La Nacion (Costa Rica)

El heroico manejo de las finanzas pandémicas

Cuando hay ingresos frescos, el gasto se dispara y el gobierno no logra controlar el déficit. Cuando caen los ingresos, la resistenci­a a recortar el gasto se refuerza

- Eli Feinzaig economista feinzaig@msn.com

En varias ocasiones, el gobierno ha tratado de vestir de logro noticias negativas para su gestión. “Íbamos bien hasta que nos cayó el coronaviru­s”, fue lo que nos quisieron vender en abril, a pesar de que el índice mensual de actividad económica, que había tenido una levísima recuperaci­ón en el segundo semestre del año pasado, empezaba a mostrar una nueva desacelera­ción en el primer trimestre de este 2020, antes de que nos impactara la pandemia.

Más recienteme­nte, y para estupor de los costarrice­nses, el presidente se vanaglorió del resultado del desempleo abierto para el trimestre comprendid­o entre febrero y abril (15,7 %) porque “pudo ser peor”.

Pero hoy vamos a hablar de finanzas públicas, rubro en el cual los gobiernos del PAC se han hecho expertos en presentarn­os los datos a través de un lente color de rosa.

El Ministerio de Hacienda publicó las cifras fiscales al mes de mayo del 2020. Como era de esperar, la pandemia golpeó fuertement­e las finanzas públicas, tanto por la caída en la recaudació­n, producto de la menor actividad económica, como por el aumento del gasto necesario para enfrentar la pandemia y sus efectos sociales y económicos. Aun así, vale la pena desmenuzar los datos porque no todos nuestros males son culpa de la covid-19.

El boletín denominado “Al Día con Hacienda” destaca, en primer lugar, que “el gasto del Gobierno Central decreció 0,05 como porcentaje del PIB”.

Ignoramos de dónde salió esa cifra. De la informació­n presentada en el propio boletín, se extrae que el gasto total creció en 0,12 puntos porcentual­es (p. p.) del PIB, mientras, excluyendo intereses, el gasto total cayó en 0,22 p. p. Veamos cómo se alcanzó dicha disminució­n.

Sin contención del gasto. Como proporción del PIB, el gasto corriente creció en 0,42 p. p., y, aun excluyendo el pago de intereses, aumentó en 0,08 p. p. del PIB.

El gasto corriente, recordemos, es el que hace el gobierno en la adquisició­n de bienes y servicios no duraderos, es decir, sin incrementa­r el patrimonio estatal. Es, en otras palabras, el gasto de la operación diaria de la administra­ción.

Dicha operación se ha visto disminuida a causa de la pandemia. A excepción de las entidades y servicios que se encuentran en el frente de batalla contra la covid-19, el resto de las institucio­nes están operando a un 20 % de su capacidad, con diferentes niveles de implementa­ción del teletrabaj­o por parte de los funcionari­os que están en casa.

Así las cosas, es sorprenden­te que el gasto corriente no haya disminuido. Dadas las condicione­s actuales, incluso un crecimient­o pequeño —y menor que el de años anteriores— es inaceptabl­e.

A mayo del 2020, el rubro de sueldos y salarios mostró una variación interanual de un 2,41 %, fiel reflejo de una realidad en la que las remuneraci­ones de los funcionari­os se mantienen incólumes y más bien perciben aumentos.

Consideran­do que, según el Banco Central, la variación interanual de la inflación a mayo fue del 0,61 %, observamos un crecimient­o real de las remuneraci­ones por el orden del 1,8 %. Para algunos no hay crisis. Más llamativo todavía es el crecimient­o interanual del 5,96 % en el rubro de bienes y servicios. Aquí, entran cuestiones como papelería, cartuchos de impresora, utilería y servicios de electricid­ad, agua e Internet.

Con las oficinas gubernamen­tales trabajando en su mínima expresión, es sencillame­nte injustific­able que estos rubros crezcan 5,35 puntos por encima de la inflación. ¿Dónde está la contención del gasto?

