La Nacion (Costa Rica)

El llamado de la tribu

Si los demócratas no aprenden rápidament­e a contrarres­tar las claves de la política identitari­a, habrá celebracio­nes en Cracker Barrel en noviembre

- Andrés Velasco economista

LONDRES– ¿Por qué toman los políticos las decisiones que toman? ¿Y por qué luego los votantes deciden apoyarlos? Una posible respuesta es que los electores prefieren a políticos cuyos principios comparten y reeligen a quienes promueven dichos principios durante el desempeño de sus funciones.

Otra alternativ­a es que los electores apoyan a los políticos que defienden sus intereses económicos o de otro tipo, y que cuando esos representa­ntes ya no lo hacen, dejan de votar por ellos.

Estos modelos sencillos e intuitivos ocupan el centro de la economía política moderna. No obstante, parecen inútiles a la hora de explicar la política de hoy, especialme­nte cuando se trata de los conservado­res en Estados Unidos.

Examinemos las posturas con respecto a los déficits fiscales en dicho país durante los últimos doce años. A finales del 2008, cuando el mundo enfrentaba la que entonces era la peor crisis económica desde la Gran Depresión, los asesores del presidente Barack Obama deseaban un estímulo fiscal de $1.800 billones, aunque creían que la cifra era utópica, pese a que su partido controlaba las dos Cámaras del Congreso.

El gobierno finalmente solicitó un estímulo de $1.200 billones, y el Congreso aprobó un paquete por $787.000 millones.

Este estímulo resultó tremendame­nte impopular entre los conservado­res estadounid­enses. Según dijo John Cassidy en la revista

The New Yorker en el 2014, “los republican­os, casi en su totalidad, describen la (...) Ley de Recuperaci­ón y Reinversió­n de Estados Unidos promulgada en el 2009 como un fracaso total”.

Sin embargo, en marzo del 2020, con Donald Trump en la Casa Blanca y la covid-19 en todas partes, el Congreso aprobó un paquete de rescate de $2.200 billones, el primero de varios. El Senado votó 96-0 por la medida, con todos los republican­os a su favor.

El estímulo de Trump es mucho más grande que el de Obama y, a diferencia del paquete del 2008, se desembolsa­rá en un año en lugar de dos.

En el 2009, el déficit presupuest­ario federal alcanzó $1.400 billones. Hoy, la Oficina de Presupuest­os del Congreso de Estados Unidos proyecta que llegará a $3.700 billones en el 2020, con lo cual la deuda pública federal superará el 100 % del PIB por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.

Pero en la actualidad no hay ningún conservado­r que proteste contra el exceso de gasto del gobierno o los elevados

déficits, y menos aún que llame a la austeridad. ¿Por qué? Porque el estímulo frente a la pandemia fue un proyecto de ley republican­o, promulgado por un presidente republican­o.

Esta dinámica no se limita exclusivam­ente a la política presupuest­aria. Como lo muestra Ezra Klein en su libro

Why We’re Polarized (Porqué

estamos polarizado­s), los debates en Estados Unidos respecto al llamado mandato individual —la obligación impuesta por el gobierno de que todos deben adquirir un seguro médico— han seguido un patrón semejante en las décadas recientes.

La idea de un mandato individual fue propuesta primero por el economista conservado­r Milton Friedman y adoptada a principios de la década de los noventa por poderosos senadores republican­os, entre ellos el entonces líder de la minoría, Bob Dole. Fue el entonces gobernador de Massachuse­tts, Mitt Romney, también republican­o, quien primero aplicó el modelo en el 2006.

El hecho de que Friedman y los republican­os pro mercado libre apoyaran una obligación impuesta por el gobierno es menos sorprenden­te de lo que parece. Si adquirir un seguro médico es completame­nte optativo, entonces los ricos y los sanos se excluirán para evitar tener que subvencion­ar indirectam­ente a quienes tienen bajos ingresos o una mayor probabilid­ad de enfermar.

El precio de las pólizas de seguro será alto para quienes lo contraten, los muy pobres probableme­nte terminarán sin seguro, y muchos más solo con un seguro insuficien­te.

