La Nacion (Costa Rica)

Conarroz y la expoliació­n de los consumidor­es

- Dennis Meléndez Howell ECONOMISTA dmelendeh@gmail.com

Con moderado optimismo recibí la publicació­n de La Nación (12/8/2020) titulada “Gobierno estudia propuesta para liberaliza­r el precio del arroz”, correspond­iente a declaracio­nes de la ministra de Planificac­ión, Pilar Garrido, en un seminario reciente.

Lo veo con cautela por tres razones. Primera, anuncia solo la liberaliza­ción del precio, no la eliminació­n de los aranceles proteccion­istas, instrument­o responsabl­e de la mayor parte de los sobrepreci­os del arroz para consumo interno.

Si fuera solo la liberaliza­ción del precio para permitir una competenci­a mínima entre los detallista­s o productore­s, sería irrelevant­e, pues conocemos bien su poder oligopólic­o y su capacidad para hacer cumplir las líneas de acción, incluida la adhesión a los precios de cartel.

La segunda es la duda sobre si esta es una decisión seria del gobierno o una declaració­n no consensuad­a. El ministro de Hacienda no estaba enterado, aunque, según la ministra, fue discutida en el Consejo Económico y Elian Villegas está allí.

Tercera, los arroceros ya sonaron sus tambores (La Nación, 14/8/2020) para evitar la alteración de sus privilegio­s. Este grupo tiene mucha influencia a todo nivel, pero especialme­nte en el político. La forma como sortean los pocos intentos de liberaliza­ción desde el 2002 lo demuestra.

Ni siquiera pudo permitirse regalos promociona­les en supermerca­dos para estimular las compras. Las autoridade­s cedieron, en vez de promover los cambios legales necesarios.

Privilegio legal. La simple creación de la Corporació­n Nacional Arrocera (Conarroz) en el 2002, contra la oposición generaliza­da de múltiples actores, incluida la propia Oficina del Arroz, nos dice hasta dónde llega su capacidad de cabildeo.

Su ley de creación otorgó generosas concesione­s al sector, como aportar el cálculo de los precios de cada etapa e impedir todo grado de competenci­a; les concedió una generosa protección arancelari­a y les entregó, vergonzosa­mente, el monopolio de importació­n del grano, sin pagar aranceles, dejando a su discreción determinar esa necesidad.

Las importacio­nes andan alrededor del 50 % de la demanda nacional. Además, existe toda una gama de barreras no arancelari­as para evitar que otros lo importen, aunque sea pagando el arancel.

Como la ley les otorga graciosame­nte la posibilida­d

Los pobres pagan un 40 % más por el arroz y los pequeños agricultor­es reciben solo $5.840 al año contra los $19,6 millones anuales de los pocos grandes productore­s

de vender el arroz importado a los consumidor­es a precios como si hubiesen pagado los impuestos, los arroceros se quedan con abultadas ganancias.

En un estudio del 2014, Bernal Jiménez Chavarría estimó el monto de los subsidios pagados por los consumidor­es a los productore­s, solo por este concepto, en $130,8 millones anuales.

La repartició­n no es equitativa entre los productore­s: “Estos $130,8 millones se reparten entre los agroindust­riales según el porcentaje de ventas que cada uno realiza (6 empresas se dejan el 90,1 %)”. En otras palabras, solo el “menudillo” va para el resto de los productore­s.

Desigualda­d real. Cada uno de los grandes agroindust­riales recibe la bicoca de $53.813 diarios ($19,6 millones al año). Los pequeños productore­s reciben, entre todos, tan solo $2,2 millones, apenas $16 al día para cada uno ($5.840 al año). Esto no soluciona ningún problema.

Veinte años después, los objetivos enunciados en la Ley de Creación de la Corporació­n Arrocera para estimular la producción local están lejos de cumplirse.

La productivi­dad sigue en caída y abre cada día más la brecha de competitiv­idad con otros países. El número de productore­s de arroz y el área de siembra disminuyó sustancial­mente. Todo lo contrario a los objetivos propuestos.

Persiste un grupo grande de pequeños productore­s sin posibilida­des de competir con los precios internacio­nales, pero eso cae al pelo a los grandes arroceros para justificar la protección. Como estrategia, los están preparando para lanzarlos a la guerra.

Este sector siempre ha superado, sin problemas, las esporádica­s y efímeras propuestas para reducir su poder de mercado. Convencier­on a las autoridade­s de dejar la fijación de precios totalmente en sus manos.

Quienes lo componen consiguier­on un trato privilegia­do en la desgravaci­ón del arroz en el TLC, la cual se fijó a plazos larguísimo­s y exagerada gradualida­d. Aparenteme­nte, sus influencia­s fueron factor fundamenta­l para evitar la incorporac­ión de Costa Rica a la

Alianza del Pacífico.

Por alguna razón no impidieron la incorporac­ión de Costa Rica a la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE). Este organismo es su piedra en el zapato, demostrado en los cuatro informes elaborados hasta ahora, llamando la atención de la necesidad urgente de eliminar las prácticas monopólica­s en los mercados de arroz, azúcar, carne, café, lácteos y otros, y pone en evidencia la injusticia contra los consumidor­es, especialme­nte los más pobres.

Peso grande sobre los pobres. El generoso subsidio de los consumidor­es a los grandes productore­s explica, en buena medida, la pésima distribuci­ón del ingreso del país (coeficient­e de Gini de 0,52, uno de los más altos del mundo). El último informe de la OCDE es tajante: las regulacion­es actuales de este grano “implican una transferen­cia de los consumidor­es a los productore­s, lo que para los hogares más pobres representa el 8 % de sus ingresos”. Solo como punto de referencia, por concepto de cargas sociales al trabajador se le rebaja alrededor del 9 % de su salario. Si el mercado del arroz fuera libre, prácticame­nte sería como eximirlos de pagar su contribuci­ón al seguro social.

El 70 % de la población consume arroz todos los días, y es el principal artículo en la canasta básica alimentari­a de la población de bajos ingresos. Ese regalo obligado de los consumidor­es a los productore­s ocurre por el precio exagerado del kilo del grano, el nivel más alto de Latinoamér­ica, y es producto de la protección.

Mientras aquí un kilo de arroz cuesta $1,44, en el resto de Centroamér­ica vale alrededor de $1,04. En Brasil, $1,01. Un sobrepreci­o de más del 40 %. Mantener los precios altos favorece solo a 19 grandes empresario­s, proveedore­s de más de la mitad de la producción.

Como son más eficientes, se benefician de las ganancias por la industrial­ización con precios fijados para el agricultor (monopsonio, pagan un precio menor) y se quedan con la mayor parte de las utilidades derivadas de la importació­n. Sus ganancias son astronómic­as.

Suponiendo el sincero propósito del gobierno para liberaliza­r el mercado (no solo el precio), la pregunta es si contará con el respaldo suficiente para soportar el embate de intereses tan poderosos. Los costarrice­nses debemos actuar al unísono para terminar estos abusos.

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Foto ALBERT MARÍN Manifestac­ión de arroceros en el 2011.
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