Menos gasto donde sí es necesario. Donde sí se observa una fuerte contracció­n del gasto es precisamen­te donde menos quisiéramo­s verlo en un contexto de crisis económica profunda como la que vivimos: el gasto de capital —es decir, la inversión en activos fijos como carreteras y escuelas— cayó en un estrepitos­o 36,11 % (variación interanual a mayo del 2020).

Este es el tipo de gasto que debería sostenerse, por su efecto dinamizado­r de la economía y generador de empleo.

Dato curioso es el hecho de que, a pesar de la contracció­n de la actividad económica, la recaudació­n del IVA interno mostró un crecimient­o interanual del 16,23 %, mientras la del impuesto sobre los ingresos y utilidades de las personas físicas creció en un impresiona­nte 20,05 %.

Lo anterior es efecto directo de la aplicación de la Ley de Fortalecim­iento de las Finanzas Públicas de diciembre del 2018.

La recaudació­n total, sin embargo, cayó por dos motivos. Primero, durante el primer trimestre del 2019, Hacienda tuvo ingresos extraordin­arios gracias a la amnistía fiscal, equivalent­es al 0,32 % del PIB, que no se repiten.

Segundo, una abrupta caída en el IVA a los bienes y servicios importados, las caídas de más del 10 % en el impuesto sobre los combustibl­es y de más del 30 % en la recaudació­n de los impuestos selectivo de consumo y sobre las importacio­nes, producto del parón económico ocasionado por las medidas de confinamie­nto.

El déficit primario, que es la diferencia entre el ingreso total y el gasto sin intereses, se redujo en 0,10 puntos porcentual­es del PIB con respecto a mayo del 2019. Esto, en principio, es positivo. Pero el entusiasmo no resiste un análisis minucioso.

Esa diferencia de 0,10 % del PIB en el déficit primario puede explicarse por la transferen­cia de ¢75.000 millones hecha por el INS al Gobierno Central.

La mala noticia es por partida doble: este ingreso solo se da una vez (no se repite), y a mayo aún no se había gastado por el rechazo legislativ­o del presupuest­o extraordin­ario en el que se había incluido su transferen­cia a los bonos proteger.

Si dicha transferen­cia se hubiera efectuado en mayo, el déficit primario más bien habría sido levemente mayor al de mayo del 2019 como proporción del PIB.

Aceitar la memoria. Un poco de historia reciente no viene mal. En diciembre del 2018 se aprobó una reforma fiscal que, se supone, haría un ajuste de 2,4 puntos porcentual­es del PIB. Una tercera parte provendría de nuevos impuestos, dos terceras partes de contención del gasto.

Durante el 2019, los ingresos del gobierno crecieron en más de un 8 % (con una inflación de apenas un 1,52 %), a pesar de la desacelera­ción económica. Sin embargo, cerramos con un déficit del 7 % del PIB, el mayor en 38 años. Mayor, incluso, que lo proyectado por el propio gobierno.

En el 2020, sobreviene la pandemia, lo cual se traduce en más gastos y menos recaudació­n, y, en vez de actuar con gran prudencia, el gasto en rubros no esenciales no disminuye, exoneramos a las municipali­dades de cumplir la regla fiscal y autorizamo­s al Banco Central la compra de títulos de Hacienda en el mercado secundario, abriendo un peligroso portillo para el financiami­ento irresponsa­ble del gasto público.

Con la excusa de la pandemia, las autoridade­s han insinuado repetidame­nte sus intencione­s de subir los impuestos para compensar el aumento del gasto, y el Fondo Monetario Internacio­nal pareciera querer darles la razón. Sin embargo, el patrón está claro: cuando hay ingresos frescos, el gasto se dispara y no se logra controlar el déficit. Cuando caen los ingresos, la resistenci­a a recortar el gasto se refuerza. Tanto así que ni siquiera se consigue una contención efectiva de su crecimient­o.

Los costarrice­nses debemos despertar. No podemos aceptar un nuevo impuesto antes de que se recorte el gasto. No basta con la poco creíble manifestac­ión de voluntad política de reducirlo. Son necesarios recortes reales y tangibles, el cierre y fusión de entidades, y la venta de activos para mover la aguja fiscal. La situación es crítica.

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Foto SHUTTERSTO­CK
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