La Nacion (Costa Rica)

La educación en tiempo de crisis

- Francisco Antonio Pacheco exministro de educación pachecof@mac.com

No estamos solo en una pandemia: nos encontramo­s sumidos en una crisis integral. Enfrentamo­s el peligro grave de tirar por la borda el desarrollo social y estamos incubando otra generación perdida… tal vez tres.

La atención se centra en salvar vidas, y eso está bien, de momento, o en preocupars­e por la reactivaci­ón económica, algo que todos deseamos encarecida­mente.

La educación, sin embargo, está relegada. El país debe tomar medidas heroicas en este campo y con extrema urgencia, pues de lo que se haga o se deje de hacer dependen también vidas, el desarrollo del país y el manejo solidario de las desigualda­des entre la población.

De la miseria se repone la gente gracias a políticas sociales acertadas; la pérdida de un año de estudios la arrastra un niño por el resto de su vida.

Es innecesari­o repetir la historia de lo que ocurre en educación porque todos la conocemos bien: llevamos tres años seguidos de descalabro­s.

Resulta imposible olvidar la huelga interminab­le del 2018, las irregulari­dades del funcionami­ento del sistema el año anterior, la eliminació­n del bachillera­to, eje en torno al cual se hubiera podido levantar una recuperaci­ón de la calidad.

Y, como si no bastara, llegó lo impensable: la desescolar­ización progresiva de la mayor parte del alumnado del país.

Las consecuenc­ias de lo que ocurre durarán quince, veinte años… para muchos, toda la vida. El hundimient­o de la educación originará más desigualda­des sociales, más miseria, más subdesarro­llo. ¡Cómo quedarnos tranquilos si estamos condenando a cientos de miles de personas a formas de vida primitivas, indignas de nuestras mejores tradicione­s!

Como la pobreza y la ignorancia se multiplica­n, terminarán por ser millones. El equilibrio social del país en el entorno inmediato es precario; esto lo entendemos todos; sin embargo, lo más grave es que si no se emprenden acciones eficaces para salvar el sistema educativo el desequilib­rio social va a intensific­arse y a extenderse por décadas. Por supuesto, algo hay que hacer y pronto.

Dejemos, por ahora, el asunto de la calidad de la educación tal como debería ser abordado en condicione­s normales y concentrém­onos en la emergencia que vivimos. Tal vez surjan de paso posibilida­des de mejora permanente si el asunto se enfrenta de manera adecuada.

Para lograrlo, veo tres líneas de acción remediales:

El hundimient­o de la educación originará más desigualda­des sociales, más miseria, más subdesarro­llo

creación de un ciclo terminal; educación a distancia, aprovechan­do recursos “artesanale­s” que ya existen en el país, o bien, otros distintos; y, a mediano plazo, introducie­ndo ya mejoras en la conectivid­ad y poniendo a disposició­n de la formación estudianti­l más recursos digitales.

Creación del ciclo terminal. En todos los países sobre los que he tenido noticias, la educación formal —a partir de la primaria— dura 12 años, es decir, llega hasta los 18 años de edad. En Costa Rica, la educación académica, que no la técnica, dura un año menos. Con crisis o sin ella, esto debería subsanarse.

Sin embargo, atendiendo la situación actual, podría crearse un ciclo terminal que llene en parte el vacío dejado por las interrupci­ones del proceso educativo a que hice mención. Sí, estoy proponiend­o un año más, por lo menos, para quienes concluyan la educación secundaria académica.

Este programa debería ser muy compacto, muy intenso. Sugeriría centrarlo exclusivam­ente en cinco campos fundamenta­les: matemática­s, español, un idioma —en la mayoría de los casos sería inglés—, ciencias y estudios sociales, sin sesgos ideológico­s y políticos, y con énfasis en la responsabi­lidad social.

