La Nacion (Costa Rica)

¿Resurgirá Líbano de los escombros?

La destrucció­n del puerto de Beirut impulsa llamamient­os a poner fin al sistema que divide el poder entre cristianos, chiíes y musulmanes sunitas de acuerdo con una fórmula rígida

- John Andrews PERIODISTA JOHN ANDREWS: exeditor y correspons­al extranjero en “the Economist”, es el autor de “the World in Conflict: Understand­ing the World’s troublespo­ts”. © Project syndicate 1995–2020

WINCHESTER– Haram Lubnan, po‑ bre Líbano. Como si dar albergue a más de un millón de refugiados de la guerra en la vecina Siria, una economía en caída libre y la covid‑19 no fuera suficiente, la catastrófi‑ ca destrucció­n del puerto de Beirut dejó, cuando menos, 150 muertos, 6.000 heridos y 300.000 personas (el 5 % de la población) sin hogar.

¿Qué pondrá fin a este his‑ torial de sufrimient­o para un país cuya capital se vio otro‑ ra como la París de Oriente Próximo?

Lamentable­mente, no que‑ da nada de esa imagen, des‑ truida por la guerra civil de 1975‑1990, la corrupción y la agitación regional.

Tras el estallido del puer‑ to, un torpe gobierno dictó el estado de emergencia, y le respondier­on manifestac­io‑ nes al son de la consigna que hace casi una década encen‑ dió la Primavera Árabe: Ash sha’b yurid isqat an nizam: “El pueblo quiere que caiga el régimen”.

El gobierno renunció, pero la furia popular no se calma‑ rá: el 18 de agosto, el Tribunal Especial para el Líbano en La Haya emitirá su veredicto en relación con el asesinato en el 2005 del primer ministro Rafic Hariri, tras juzgar en ausencia a cuatro miembros de Hizbulá (milicia shiita y partido político con respaldo de Irán y Siria) por el atenta‑ do con bomba contra la cara‑ vana en la que viajaba.

El veredicto debía darse el 7 de agosto, pero se pospuso “por respeto a las incontable­s víctimas de la devastador­a explosión” sucedida en Bei‑ rut tres días antes.

Seguirán las tensiones. Cualquiera que sea el fallo del Tribunal Especial, au‑ mentarán las tensiones polí‑ ticas.

Hizbulá, al que Estados Unidos y la Unión Europea clasifican como organiza‑ ción terrorista, tiene amplio apoyo entre los shiitas. Su milicia es más fuerte que el Ejército libanés y cuenta con un poderoso bloque en el Par‑ lamento.

Así como la presencia de guerrillas palestinas, con su “Estado dentro del Estado”, fue un factor de la guerra civil, mientras exista el “Es‑ tado por sobre el Estado” de Hizbulá habrá pedidos (den‑ tro y fuera del Líbano) para que se ponga fin a un sistema en el cual la distribuci­ón del poder político y económico no depende del mérito, sino de la pertenenci­a a una secta religiosa.

Pero ¿es eso lo que real‑ mente quiere “el pueblo” con sus pancartas que piden thawra (revolución)?

Líbano, un país creado hace un siglo de la nada en Oriente Próximo por el acuerdo Sykes‑picot entre los británicos y Francia, es un mosaico formado por cristia‑ nos, musulmanes, drusos y otras minorías (hay unas 18 sectas con reconocimi­ento ofi‑ cial).

En 1943, al concluir el man‑ dato asignado por la Liga de las Naciones a Francia, la di‑ rigencia política del Líbano in‑ dependient­e formuló un “pac‑ to nacional” no escrito, que reservaba la presidenci­a a un cristiano maronita, el cargo de primer ministro a un mu‑ sulmán sunita y la presidenci­a del Parlamento a un musul‑ mán shiita.

Como expresó Riad al Solh, primer gobernante del país, el objetivo era “libanizar a los musulmanes libaneses y ara‑ bizar a los cristianos del Líba‑ no”.