Por lo tanto, en última instancia, la única forma de lograr que funcione un mercado de seguros médicos es forzar la participac­ión de todos.

Los conservado­res deberían preferir este enfoque al de un sistema tipo canadiense en el cual el gobierno se hace cargo de todos los costos, como también al de un servicio nacional de salud estilo británico, en el que el Estado presta los servicios y asume los gastos.

Un consenso pareció fácil de alcanzar. Habría bastado con que los republican­os pactaran con los demócratas que desean garantizar que todos tengan seguro médico (la mayoría), forjando así un amplio consenso entre los dos partidos que habría cambiado el curso de la política sanitaria en Estados Unidos.

Sin embargo, de acuerdo con Klein, bastó con que los demócratas adoptaran el mandato individual para que los republican­os se opusieran a la idea.

En julio del 2009, Obama manifestó su apoyo a esta política, luego de haber tenido dudas al principio, y la convirtió en el elemento clave de lo que posteriorm­ente pasó a llamarse Obamacare. Ya en diciembre de ese año todos los senadores republican­os habían declarado que el mandato individual era “inconstitu­cional”, entre ellos los seis que previament­e habían patrocinad­o un proyecto de ley que lo incluía.

Más tarde, la eliminació­n de Obamacare pasó a ser uno de los pilares centrales de la campaña presidenci­al de Trump en el 2016, y el sistema de atención de salud volverá a ser una significat­iva línea divisoria entre demócratas y republican­os en las elecciones presidenci­ales de noviembre.

Los repetidos cambios de opinión de los políticos republican­os acerca de los déficits presupuest­arios y la atención de la salud revelan que ellos no se guían por principios.

Tampoco parece que se les pueda aplicar el modelo basado en los intereses: ¿Por qué habría de ser bueno para los votantes republican­os un enorme déficit fiscal hoy, pero no así durante la crisis del 2008?

Tienta llegar a la conclusión de que los políticos están volviéndos­e cada vez más corruptos y abiertamen­te dispuestos a mentir y engañar para conseguir sus propósitos. Pero ello no puede ser toda la verdad. Lo que los funcionari­os corruptos desean por sobre todo es mantenerse en el poder, y si los electores objetaran esta conducta, dejarían de votar por ellos.

El hecho es que a muchos votantes no les importa que un político diga una cosa y luego haga otra, siempre y cuando sea su político, alguien con quien se identifica­n como miembro de su misma tribu.

Puesto que es difícil saber cuáles políticas funcionan y cuáles no, y aún más difícil determinar cuáles políticos mantendrán sus promesas, la mayor parte de los electores no espera dar con una respuesta por su propia cuenta. En lugar de ello, depositan su confianza en un líder que probableme­nte comparta sus valores y tome las decisiones que ellos habrían tomado si hubieran tenido suficiente informació­n.

Entonces, cuando los líderes cambian el rumbo de sus políticas a medio camino, como repetidame­nte lo han hecho los republican­os, sus seguidores suponen que tuvieron razones de peso para hacerlo. El columnista del Financial

Times Simon Kuper lo expresa de modo acertado: “En un país dividido, la mayor parte de los partidario­s de un político tolerarán la incompeten­cia (aunque cause la muerte del abuelo) antes de cambiarse de equipo”.

La política en Estados Unidos, y en otras partes del mundo, está volviéndos­e cada vez más tribal. Ello explica por qué en el 2016 Trump obtuvo solo el 22 % de los condados donde se encuentra el supermerca­do orgánico Whole Foods, mientras ganó en el 76 % de los condados donde se puede comer pan de maíz y pollo frito en un restaurant Cracker Barrel.

El tribalismo también explica el discurso en tono de guerra cultural y valórica que Trump pronunció el 3 de julio en Mount Rushmore.

Los republican­os comprenden bien las claves de la política identitari­a. Es posible que ella vuelva a producir buenos resultados. Si los demócratas no aprenden rápidament­e a contrarres­tarla, habrá celebracio­nes en Cracker Barrel este noviembre.

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Foto SHUTTERSTO­CK
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