina de playas del Coco, lleva a su hijo de 10 años a la playa. Lo hace todos los días desde que se relajaron las medidas sanitarias y se puede acudir a la línea de costa entre las 5 a. m. y 8 a. m.
Lo hace junto con su vecina, Juliana Tijerino, quien también lleva a su nieto. “Es como mi hijo, yo lo estoy criando”, dice. Las acompaña otra amiga de Jessica, Naomy Castillo.
Una de las razones de estas visitas diarias es para que los niños se distraigan y jueguen, pero no es la única.
Ellas también necesitan distracción y aprovecharse de la creatividad para ver si logran conseguir algún pescado para comer.
Su situación no es la misma desde la pandemia, ni siquiera saben qué comerán para el almuerzo o si podrán hacerlo. González y Tijerino trabajaban limpiando casas y cuidando niños.
Sus patronas eran mujeres “muy buenas” que laboraban para hoteles de la zona.
Les daban un trabajo fijo, con ingresos estables, pero informal; tenían un acuerdo de palabra con sus patronas, pero no un contrato, ni seguro social.
Giro total. Llegó la crisis y con esto sus jefas fueron despedidas, ya pasaban todo el tiempo en casa y podían cuidar de sus hijos. González y Tijerino dejaron ese trabajo, sus respectivos esposos también los perdieron.
“En la iglesia nos daban diarios, pero luego, conforme la gente comenzó a pasar más penurias, cada vez había menos gente que podía dar, entonces empezaron a pedir cartas de despido o de que uno trabaja menos horas, pero nosotras no tenemos eso”, se lamenta González.
“A mí me pasa igual. Somos cinco personas en mi casa, los cinco necesitamos comer y no tenemos ayuda, por eso venimos a ver si conseguimos pescadito; hay que echarle mano a la creatividad”, agrega Tijerino.
A pocos metros, los menores se mueven entre la arena y van a la orilla del mar a jugar con las olas.
“Ellos dos están felices porque pueden venir a la playa todos los días y antes no. A veces es mejor que no dimensionen tanto lo que pasa”, dice Tijerino.
La realidad de estas familias se repite constantemente en esta playa y en otras aledañas, zonas que dependen en gran medida del turismo y que se quedaron sin ingresos cuando la pandemia obligó a las autoridades sanitarias a imponer medidas.
Las directrices ya permiten que los 3.084 hoteles de menos de 20 habitaciones abran y los más grandes podrán hacerlo a partir de este lunes; con esto también se busca promover las compras en restaurantes, pulperías y comercios.
“Pero yo no sé si la gente de otros lados va a tener plata para venir”, recalca González.
Las cuentas suben. Carlos Garro era salonero y bartender en un hotel en playa Hermosa, en el golfo de Papagayo, cuando llegó la pandemia. Le suspendieron el contrato laboral y aún no le han dicho si volverá o cuándo. De momento, ayuda algunas horas en una verdulería en el centro de Sardinal.
Este vecino del cantón de Carrillo asegura que de todas formas debe comer, pagar su alquiler y velar por un hijo que tiene en San José.
Su caso no es el único. La mayoría de personas que viven aquí trabajan en oficios que están directa o indirectamente relacionados con el turismo.
Es la situación de Bernarda Villegas, quien cocinaba para un hotel cercano a Ocotal.
“El asunto también es que la mayor parte de la gente que llegaba al hotel no era de aquí, casi todos eran gringos, europeos... Ellos no pueden venir ahorita, y no sabemos si vayan a venir después. El tico por ahora está preocupado por su día a día y no por pasear, y esto nos afecta a todos”, afirma.
Tímido comienzo. El hotel La Gaviota Tropical, en playa Hermosa, abrió este lunes 25 de mayo, luego de cerrar sus puertas el 22 de marzo.
Su administrador, Roberto Pizarro, asegura que reabrió porque sabe que hay familias que dependen del trabajo que les da a “sus muchachos”, como él llama a sus colaboradores del hotel y restaurante.
“Dos meses cerrados es duro, tres meses es agonía, cuatro meses no se sobrevive. El asunto es que tampoco sabemos si nos va a salir más caro mantener abierto que cerrado”, dice Pizarro.
“Viera qué raro. La temporada más bien había arrancado súper bien. Teníamos muchísimos clientes, el hotel lleno, el restaurante también, era una temporada como nunca antes. De hecho, pudimos pagar más rápido el canon del ICT (Instituto Costarricense de Turismo). El virus simplemente nos puso de rodillas”.
El negocio abrió con menos personal y dividido en tres turnos, para darle trabajo a la mayor cantidad de gente posible.
Xila Amador, esposa de Pizarro y quien también trabaja en la administración del hotel y restaurante, comenta: “Teníamos eventos llenos casi todos los días de aquí a fin de año, todo hubo que cancerlarlo, algunos por dicha suspendieron y confiamos en que tengan el evento con nosotros”.
Las nuevas medidas no solo incluyen un personal siempre con mascarillas, y alcohol en gel en todas las mesas del restaurante, sino que también ofrecen a las personas tomarle una foto al menú si no quieren tocarlo, así como promociones para motivar el consumo.
El asunto, según la pareja, es que de su actividad no solo dependen su ingreso y el de los colaboradores, también el sustento de aquellos a los que les compran la comida que cocinan, implementos de limpieza, insumos de hotelería.
Su temor es que las familias extranjeras aún no pueden viajar, y las ticas prefieren invertir el dinero que les llega en comprar comida y cocinar antes que en pasear y apoyar a los empresarios turísticos.
“La enfermedad va a estar, y por mucho tiempo. Hay que aprender a vivir con ella de aquí a que Dios le dé la inteligencia a alguien para una vacuna o una cura.
”Sin embargo, no sabemos cuándo sea. Tenemos que ir soltando para no morirnos de hambre”, dice Pizarro.
“JAMÁS en la Vida las COSAS Han estado ASÍ en la Zona. esto nunca lo Habíamos VISTO”. Carlos Garro Vecino de Carrillo