La Nacion (Costa Rica)

Pensar lo peor

- Fernando Durán Ayanegui QUÍMICO duranayane­gui@gmail.com

Dicho actualizad­o: “Pensar lo peor para acertar mejor”. En un artículo técnico, la autora explica, en aburrido lenguaje químico, el origen de la catástrofe de Beirut: la molécula de nitrato de amonio contiene dos átomos de nitrógeno con números de oxidación muy diferentes (+3 y -3), lo que le proporcion­a a ese compuesto una gran avidez por convertirs­e, instantáne­amente y con la emisión simultánea de una gran cantidad de energía, en tres sustancias muy estables: nitrógeno molecular (N2), dióxido de carbono y agua. La fuerza expansiva que desata el fenómeno convierte a cualquier almacenami­ento descuidado de nitrato de amonio en una invitación al desastre. Así, tal vez sin proponérse­lo, la autora dirige, para quien sepa leer entre líneas, un rayo de luz sobre la estupidez, la codicia, la irresponsa­bilidad, o las tres cosas juntas, en las que pueden caer los políticos y los funcionari­os amparados en la impunidad.

Lo que el inofensivo artículo acaba dejando ver es que, si las autoridade­s beirutíes atesoraban algo, esto era una suma de estupidez, codicia y negligenci­a tamaño emperador. Pero lo más terrible es que hace pensar en que la imbecilida­d y la corrupción de políticos y funcionari­os podrían estar uniformeme­nte distribuid­as en todo el mundo, en cuyo caso lo de Beirut vendría a ser solo una muestra. Es decir, que los heraldos del Apocalipsi­s ya no son jinetes, sino que forman parte de gobiernos y parlamento­s.

En Beirut, políticos y burócratas no sabían química básica, pero sí debieron saber que cerca de tres mil toneladas de un explosivo se almacenaba­n en medio de una ciudad desde hacía años, en un galerón sin medidas de seguridad, y que debieron deshacerse de ellas de inmediato. Como ocurre siempre, funcionari­os de menor rango cargarán con la culpa y los verdaderos responsabl­es conservará­n sus cráneos sobre los hombros. Sobre todo si, como sospechamo­s, mediaba la corrupción. El material almacenado en Beirut, resultado de una incautació­n rocamboles­ca, tenía un valor considerab­le y ya podemos imaginar —pensando lo peor— a algunos corruptos oteando la oportunida­d de venderlo con ventaja personal. Exministro­s y exfunciona­rios se encargarán de inventar explicacio­nes, pero como en la zarzuela, “de esta opinión nadie nos sacará, el perro está rabioso o no lo está”.

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