La Nacion (Costa Rica)

El viaje de la escoba

- Dorelia Barahona ESCRITORA Y FILÓSOFA doreliasen­da@gmail.com

De todos los objetos de la casa no hay quien viaje más por los cuartos que una escoba. Todos los rincones de la casa le son conocidos, y tarde o temprano termina su recorrido en el puerto del cuarto de pilas o la lavandería.

Todos hemos barrido en una acción mecánica de apuñar el polvo y la basura frente a una pala gracias a Shakers, que en el siglo XIX la cambió de redonda a plana.

Las manos dan cuenta de su utilidad cuando se mueven y armonizan con su sistema. Un grupo de cerdas plásticas o vegetales, antes sorgo, coronadas por un trozo de madera y un palo circular, siguen acomodando, en su baile, vidrios rotos, hebras, pelos, monedas y hasta anillos.

No todos tocamos violín, pero sí hombres y mujeres tocamos la escoba en algún momento. Y aunque algunas personas dicen que vuelan sobre ellas las noches de luna, por lo general son, más bien, un polo a tierra que nos recuerda el valor del trabajo de las manos y de la vida doméstica. Valor que ejemplific­o con este maravillos­o poema de Neruda, que transcribo en parte: “Me declaro culpable de / no haber hecho / con estas manos que me dieron, / una escoba.// ¿Por qué no hice una escoba? // ¿Por qué me dieron manos? // ¿Para qué sirvieron / si solo vi el rumor del cereal, / si solo tuve oídos para el viento / y no recogí el hilo / de la escoba, / verde aún en la tierra, / y no puse a secar los tallos tiernos / y no los pude unir / en un haz áureo, / y no junté una caña de madera / a la falda amarilla / hasta dar una escoba / a los caminos? // Así fue: / no sé cómo, / se me pasó la vida / sin aprender, sin ver, / sin recoger y unir / los elementos”.

Compañeros. La escoba es el recuerdo de la tierra y el cielo dentro de nuestras casas y, por lo general, hace pareja con el trapo para el piso, descansand­o ambos en el cuarto de pilas o en la lavandería. Un lugar para el reposo también de las herramient­as y las máquinas.

La lavadora, inventada por Alva Fisher en 1901, inicia y termina sus ciclos allí; la plancha, aunque ya existía de carbón en 1882, la inventa, en su versión eléctrica, W. Seely, para estirar los tejidos y fijar los pliegues.

A veces se cose allí mismo, si se tiene una máquina, de la misma manera que se cosía en 1750 y se corta madera con una caladora o sierra de vaivén, si no es que solo permanecen en remojo pañuelos y medias dentro de una palangana esperando el nuevo día.

Cuarto misterioso. Pero puede haber de todo en ese último cuarto. Desde una colección de herramient­as nuevas hasta piezas para repuestos viejas e incompleta­s, porque ya cumplieron su función, pero permanecen allí, junto a la escoba, por si acaso son necesarias en el futuro. Todo sirve, como dicen.

Es el cuarto misterioso de las casas. Algo así como el inconscien­te colectivo que habita en sus dueños, donde se expresan las relaciones con el dinero, el tiempo, los oficios y las manos.

Pliegos de lija que sobraron del último arreglo cuando alguien se fue, alguien vino o todos se mudaron. Trapos para el piso que fueron antes camisetas, pedazos de paño, partes del cuidado que envejecier­on con nosotros.

Sobros de pintura, de aguarrás, brochas medio secas, cera para autos, limpiavidr­ios, desatorado­res, siliconas y aceites aguardan el uso y la utopía.

También máquinas secadoras de ropa que suenan como jets, aspiradora­s tubulares de última generación, o simples plumeros de aves muertas hace tiempo, dan cuenta de cómo está de limpia una casa, de cuánto cuesta en artefactos y artilugios, y de cómo se administra el tiempo de ocupación de quienes la habitan.

Por los estantes podemos ver martillos, serruchos y taladros, abriéndose paso junto a rollos de alambre, cepillos de

Las manos dan cuenta de su utilidad cuando se mueven y armonizan con su sistema

metal, tijeras y algún calcetín sin pareja como si se tratara de la misma, compleja y diversa vida social.

No es raro que guarden secretos y escondan tesoros estos lugares donde, más que negociar y hablar, se procede.

Un conejo, una zapatilla de cristal, un disfraz de fantasma o una escoba puesta boca arriba, para que alguien se vaya pronto o para que llueva arando el cielo, pueden aparecer cualquier día, como pueden desaparece­r, por arte de magia, las pequeñas cosas valiosas dentro de un maletín de un ladrón. Sí, la escoba sigue allí, apuntada como siempre al próximo baile.

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