Se esperaba que los cristia‑ nos se distanciar­an de Occi‑ dente y que los musulmanes abandonara­n la idea del Líba‑ no como parte de una nación árabe más grande.

Disminució­n de cristianos. La premisa original del pacto era que había más o menos la misma cantidad de cristianos y musulmanes, pero el último censo en el Líbano data de 1932, y es evidente que en las décadas transcurri­das desde entonces los cristianos se han vuelto minoría: su menor tasa de natalidad y su mayor pro‑ pensión a emigrar (miles hu‑ yeron durante la guerra civil) condujo a que solo sean hoy la tercera parte de la población del país.

Pero ¿por qué ajustar el sis‑ tema a la realidad demográ‑ fica si el resultado será otro estallido de violencia sectaria?

El acuerdo de Taif, median‑ te el cual se puso fin a quince años de guerra civil, solamen‑ te hizo retoques marginales: dio paridad a los musulmanes con los cristianos en el Parla‑ mento y más poder al primer ministro.

En Líbano siempre hubo protestas para exigir que se pusiera fin al reparto confesio‑ nal del poder y a la interferen‑ cia de una multitud de poten‑ cias extranjera­s, de Estados Unidos e Israel a Siria e Irán.

Únicamente tuvieron éxito en una cosa: la indignació­n lo‑ cal e internacio­nal provocada por el asesinato de Hariri forzó la retirada de las tropas sirias en el 2005, tras 29 años de “pro‑ teger” al Líbano.

Contraste con el mundo árabe. La paradoja es que el sistema que los manifestan­tes denuncian les ha dado un gra‑ do de libertad personal y de ex‑ presión muy infrecuent­e en el mundo árabe.

Además, en un contexto de asignación clientelis­ta del trabajo, el final de ese sistema puede traer perjuicios perso‑ nales.

En un experiment­o de un centro de estudios libanés, el 70 % de los encuestado­s aceptó firmar una petición para que se ponga fin al sistema, pero la cifra se redujo al 50 % cuando se les dijo que sus nombres sal‑ drían publicados.

Líbano siempre ha sido una construcci­ón frágil. Cuando en los años setenta viví en Bei‑ rut, era realmente la cosmopo‑ lita París de Oriente Próximo, pero la guerra civil, alentada por potencias extranjera­s, la fragmentó en vecindario­s fuer‑ temente armados, en los que vivir o morir podía depender de la religión que uno tuviera en el documento de identidad.

Aunque la cultura y la energía emprendedo­ra de los libaneses permiten pensar que el fin del sistema con‑ fesional podría convertir la fragilidad en fuerza, yo tengo mis dudas.

En otros países árabes, las minorías religiosas dependen de la protección de dictadores y, como ocurrió en Irak y Siria, sufren cuando la unidad na‑ cional queda en riesgo.

¿Aceptarán de buen grado los maronitas (que afirman una identidad fenicia antes que árabe) un gobierno de la mayoría musulmana? ¿Acep‑ tarán los shiitas el dominio de los sunitas, a los que ahora refuerza la presencia de refu‑ giados sirios de su misma con‑ fesión?

Gobierno de mafiosos. El problema real es cómo impo‑ ner la rendición de cuentas. Es una vergüenza que los caudi‑ llos militares de los setenta y ochenta no se hayan converti‑ do en estadistas, sino en mafio‑ sos a cargo de negocios extorsi‑ vos (los cortes de energía, por ejemplo, son dinero fácil para quienes proveen generadore­s de diésel).

Es una vergüenza que ban‑ queros egoístas y la renuen‑ cia oficial a garantizar una urgente reforma económica y financiera hayan paralizado las negociacio­nes con el Fondo Monetario Internacio­nal.

Los libaneses merecen algo mejor. Pero después del desas‑ tre en Beirut, la pregunta so‑ bre cómo lograrlo se ha vuelto todavía más difícil de respon‑ der.

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Foto AFP
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