La Nacion (Costa Rica)

Vuelta atrás

Durante largo tiempo he tenido en mente una poesía que atribuyo a Dickinson, la he buscado, pero no la encuentro

- Carlos Arguedas R. exmagistra­do carguedasr@dpilegal.com

Es natural que, dadas las presentes circunstan­cias, me venga a la cabeza la figura de la reclusa perpetua, la poeta estadounid­ense Emily Dickinson (1830-1886).

Uno de sus amigos, que tuvo correspond­encia con ella durante muchos años, pero que solo la vio en un par de ocasiones cara a cara, dice que era una reclusa por temperamen­to y hábito, que ciertament­e gastó años sin ir más lejos que la puerta de calle, y muchos más durante los que sus caminatas se limitaron estrictame­nte a los jardines de la casa de su padre.

A esta cruda reclusión sometió también su obra poética. A pesar de su abundancia, con gran dificultad fue persuadida de publicar, durante su vida, acaso tres o cuatro poemas.

“Yo nunca he visto un páramo, / yo nunca he visto el mar”, escribe en uno de ellos; pero su imaginació­n o su sensibilid­ad suplían su inexperien­cia: a pesar de esto, agrega, “sé cómo es el brezo / y el rizo de las olas”.

Cuando le reclamo a mi memoria inexactitu­d o error, me contesta que no todo tiene que ser verdad. Puro sentido común.

Durante largo tiempo he tenido en mente una poesía que atribuyo a Dickinson: en ese texto, la poeta, ya muerta, regresa a casa mucho tiempo después y se dispone a llamar a la puerta, pero piensa cuánto y cómo habrán cambiado sus seres queridos, si todavía viven ahí: ¿Conservará­n su recuerdo, la reconocerá­n, cómo la recibirán? Temerosa de lo que pueda encontrar, se retira sin llamar.

Ese texto, ¿lo escribió realmente Dickinson? ¿Es, más bien, obra de otro autor? ¿Es así, como lo digo? ¿Es cierto que existe, aunque con un matiz, un sesgo o un sentido diferentes? Tal vez, simplement­e lo he inventado yo.

La verdad es que lo he buscado por años en diferentes ediciones de su poesía reunida, y o lo he pasado por alto o el poema no se debe a ella, pero no lo he encontrado.

En fin, los enlaces asociativo­s de la memoria son de lo más engañosos, pero, sobre todo, son exasperant­es. