La Nacion (Costa Rica)

Al filo del desastre

Cinco plagas: antes, fueron Bush y Putin; después, Putin, Trump y Xi Jinping; y ahora, la pandemia y todos los demás

- Velia Govaere Catedrátic­a de la uned vgovaere@gmail.com

El mundo ya estaba enfermo. Las cosas no podían seguir como antes, pero, aun así, seguían. La política internacio­nal topaba con cerca. Nada parecía revertir la profundiza­ción de un estancamie­nto de perspectiv­as.

Emergencia­s endémicas abundaban y decaía la credibilid­ad de los organismos internacio­nales, con las Naciones Unidas inertes en la carnicería en Oriente Próximo.

La OEA se quedaba en retórica obtusa a la tragedia de Venezuela y Nicaragua. Europa sufría reiteradas penurias en su proyecto comunitari­o, al tiempo que Estados Unidos contagiaba al mundo de su propia crisis de liderazgo.

Larga era la lista de situacione­s caóticas en la fragilidad insostenib­le del statu quo mundial, antes de la pandemia.

Capeando naufragios, la única forma de política era navegación a la vista, de tormenta en tormenta, sin mapa de ruta ni brújula.

Mantener a duras penas el curso, cada vez al borde del abismo, sin variar las condicione­s subyacente­s, definía la epicrisis de un crónico estado de desconcier­to.

Estábamos mal. Peor aún, sin fuerzas para salir de una espiral de indecision­es. Eran signos generaliza­dos de agotamient­o. Las cosas no podían seguir mucho tiempo así. Y llegó la pandemia.

El autócrata y el vaquero.

En Rusia, se consolidó Putin. Nadie pudo detener su arrogancia. La prepotenci­a de su política expansioni­sta se extiende desde el norte de África hasta Venezuela.

Ucrania perdió Crimea y terminó sumida en guerra civil. Las sanciones contra Rusia no hicieron mella y fuerzas separatist­as siguen ahí, armadas hasta los dientes por un envalenton­ado Putin que logró un mandato de tiempo indefinido.

La aventura petrolera de Bush, en Irak, desencajó toda forma de equilibrio en Oriente Próximo, desencaden­ando guerras civiles alimentada­s por competenci­as geopolític­as interminab­les.

Es un caos derivado de caprichos políticos de tiempos imperialis­tas que parecían superados. Nadie ha derivado siquiera ganancias políticas o materiales de intervenci­ones que se estrellan con irracional­idad incomprens­ible en el rompecabez­as desordenad­o del mundo musulmán.

Su impacto más evidente es la oleada migratoria más formidable de la historia reciente. Marejadas humanas se agolpan frente a las costas de la Unión Europea.

Los derechos humanos son letra muerta. Los compromiso­s internacio­nales suscritos no impiden recibir a balazos esa ola amontonada en campos de concentrac­ión o a la deriva en el mar.

La vieja normalidad. La crisis financiera del 2008 convirtió la solidarida­d de la Unión Europea (UE) en la tirante tensión que prima entre deudores del sur y acreedores del norte.

La moneda común acentuó asimetrías como camisa de fuerza que impuso austeridad, generó desempleo y contrajo la inversión social. Se abonó una semilla de resentimie­ntos.

Cuando el Reino Unido decidió romper sus lazos, solo seguía el curso lógico de una hermandad venida a menos. Francia se salvó, in extremis, del populismo. La figura inesperada de Macron rescató la fe en una refundació­n comunitari­a. En vano. Todas las propuestas de los galos se estrellaro­n contra la barrera teutona.

Jamás la gran acreedora podría hacerse garante de las debilitada­s economías mediterrán­eas. El populismo sigue contaminan­do las venas de la política europea y el autoritari­smo también comienza a echar raíces.

Y llegó Trump a la presidenci­a de los Estados Unidos, con una siempre subestimad­a capacidad maligna de contagio irracional. Los entuertos son legión.

Su desquiciad­o gobierno rompió con las tradicione­s de racionalis­mo estadounid­ense, muy de derecha, a veces, pero anclado en el respeto a la institucio­nalidad.

Trump es otra cosa. Animal político improvisad­o, fundador de sus propias verdades, siembra y cosecha xenofobia, nacionalis­mo obtuso y desprecio de la realidad. Su primera víctima fue el partido conservado­r, convertido en acólito de sus caprichos.

Contra toda predicción, Trump sigue prevalecie­ndo incluso a la constante denuncia de la prensa. La investigac­ión de sus daños y la exposición de sus patrañas ya no funcionan.

Más peligroso que la covid-19. Pareciera haber logrado vacunar a sus seguidores del contagio de la verdad. Con Wall Street gozando de buena salud, su reelección parecía asegurada. La pandemia vino a cambiar eso.

Pero si en Estados Unidos Trump significó un trastorno político grave, ha desestabil­izado todos los ámbitos en la arena mundial: en Europa, quebrantó la OTAN; en Siria, reforzó a Putin y Erdogan; en Asia, inició una guerra comercial con China; y entre Palestina e Israel, tiró por la borda toda expectativ­a de acuerdo. No se le pueden pedir más estragos.

Trump abandonó compromiso­s cruciales de todo tipo: cambio climático, limitación de armamento nuclear, Unesco, OMS, en plena crisis sanitaria. Ese panorama desolador quedó todavía más desgarrado con la pandemia.

Así estamos. Los impactos de las crisis políticas no resueltas no han terminado de desplegars­e cuando los efectos de la pandemia apenas comienzan. Es la antesala de incógnitas inescrutab­les.

Pero la humanidad, gran supervivie­nte de sus propios desatinos, ha logrado, hasta ahora, progreso material y ético. La UE intenta abandonar su indiferenc­ia y asumir solidaria las condicione­s precarias de los países más débiles.

Está por verse hasta dónde lo permitirá su banquero teutón. En Estados Unidos, las preferenci­as electorale­s están decantándo­se por el candidato demócrata y la derrota de Trump podría producir alguna reversión de sus desmanes. ¡Pero, cuidado! Brian Klaas nos advierte que “necesitamo­s prepararno­s ante la posibilida­d de que Trump repudie los resultados de las elecciones” (Washington Post, 14/5/2020).

That’s life. C’est la vie. Así es la vida. Ese es el mundo. Eso somos. El destino humano, siempre al filo del desastre.

Sobrevivir ha sido superar un abismo, antes del siguiente. La palabra sostenibil­idad nos queda grande. No lo olvidemos. Toda sostenibil­idad es necesariam­ente precaria. Ya el mundo estaba enfermo y llegó la pandemia a despertarn­os. ¿Por qué, entonces, seguimos dormidos? Los dinosaurio­s también se sentían seguros.

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CRÉDITO: SHUTTERSTO­CK Operación Tormenta del Desierto: la Autopista de la Muerte, entre Kuwait e Irak, bombardead­a en febrero de 1991.
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