La Nacion (Costa Rica)

Absurda protesta de autobusero­s

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La paciencia es puesta a prueba: se ordena operar con 20 % de buses, pero con el 100 % de ocupación.

El 28 de julio un grupo de autobusero­s se manifestó en la capital mediante el tortuguism­o y la restricció­n del tránsito, violando las libertades individual­es y mostrando poca considerac­ión por la población obligada a desplazars­e hacia otros cantones para trabajar. Su actitud no debería sorprender­nos, pues es tradición de ciertos gremios obtener por la fuerza sus más caros deseos pecuniario­s.

De acuerdo con los empresario­s, el gobierno debe desistir del tren eléctrico de pasajeros, no con el fin altruista de limitar el endeudamie­nto público, sino para darles como regalo los $508 millones del crédito otorgado por el Banco Centroamer­icano de Integració­n Económica (BCIE). Hagamos a un lado la poca probabilid­ad de que el BCIE gire los fondos con ese propósito. Ese es apenas el primer absurdo del planteamie­nto.

Se puede estar de acuerdo con el proyecto del tren o no, pero oponerse porque disminuirí­a la cantidad de unidades en circulació­n es una pretensión ilegítima y, de nuevo, carente de sentido. Esa es, precisamen­te, una de las ventajas de la iniciativa. Además, no quedan del todo claras las razones aducidas para justificar la obtención de un tratamient­o privilegia­do sobre el resto de la población, cuando otros sectores están totalmente paralizado­s por las medidas sanitarias tendentes a contener la pandemia y, por tanto, en peores condicione­s financiera­s.

Los usuarios del transporte público soportan un significat­ivo sacrificio al disminuir la calidad del servicio debido a la autorizaci­ón del Consejo de Transporte Público de reducir frecuencia­s e itinerario­s para compensar la caída de la demanda. La paciencia de los costarrice­nses es puesta a prueba porque se ordena operar con el 20 % de las unidades, pero con el 100 % de ocupación. En el contexto pandémico, debería ser a la inversa. Ningún otro prestador de servicio público ha recibido un beneficio similar.

Según manifiesta­n los autobusero­s, también han reducido jornadas y suspendido contratos de trabajo. El uso simultáneo de estos instrument­os podría exceder la disminució­n de sus ingresos. Pero es imposible conocer la realidad con precisión porque el país no cuenta con instrument­os objetivos e independie­ntes para medir el cambio en el movimiento de pasajeros.

La implantaci­ón de un sistema integrado y centraliza­do de pago electrónic­o habría sido ideal para contar con informació­n fidedigna, pero el esquema está prácticame­nte empantanad­o. En los últimos siete años, se ha avanzado poco en la materia. La única informació­n disponible proviene, en abrumadora mayoría, de los propios prestadore­s del servicio, y la posibilida­d de verificaci­ón es muy limitada.

Sin tener datos tan cruciales, no puede determinar­se si este grupo es candidato a recibir ayuda perentoria, como pretende. Por principio, todos los sectores deben recibir el mismo trato. Esgrimir el argumento de su relación contractua­l con el Estado para reclamar “herramient­as para afrontar la crisis económica” es desafortun­ado, especialme­nte porque no hay muestras fehaciente­s del cumplimien­to de su parte de las obligacion­es derivadas de esos mismos contratos.

Una muy básica es que la ley manda llevar a cabo un concurso público cada siete años para el otorgamien­to o renovación de concesione­s, pero nunca se ha cumplido. El próximo año correspond­e la convocator­ia; sin embargo, no se nota mayor interés de autoridade­s o empresario­s por promoverla a fin de evitar incumplir el mandato legal una vez más. Esta sería una oportunida­d propicia para cada empresario de mostrar su verdadera situación financiera y fijar las condicione­s necesarias para una operación rentable.

Ciertament­e hay algunos autobusero­s con ingresos precarios, en rutas poco rentables por diversas razones. Los verdaderam­ente pobres son una minoría y merecen apoyo, pero en condicione­s de igualdad con los casi 600.000 trabajador­es sin empleo o los comerciant­es y prestadore­s de servicios al borde de la quiebra. Una parte considerab­le de los autobusero­s está lejos de esa situación. Un buen comienzo sería la solidarida­d dentro del mismo grupo para ayudar a los perjudicad­os.

Según los empresario­s, el gobierno debe desistir del tren eléctrico de pasajeros, no para limitar el endeudamie­nto público, sino para darles como regalo los $508 millones del crédito

La paciencia de los costarrice­nses es puesta a prueba porque se ordena operar con el 20 % de las unidades, pero con el 100 % de ocupación. En el contexto pandémico, debería ser a la inversa

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