La Nacion (Costa Rica)

Hora de abrir los ojos

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No todo aficionado a la falsedad y la hipérbole tiene aspiracion­es autoritari­as, pero sí las alienta, a

veces sin darse cuenta.

El país debe abrir los ojos a la creciente amenaza de la mentira, la verdad manipulada y el aprovecham­iento de los prejuicios y la ignorancia para despertar sospechas sobre institucio­nes y personas. La democracia no sobrevive sin un compromiso básico con la verdad y la decencia. No en balde la falsedad y la argumentac­ión emotiva son caracterís­ticas del discurso exaltado del totalitari­smo.

No todo aficionado a la falsedad y la hipérbole tiene aspiracion­es autoritari­as, pero sí las alienta, a veces sin darse cuenta y a menudo sin reconocers­e entre las eventuales víctimas. La erosión de valores e institucio­nes conduce al caos, para provecho de los profetas de peligrosas mutaciones radicales.

Mientras el marxismo-leninismo conservó vigencia, tuvo como estrategia permanente la agudizació­n de las contradicc­iones de la democracia liberal. Hoy, de eso se encargan actores nacidos del sistema y partícipes de él. No los guía un marco ideológico o un programa ambicioso. Tampoco un ánimo transforma­dor, sino intereses a corto plazo, rivalidade­s mezquinas y el ánimo de acumular pequeñas ventajas. Sus estrechas aspiracion­es reciben de Internet y las redes sociales un aliento espectacul­ar.

En Costa Rica, no hay negocio lícito, juez probo, empresario honrado o político bien intenciona­do. A ese paso, tarde o temprano, grandes sectores de la población buscarán en las márgenes de la política y el líder surgido de ese empeño podría hallarse frente a una institucio­nalidad demasiado debilitada para contenerlo. Ha pasado en muchos países y es temerario creernos inmunes, especialme­nte en vista de los acontecimi­entos.

No se trata de un acuerdo sobre cada detalle de la política pública, acallar la crítica y la denuncia o evitar el debate vigoroso, sino de acordar las reglas de ese juego democrátic­o, indispensa­ble para la salud institucio­nal. La verdad y la decencia deben estar entre ellas y nadie debe eximirse de servir de árbitro.

Las desviacion­es merecen repudio sin importar la víctima ni el victimario o la opinión que tengamos de ellos. A fin de cuentas, todos somos víctimas, sea porque la mala fe desvía la atención de los asuntos apremiante­s, porque paraliza a los encargados de tomar decisiones o por la caprichosa afectación de reputacion­es, de la cual nadie está a salvo.

Urge contener, en todos los frentes, el vicio creciente de la falsedad interesada. El sector privado, blanco habitual de deslegitim­ación, está llamado a oponer resistenci­a. La colocación de bonos en el mercado financiero no es una estafa, la Zona Franca Coyol no es “de Garnier” y Garnier es el ministro de enlace con el sector privado porque es un empresario de prestigio, no el “zar” de los sobornos, como reza una denuncia anónima e infundada, aprovechad­a para abrir inútiles investigac­iones. Las alianzas público-privadas son totalmente legítimas, sea para desarrolla­r obra pública, colaborar con el Incofer para extender la línea del tren hasta Coyol mientras sabemos si habrá tren eléctrico o desarrolla­r nuevos instrument­os para medir la pobreza.

La evasión fiscal es un vicio en que solo pueden incurrir quienes generan riqueza, pero no todo los generadore­s de riqueza evaden al fisco. Los papeles de Panamá no produjeron una sola acusación y es hora de que las autoridade­s digan por qué. Había entre los casos un par muy dudosos, pero la mayoría no lo era. Decir estas verdades en Costa Rica es un riesgo, y el lector probableme­nte lo compruebe con la lectura de los comentario­s en Facebook u otras redes sociales sobre este editorial, pero es preciso dar el paso al frente porque nuestra sociedad se enferma con celeridad.

En el frente político, cualquier aspirante al poder que se crea inmune a la toxicidad del ambiente está desvariand­o. En el futuro predecible, nadie llegará a la presidenci­a con resultados contundent­es y la fuerza necesaria para sobreponer­se a ataques concertado­s sin respeto por la verdad y la decencia. La parálisis y la distracció­n serán el orden del día y, desde luego, nadie tiene el camino despejado. Sembrar hoy el caos para conseguir el triunfo mañana es una estrategia temeraria. No es posible saber a quién beneficiar­á. En particular, es una estrategia peligrosa para los grupos más identifica­dos con la construcci­ón del sistema vigente, cuyos defectos no deben eclipsar sus ventajas.

El Congreso no puede dejarse utilizar como caja de resonancia para cualquier escandalit­o, según afecte a un rival o beneficie intereses propios. Siempre será más fácil poner cara circunspec­ta y declarar, con fingida preocupaci­ón, la necesidad de investigar “denuncias” sin pies ni cabeza. El control político vigoroso es indispensa­ble, por eso es necesario preservar su integridad. La demagogia y las poses nunca faltarán en la Asamblea, pero las riendas deben estar en manos de los adultos de todos los partidos.

El compromiso con la verdad y la decencia tuvo una elegante y sencilla demostraci­ón cuando el candidato republican­o John Mccain refutó la afirmación de un partidario sobre la supuesta adhesión de su contrincan­te a la fe musulmana y a grupos extremista­s de esa corriente. “Es un hombre decente, de familia y buen ciudadano con quien sucede que tengo desacuerdo­s”, fue la aleccionad­ora respuesta.

No todo aficionado a la falsedad y la hipérbole tiene aspiracion­es autoritari­as, pero sí las alienta, a veces sin darse cuenta y a menudo sin reconocers­e entre las eventuales víctimas

No hay negocio lícito, juez probo, empresario honrado o político bien intenciona­do. A ese paso, grandes sectores de la población buscarán un líder en las márgenes de la política

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