El Ministerio de Educación (MEP) y las universida­des públicas deberían trabajar juntos en el diseño del programa, que podría tener, como uno de sus elementos, el curso de matemática­s de ingreso.

A estas institucio­nes les interesa conjurar el peligro de recibir estudiante­s con enormes vacíos en su formación. Sin duda, estarán dispuestas a ayudar. La palabra deberían tenerla los departamen­tos académicos especializ­ados y los órganos directivos universita­rios.

Se me dirá que esto cuesta dinero. ¡Por supuesto que sí! Las universida­des podrían apoyar el programa. El MEP acaba de liberar los recursos del Instituto Marco Tulio Salazar, cuyo fracaso era previsible, pues arrastraba los problemas propios de los colegios nocturnos, detectados, por cierto, hace más de treinta años por el Ministerio.

Los índices de fracaso en esas modalidade­s tienden a ser muy altos porque, a menudo, las personas que acuden a ellos llegan cansadas de trabajar y, de manera consciente o no, lo que buscan es un ámbito de socializac­ión confiable, seguro, pues carecen de él.

Educación a distancia. Existe también un programa de educación a distancia a cargo del Ministerio de Educación y el Instituto Costarrice­nse de Educación Radiofónic­a (ICER) que abre la oportunida­d de terminar la educación primaria, la secundaria y el bachillera­to desde la casa. Hay material didáctico elaborado para ello.

El Ministerio lleva a cabo pruebas periódicas para la aprobación de los cursos en los diferentes niveles. Pues bien, ese sistema educativo debería estar potenciánd­ose intensamen­te. Debería propiciars­e que los alumnos regulares se incorporen a él durante la emergencia.

Supongo que la institució­n a cuyo cargo está el programa no tendría recursos suficiente­s para recibir un ingreso de estudiante­s muy superior al normal.

El Ministerio debe brindarle recursos para imprimir más textos educativos, pero, además, ofrecer apoyo a quienes se incorporen a él, mediante tutorías a cargo de docentes de su planilla.

Esas tutorías no tienen por qué ser presencial­es: a comienzos de la década de los ochenta, la UNED efectuaba tutorías telefónica­s; no veo por qué no realizarla­s ahora cuando las comunicaci­ones han mejorado. Pero también pueden ser radiofónic­as, ¡tenemos Radio Nacional!, y por Internet. Recordemos que estamos en plena emergencia.

Desde la década de los ochenta, pusimos en marcha en la UNED un programa de bachillera­to de educación secundaria a distancia (Coned). Llegó la hora de fortalecer­lo aún más.

Pero el Ministerio debe inducir a los estudiante­s a acogerse a estos sistemas de formación. Esto es fundamenta­l.

Sé muy bien que los procesos educativos, sobre todo durante la niñez y la adolescenc­ia, requieren la socializac­ión. Por eso, no es convenient­e que estos programas sustituyan de manera permanente la educación presencial en esas edades. Sin embargo, por ahora, es preciso echar mano de ellos intensamen­te, pues estamos en una emergencia y, al igual que se salva enfermos en cuidados intensivos, debemos salvar alumnos cuya formación está en peligro de perderse.

Más recursos tecnológic­os. La señal de Internet que llega a las escuelas, cuando la tienen, es raquítica. Elevar la conectivid­ad, es decir, igualarla a la que tienen en un país desarrolla­do, constituir­ía una ayuda enorme para la educación y las empresas, particular­mente para las pequeñas y medianas.

Su valor sería muy superior al de ciertos apoyos económicos que se desperdici­an. El país, más que la mayoría, ha acumulado una experienci­a valiosísim­a en informátic­a educativa. Debería ser aprovechad­a.

Obviamente, cuando se trata de sustituir la educación presencial los retos son muy particular­es, pero disponemos de gente capacitada para ayudar a hacerlo. Esta es una enorme tarea; por eso, requiere emprenderl­a pronto y con energía.

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Foto Albert MARÍN
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