Qué esperan los adultos mayores
No debemos decidir qué hacer solo porque quien está delante es mayor de 65 años
La Geriatría, de la cual orgullosamente he sido parte durante por lo menos veinte años, es una especialidad médica por medio de la cual el profesional entiende ampliamente los elementos asociados al proceso de envejecimiento.
Esta verdad inevitable de la realidad humana ciertamente implica un aumento en nuestra vulnerabilidad biológica, pero, al mismo tiempo, nos fortalece con sabiduría y experiencia, y nos da la oportunidad de aportar ese conocimiento a las generaciones más jóvenes a fin de tener una sociedad mejor.
No hay constantes ni patrones que nos faculten para saber específicamente en qué seremos vulnerables ni cuánto. Bien decía uno de mis profesores que no hay nada más diferente a un adulto mayor que otro adulto mayor.
La heterogeneidad del envejecimiento lo hace impredecible, de forma que es imposible, con un solo elemento —como la edad cronológica, por ejemplo— valorar qué tanto riesgo corre un adulto mayor de responder inadecuadamente a un tratamiento, de tolerar una operación e incluso de morir.
Conjunto de funciones. Mas allá de eso, es indispensable evaluar la funcionalidad del adulto mayor, si puede cuidar de sí mismo, su capacidad mental y emocional, e incluso su entorno social para determinar ese riesgo de no responder, en una crisis médica, al manejo propuesto.
Pareciera, por consiguiente, que la decisión de brindar un tratamiento médico a este grupo etario no puede estar basada en la edad cronológica únicamente, puesto que es un parámetro demasiado débil para determinar realmente cuál adulto mayor tiene más probabilidades de sobrevivir y cuál no.
Incluso, comparado con un menor edad, podría ser que, evaluando en forma integral al mayor, este tenga un mejor pronóstico que el más joven.
Por tanto, no es cierto lo planteado en estas páginas, el 31 de julio, por el médico intensivista Danny Paredes, en el artículo titulado “¿Qué opinan los abuelitos?”.
Decisiones con buen criterio. La dura realidad a la que esta emergencia sanitaria nos enfrenta es que en cada paso que damos debemos tomar decisiones muy difíciles; sin embargo, estas deben ser tomadas con el mejor criterio, el cual, obviamente, no debe basarse únicamente en la edad cronológica.
En otras palabras, no podemos decidir qué hacer o no hacer solo porque quien está delante de nosotros es mayor de 65 años. Eso se llama viejismo, y es una forma terrible de discriminación que lesiona nuestra sociedad y a un grupo poblacional que, por el contrario, merece todo nuestro respeto.
Considero que nuestros adultos mayores esperan en esta crisis consideración de todas sus necesidades para tener una vida de buena calidad, que más allá de sus enfermedades se entienda que necesitan apoyo para superar una situación en la cual son el grupo más vulnerable, y la angustia de saberlo les produce gran incertidumbre.
Debemos valorarlos de forma integral para una adecuada toma de decisiones y que no se les niegue ser considerados candidatos a intervenciones médicas solo por su edad, que esa valoración sea realizada por personal calificado e identificado con el proceso de envejecimiento y la realidad de los adultos mayores para que sea objetiva, oportuna y justa.
Asimismo, debe brindárseles la oportunidad de decidir, como ciudadanos con derechos que son, pues su opinión es válida para todo tratamiento que se les proponga y que en las familias y comunidades se les dé el lugar que les corresponde, porque a ninguna sociedad le es posible subsistir si no cuida su futuro, pero tampoco si no respeta su pasado.
Sé perfectamente que los momentos y las situaciones actuales nos marcarán para siempre; no obstante, debemos impedir que la discriminación, la intolerancia y la desesperación dirijan nuestras decisiones y hagan que esa marca sea aún más dolorosa.
Hagamos que la consigna de cuidar a nuestros adultos mayores sea una realidad, muy especialmente en estos días cuando ellos tanto nos necesitan.