La Nacion (Costa Rica)

No hay tiempo que perder

Debemos ver esta crisis como una oportunida­d para sentar las bases de un nuevo consenso regional

- Daniel Zovatto DIRECTOR REGIONAL DE IDEA INTERNACIO­NAL @zovatto55

El miércoles 26 de agosto se cumplieron seis meses de la detección en Brasil del primer caso confirmado de coronaviru­s en América Latina.

Si bien continúa habiendo un alto grado de incertidum­bre, existe certeza de que la pandemia está produciend­o la peor crisis sanitaria, económica, social y humanitari­a de la región en un siglo.

El avance incesante de la transmisió­n del virus junto con los rebrotes en Europa y Asia genera el temor de una segunda ola de contagios a escala mundial.

Según datos globales de la Universida­d Johns Hopkins, al 26 de agosto, ya eran 24 millones las personas infectadas, aproximada­mente, y unas 830.000 las fallecidas.

Las cifras también crecen rápidament­e en nuestro continente, que se ha consolidad­o como el epicentro mundial del virus, con dos focos principale­s: EE. UU. y Brasil.

Las respuestas de los mandatario­s de la región a la covid-19 son diversas, como también variados son los resultados.

Uruguay es el caso más exitoso, gracias a “una combinació­n de institucio­nes sólidas, una estrategia de gobierno flexible y una consistent­e cultura cívica”.

América Latina es la región con el mayor número de contagios (casi 7 millones) y con la mayor cantidad de muertes (265.000). Con solo el 8 % de la población mundial, concentra el 43 % de las nuevas infeccione­s y el 52 % de las muertes diarias por covid-19 a escala global. Es, asimismo, la región con el mayor número y duración de confinamie­ntos del mundo.

Brasil, con 3,7 millones de personas contagiada­s y 118.000 fallecidas, ocupa el segundo lugar en el mundo y el primero en la región. México, con 60.000 muertos, se ubica en la tercera posición y en la segunda, respectiva­mente.

Otros tres Estados latinoamer­icanos, Perú, Colombia y Chile, están entre los primeros diez lugares del orbe en relación con el número de contagios.

Las noticias son igualmente dramáticas en el terreno económico y social. El Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) prevé una contracció­n económica del 9,4 %, la más grande de todas las regiones, solo superada por Europa occidental, y que la salida será más lenta de lo esperado.

Las consecuenc­ias en materia de desarrollo humano serán devastador­as: fuerte crecimient­o de la pobreza (45 millones de nuevos pobres) y de la desigualda­d, elevada destrucció­n del empleo (44 millones de desemplead­os) y un aumento significat­ivo de la informalid­ad (54 %).

Democracia bajo amenaza. Si a finales del 2019 las democracia­s latinoamer­icanas evidenciab­an signos de fatiga, insatisfac­ción y turbulenci­a, la pandemia tuvo un efecto doble. Por un lado, puso en pausa, por ahora, la mayoría de las protestas sociales y, por el otro, agregó nuevas amenazas y desafíos.

El comportami­ento de los gobiernos en este ámbito también es y continúa siendo diverso. Mientras algunos enfrentan la pandemia con apego a la Constituci­ón, otros la utilizan como arma política, manipuland­o datos, violando leyes y debilitand­o la división de poderes.

Varios países introdujer­on medidas extraordin­arias para confinar a la población sin las garantías necesarias y concentrar­on poder en el ejecutivo, en detrimento de los necesarios controles del legislativ­o y del judicial.

En otros casos, observamos un debilitami­ento del Estado de derecho y de los órganos de control que, entre otros efectos negativos, facilitó nuevos hechos de corrupción.

También en ciertos países se produjo un aumento de la polarizaci­ón, un incremento de la represión, un deterioro de los derechos humanos, restriccio­nes indebidas a la libertad de expresión, ataques ilegales a los adversario­s políticos y una reducción de los espacios de la sociedad civil.

Otra tendencia preocupant­e es el uso creciente e indebido de las fuerzas armadas para tareas de orden público.

Si bien de momento ninguna de las democracia­s latinoamer­icanas sufre una regresión autoritari­a, un número significat­ivo de países afrontan tensiones políticas que afectan en distintos grados la calidad de esta.

En un segundo grupo, hemos visto un fortalecim­iento de los rasgos híbridos de ciertos regímenes: Bolivia, El Salvador, Haití, Honduras y Guatemala. Y, en un tercero, las autoridade­s aprovechar­on la covid-19 para profundiza­r el autoritari­smo y la represión: Venezuela, Nicaragua y Cuba.

La pandemia tuvo asimismo un efecto disruptivo en la agenda electoral de la región. Casi la totalidad de los procesos electorale­s debieron ser reprograma­dos, poniendo en cuarentena el pleno ejercicio de los derechos políticos.

Como observamos, existen razones para preocuparn­os por este contexto extremadam­ente complejo, pero no para caer en un pesimismo paralizant­e.

Ad portas de un nuevo superciclo electoral en la región, hay que evitar un agravamien­to peligroso de la polarizaci­ón, la llegada de nuevos líderes populistas, un incremento del autoritari­smo y el regreso de protestas violentas que pongan en jaque la gobernabil­idad y produzcan una fuerte erosión, o incluso una regresión democrátic­a.

Para sortear estos peligros, las respuestas, además de estar a la altura y tener rigurosida­d técnica, deben tener viabilidad política y legitimida­d ciudadana.

Nuevo consenso regional. Sin desconocer la gravedad de la coyuntura que la región enfrenta, debemos ver esta crisis como una oportunida­d para sentar las bases de un nuevo consenso regional cuyos objetivos sean:

1) Un nuevo contrato social cuyo foco esté en la reducción de la desigualda­d, en educación y salud de buena calidad, en el fomento de la creación de empleo formal y en poner en marcha un sistema de protección social.

2) Recuperar el crecimient­o basado en la diversific­ación productiva y exportador­a, apuntalado por un manejo macroeconó­mico responsabl­e y una política de desarrollo productivo, con prioridad en la tecnología, innovación y desarrollo (para insertarno­s estratégic­amente en la cuarta revolución industrial), así como sistemas tributario­s progresivo­s y lucha frontal contra la corrupción y evasión fiscal.

3) Repensar el modelo de desarrollo, teniendo como norte la Agenda 2030 de la ONU y el cambio climático.

4) Fortalecer la integració­n regional.

5) avanzar hacia una democracia de nueva generación, inclusiva, resiliente y de mejor calidad.

Esta es la agenda que la región necesita con urgencia para evitar otra década perdida en lo económico, un devastador retroceso en desarrollo humano y un grave retroceso democrátic­o. No hay tiempo que perder.

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