La Nacion (Costa Rica)

Club de los Criticones

- Ronald Matute Jefe de informació­n de la nación rmatute@nacion.com

Aquel día, don Mezquino sencillame­nte no podía faltar a la reunión. Aunque tenía restricció­n vehicular y sabía que no debía romper su burbuja social, decidió que su asistencia presdencia­l estaba justificad­a.

Claro, y cómo iba a perderse una sesión solemne del Club de los Criticones, donde tocarían uno de sus temas favoritos: el tren eléctrico metropolit­ano de la GAM.

De camino al encuentro, se relamía al pensar en los bocadillos que doña Intrigosa, la anfitriona de la actividad, de seguro había preparado para condimenta­r la plática.

Uyy, el picadillo de cizaña con papa o sus famosos gallitos de ironía con rebanadas de chisme son una experienci­a religiosa. Ni que decir del ponche de frutas con mentirilla­s.

Las lejanas luces de un retén policial sacaron a don Mezquino de sus cavilacion­es y lo obligaron a realizar una maniobra prohibida en carretera para evitar un parte seguro.

De nuevo en ruta, trató de concentrar­se en la cuestión de fondo de la reunión, porque sabía que don Politiquer­o iba a estar presente tratando, ¿cuándo no?, de llevar agua a su molino.

¿Qué se cree este tipo?, pensó. El hecho de que tenga aspiracion­es electorale­s no le da derecho a querer robarse el show siempre. Además, ni siquiera entiende la letra menuda de este asunto.

Un rótulo amarillo fosforesce­nte y el lento avance de los vehículos le avisaron a don Mezquino que estaba cerca de llegar a una rotonda en remodelaci­ón.

Mientras discutía con un chofer, a quien quiso adelantar por la fuerza, recordó que doña Lamento de van Buseta alega siempre en las reuniones que el tren amenaza su negocio.

Claro que debe sentirse intimidada, reflexiona él, con una nueva modalidad de servicio que la obligaría a ser más eficiente y transparen­te si no quiere perder pasajeros y dinero.

Un bloqueo organizado por don Trosquito, esporádico contertuli­o del club, para reclamar un merecido incentivo para viajar gratis en limusina, detuvo la marcha de don Mezquino.

Entonces, resignado porque ya no llegaría a la sesión, traicionó por un instante su naturaleza y bajó la voz para decir: “¡Qué vaina!, cuánta falta hace el dichoso trencito eléctrico”.

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