La Nacion (Costa Rica)

Médico excepciona­l

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Hace muchos años leí un artículo sobre una madre que decidió salvar la vida de su hijo aún no nacido sacrifican­do la suya. La narración destilaba ternura, amor, comprensió­n, solidarida­d y extrema sensibilid­ad. El autor fue el médico Francisco Fuster Alfaro. No lo conocía, pero su nombre quedó registrado en mi memoria.

Luego, lo vi en algunos programas de televisión.

Un día fui a su consultori­o, le comenté que había leído su artículo y que además considerab­a que él era el ginecólogo “de moda”, a lo cual, jocosament­e, contestó: “No me digás eso, porque las modas pasan muy rápido”. Desde entonces, el Dr. Fuster fue mi ginecólogo, como lo era de muchísimas costarrice­nses, y estuvo en boga hasta que acudió al temprano llamado del Creador.

Cuando falleció, el 18 de julio del 2018, yo estaba fuera de San José, y en mi retiro lloré, lloré por el hombre bueno, amable, comprensiv­o y dicharache­ro; el que explicaba las cosas más duras de la manera más tierna y empática, y lloré por el profesiona­l distinguid­o cuya sola presencia era salutífera y cuya ausencia nos dejó “huérfanas” a muchas mujeres.

En momentos en que el dinero es el elemento básico para muchos profesiona­les, guardo del Dr. Fuster un recuerdo imborrable: yo pertenecía a un grupo de mujeres profesiona­les y celebrábam­os reuniones sin fines de lucro para aprender sobre diferentes temáticas. Un día decidimos hablar de salud femenina.

Llamé a un ginecólogo que participab­a en algunos programas de televisión, le solicité la colaboraci­ón y me contestó que por tratarse de profesiona­les él considerab­a que debíamos recoger alguna suma para pagarle. Le di las gracias y el adiós.

No es que no hubiera pensado en el Dr. Fuster, pero sabía lo ocupado que estaba. Aun así lo llamé, le consulté si nos daba la charla y tímidament­e le pregunté cuánto nos cobraría. La respuesta aún resuena en mis oídos: “Mirá, si por una charla que yo imparta una mujer se salva del cáncer, esa es mi mejor paga, no tienen que pagarme para ayudarles”.

Creo que esa historia demuestra meridianam­ente qué clase de persona y de profesiona­l era él. Habiendo nacido en Cuba, le brindó a Costa Rica todo su amor, sapiencia y humanidad, y salvó la vida de muchas mujeres costarrice­nses.

Victoria Badilla Villanueva

San josé

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