Paradigma que debe revocarse
Es imperativo deconstruir esa nefasta configuración binaria que pone a los deportistas a dar patadas en la cancha, y a los artistas e intelectuales encerrados en una torre de cristal, tan alta y aislada, que apenas llega hasta ellos el vago rumor del mundo. Hay que acabar de una vez por todas con ese dualismo.
Ejemplos los hay por miles, pero me voy a limitar a uno solo: Ernest Hemingway, premio Pulitzer en 1953, premio Nobel en 1954, dueño de 28 laureles diversos, autor de El viejo hombre y el mar, Por quién doblan las campanas y Adiós a las armas era un fanático del boxeo, el alpinismo, las corridas de toros, la esgrima, el béisbol, los deportes ecuestres, y mil otras actividades físicamente extenuantes.
Solía ir a Pamplona y meterse en las sinuosas calles donde soltaban los toros el día de San Fermín, practicó la tauromaquia, y todos los deportes “machos” que se pueda uno imaginar. De los pasatiempos más civilizados decía que no eran siquiera deportes, sino “juegos para viejitas que se reúnen en las tardes a tomar té con pastitas”.
El campeón de ajedrez ruso Vasili Smislov era un notable tenor de ópera. El también señero ajedrecista Mark Taimanov era un pianista clásico de concierto. Philidor pertenece tanto a la historia de la música como a la del ajedrez. Cocteau y Picasso adoraban la tauromaquia y los deportes ecuestres. El poeta francés Arthur Cravan tuvo el tupé de desafiar a Jack Johnson -negrote colosal- a una pelea por el título mundial.
No me pregunten cómo, pero el hecho es que Cravan (un fifiriche) le aguantó cuatro asaltos al monstruo.
Así que abajo con la deletérea noción de que los deportistas no valen más que por sus cuerpos, y los intelectuales y artistas por sus mentes. Es una visión inexacta, maniquea, simplista, y le ha hecho mucho daño al mundo.
El intelectual y artista siempre tendrá una visión fresca, inédita y diferente de la que pueden ofrecernos los profesionales del deporte.