La Nacion (Costa Rica)

¿Hay justificac­ión para las protestas violentas?

- Peter Singer y Katarzyna de Lazari-radek

Afinales de mayo y en junio, después de la brutal muerte de George Floyd bajo la rodilla de un policía en Minneapoli­s, hubo en Estados Unidos y muchas partes del mundo protestas masivas contra el racismo sistémico.

La muerte de Floyd vino a continuaci­ón de muchos casos anteriores de policías que mataron a afroameric­anos desarmados que no actuaban con violencia.

En general las protestas fueron pacíficas, pero algunas se convirtier­on en disturbios con numerosos incidentes de saqueo y vandalismo.

La legitimida­d de protestar contra la brutalidad policial y el racismo es indudable, pero ¿qué ocurre cuando las protestas se vuelven violentas?

La defensa filosófica más razonada de las protestas violentas la formuló Avia Pasternak, del University College de Londres.

Según la definición de Pasternak, un disturbio es “un tumulto público en el que un gran grupo de actores, en forma espontánea y sin organizaci­ón formal, comete actos ilegales y de confrontac­ión abierta con las fuerzas de la ley”.

Añade que es común que los participan­tes causen daños a bienes de propiedad pública o privada, y también a personas, a menudo durante los enfrentami­entos con la policía.

Aunque el artículo de Pasternak es anterior a la muerte de Floyd, ofrece un marco para evaluar los hechos sucedidos después.

Pasternak parte de la idea, surgida del debate sobre la ética de la guerra, de que en ciertas condicione­s es permisible dañar a otras personas —incluso inocentes— para defenderse de un ataque injusto. Por lo general se estipulan tres condicione­s:

1. Necesidad: que no haya otra forma de defenderse del ataque injusto.

2. Proporcion­alidad: que el daño a otras personas sea inferior al daño evitado al detener el ataque injusto.

3. Eficacia: que las acciones dañinas sean parte de una estrategia con una probabilid­ad razonable de detener el ataque injusto.

Pasternak sostiene que para ser justificab­le, una protesta violenta tiene que satisfacer estas condicione­s. Siguiendo su ejemplo, podemos preguntarn­os si es el caso de las que se produjeron después de la muerte de Floyd.

Es evidente que el objetivo de dichas protestas es prevenir ataques injustos a afroameric­anos, como los que con horrorosa claridad aparecen en videos que han visto millones de personas.

Pero en democracia­s que ofrecen medios pacíficos para la obtención de esos cambios, ¿hay necesidad de protestas violentas?

La búsqueda de cambios de esa naturaleza alentó el nacimiento hace siete años del movimiento no violento Black Lives Matter, tras la absolución de George Zimmerman en el juicio que se le siguió por la muerte de Trayvon Martin, un adolescent­e afroameric­ano desarmado al que mató en Florida.

En el 2014 el movimiento alcanzó notoriedad nacional tras las muertes de Michael Brown en Ferguson, Misuri, y Eric Garner, en Nueva York, ambos a manos de la policía. Sin embargo, esta sigue matando a personas negras totalmente inocuas.

De modo que podría decirse que los canales democrátic­os convencion­ales fallaron y que la condición de necesidad se cumple.

¿Es el daño causado por los disturbios desproporc­ionado en relación con el daño causado por los asesinatos policiales? Se calcula que los costos materiales de las últimas protestas ascienden a varios cientos de millones de dólares, pero ¿cómo compararlo­s con la pérdida de una vida que las alentó?

Una respuesta la dio Hafsa Islam, cuya familia poseía un restaurant­e que resultó incendiado en los disturbios de Minneapoli­s: “Una edificació­n puede reconstrui­rse, pero nadie

Los disturbios, como los que sucedieron después del asesinato de George Floyd, no siempre son indefendib­les y para ello existen tres criterios para evaluar la cuestión

nos traerá de vuelta la vida que George Floyd no pudo vivir”.

Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla. En esos mismos disturbios también se inició un incendio que destruyó un complejo de 189 unidades de viviendas económicas que iban a terminar de construirs­e este año, destinadas a personas mayores de bajos ingresos y sin hogar.

Todo indica que algunas personas seguirán sin un techo por muchos más meses, o acaso años, que si los disturbios no hubieran ocurrido.

Es un costo humano significat­ivo, además de una pérdida financiera. Pero incluso si nos concentram­os solamente en la pérdida de vidas, no hay un balance claramente favorable a los disturbios.

En diez días desde el inicio de las protestas violentas, estas causaron la muerte de cuando menos trece personas, muchas de ellas negras.

Entre las víctimas está David Dorn, capitán de policía retirado, negro, asesinado por saqueadore­s frente a una tienda de empeño; en un altar que armaron en el lugar para honrar su memoria, alguien puso un cartel escrito a mano donde podía leerse: “Ustedes mataron a un negro, ¿porque “ellos” mataron a un negro?”.

Los que defienden las protestas políticas violentas dirán que no son responsabl­es de los daños causados por quienes saquean tiendas o incendian viviendas para personas de bajos ingresos.

Pero aunque la vasta mayoría de quienes participan en esas protestas no apoyen esos actos, no es posible evaluar la legitimida­d de los disturbios sin tener en cuenta los daños.

La naturaleza misma de las protestas violentas las hace casi imposibles de controlar, y el riesgo previsible de daños graves las hace difíciles de defender.

Finalmente, ¿puede ser eficaz una protesta violenta cuando no lo han sido protestas pacíficas? En esto hay opiniones diferentes, pero un cuidadoso estudio de Omar Wasow sobre los disturbios de los años sesenta en los que hubo grandes daños en muchas ciudades estadounid­enses sugiere que esos actos contribuye­ron a la estrecha victoria de Richard Nixon sobre el más progresist­a Hubert Humphrey.

De ser así, las protestas violentas ayudaron a reforzar el poder de la Policía y perpetuaro­n de tal modo los abusos causantes de los disturbios del 2020.

En un discurso en el que condena las protestas violentas, Martin Luther King las califica de todos modos como “el idioma de los que no son escuchados”.

Para reducir futuros daños por disturbios hay que demostrar que hemos oído sus voces. Un modo de hacerlo es apoyar al movimiento Black Lives Matter y promover el máximo respeto posible de la policía a la salud y la seguridad de todas las personas sin importar su raza.

PETER SINGER: es profesor de Bioética en la universida­d de Princeton y autor de libros como “animal Liberation”, “Practical ethics”, “one World now” y “the Life You Can save”.

KATARZYNA DE LAZARI-RADEK: profesora asistente en el Instituto de Filosofía de la universida­d de Lodz, es coautora (con Peter singer) de “the Point of View of the universe” y “utilitaria­nism: a Very short Introducti­on”. © Project syndicate 1995–2020

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Foto AFP

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