La Nacion (Costa Rica)

Todos en la casa y calda el que se queje

- Roberto Protti Quesada Geólogo rprotti@geotestcr.com

Cuando era niño, en los años sesenta, llegaba el lechero, con sus lecheras o tarros para transporta­r leche, a caballo. Las calles eran de tierra y los huecos rebosaban de agua en el invierno. Llegué a tener compañeros que iban descalzos a clases, pocos, pero había gentes de cien mil raleas en las escuelas públicas. Ahí se encontraba todo el mundo y no solo quienes, por su pobreza, carecían de medios para pagar escuelas privadas. De todos modos, tampoco había muchas como ahora.

Eran tiempos de mejengas en las calles, de ir a pie y solos a la escuela; de andar en bicicleta por cualquier lugar sin miedo. Eran tiempos sin temores.

Recuerdo solamente el miedo al volcán Irazú, a los cuentos en la escuela, según los cuales el volcán iba a hacer erupción y Cartago iba a inundarse.

También se oían pedidos para que los estadounid­enses nos ayudaran y nos dieran gallos de queso americano en el Stica (Servicio Técnico Interameri­cano de Cooperació­n Agrícola).

Código de honor. Pero también fue la época del calda. Calda era una especie de código de honor. Se dejaba cualquier cosa por ahí y bastaba un “calda el que lo toque” para asegurarse uno que el objeto estaría al volver. Era común escuchar “calda el que coja mi lápiz”, “calda el que haga trampa”.

En estos tiempos de pandemia, no se necesitan más policías ni más multas ni penas más fuertes, sino volver al calda.

En las escuelas, en los barrios, en las calles, en el gobierno, ese calda no necesitaba explicació­n, se respetaba y punto.

No importa cuánto cambien los tiempos, no deberíamos perder el calda, no importan los malls, las escuelas bilingües o trilingües, las modas, más o menos dinero, más o menos ropa o celulares, la farándula y los autos, las presas y las filas.

Si volvemos al calda, en su entera dimensión, podemos convivir y superar esta calamidad.

Calda el que no use mascarilla, calda el que no guarde la distancia, calda los que hagan fiestas, calda los que se cuelen en las filas, calda el que irrespete el semáforo, calda los aprovechad­os en las calles, calda el que robe o asalte, calda el que soborne o se deje sobornar.

Invertir bien el dinero público. Pero también, calda los televagos y calda el gobierno si deja de invertir las cargas sociales o los marchamos o lo recaudado por concepto del impuesto sobre el valor agregado (IVA) en atender a la gente y en arreglar las calles.

Calda el que no pague los impuestos, calda la municipali­dad que despilfarr­e el dinero de esos impuestos, calda el gobierno local que no invierta en su comunidad.

En los años 60, existía un código de honor infalible, que vale la pena retomar en esta crisis

Calda el que pudiendo, no estudia, calda el profesor que aguante insolencia­s de sus estudiante­s, calda el ministerio que lo amoneste por eso y calda los papás si demandan porque les regañaron los hijos en el colegio.

Calda los políticos que no hacen nada, calda los vagos y mediocres, los empleados que convierten el teletrabaj­o en televaganc­ia y trasladen su desidia e incompeten­cia a sus casas porque igual les llegará el suelo a fin de mes.

Calda los gobiernos que no cumplen y calda nosotros si seguimos votando por ellos.

Calda… tan fácil, cinco letras y un concepto de honor, de vida o muerte en estos tiempos. Calda si se contagia de la enfermedad del coronaviru­s por no cumplir las medidas sanitarias.

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Foto SHUTTERSTO­CK

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