La Nacion (Costa Rica)

Un siglo XXI con estructura de los 40

El Estado se ha ensanchado, pero mantiene las viejas formas de organizaci­ón

- Víctor Chacón Rodríguez economista vchacon.cr@gmail.com

Ante la obra de Rafael Ángel Calderón Guardia y José Figueres Ferrer, hay que quitarse el sombrero, pero evidenteme­nte la población es hoy más numerosa y compleja; el entorno económico y tecnológic­o, diametralm­ente diferentes.

La sencilla red institucio­nal y su organizaci­ón interna respondían a las necesidade­s de aquel momento. La población del país, por ejemplo, no llegaba a 700.000 personas a finales de 1940, muy lejos de los 5,5 millones de hoy.

Durante todo ese tiempo, y en vista del creciente reto social, la solución consistió en aumentar la cantidad de institucio­nes (unas 300, según el Mideplán) y la planilla estatal.

Los presupuest­os para soportarla­s se cubren mayormente con impuestos, cargas sociales y endeudamie­nto público.

Así, el Estado se ha ensanchado, pero mantiene las viejas formas de organizaci­ón. Por intereses particular­es y el defecto de esperar a que se aclaren los nublados, los cambios estructura­les se fueron postergand­o, pellizcand­o más impuestos por acá y más deuda por allá. Y estalló en el peor momento.

La urgencia de la covid-19. Llevados al límite, los índices fiscales y de endeudamie­nto conceden pocos grados de acción al gobierno. La actividad productiva se contrajo a niveles solo vistos hace 40 años y el desempleo muestra tendencias de vértigo.

El gobierno propone una reducción parcial de jornada en estratos altos de la planilla estatal, recorte de gastos, nuevos impuestos y endeudamie­nto con multilater­ales en condicione­s favorables, pero está obligado a reestructu­rar el Estado.

Aunque las medidas enfrentan oposición de los afectados, no hay alternativ­a inmediata y seria. Por esperar a que se despejaran los nublados del aparato estatal, ahora el problema debe abordarse sin dilación.

Se trata de identifica­r el Estado que necesitamo­s y podamos sostener sin ahogarnos nuevamente, y que el proceso de transforma­ción lo llevemos ordenadame­nte, pero no eternament­e. De introducir elementos de eficiencia en lo público y de competenci­a en lo privado, pues ambos explican nuestro alto costo de vida, como concluye la OCDE.

Sería ilógico negar que algunas institucio­nes hace tiempo perdieron motivo de existencia, mientras faltan, por ejemplo, inspectore­s laborales, migratorio­s, sanitarios, ambientale­s y tributario­s para traer a cuentas a quienes operan al margen del andamiaje legal.

Dos situacione­s. Si el Código de Trabajo es el listón de referencia, algunas empresas están injustamen­te pasando por debajo, mientras algunas entidades públicas —no todas— se las ingenian para pasarlo a niveles muy superiores, con un alto peso en el presupuest­o estatal o en las tarifas que pagamos con bastante sacrificio, y aún más los sectores vulnerable­s. Sería hipócrita no reconocer ambas situacione­s.

Quiero un estado benefactor, pero la cambiante realidad exige formas diferentes a las concebidas siete décadas atrás.

Ponderemos que las capacidade­s tanto del Estado como del sector productivo, una vez superada la pandemia, quedarán disminuida­s.

En el sector privado algunos satanizan el tamaño y costo del aparato estatal. A este lo necesitamo­s, pero eficiente. En el sector público ciertos grupos satanizan la palabra empresa, pero estas son la base de la generación de empleo, ingreso, divisas y desarrollo económico.

Una nueva expresión de la reforma social de finales de los cuarenta necesariam­ente demanda alianzas y compromiso­s de ambos sectores. Sería injusto negar que la tarea es imposterga­ble.

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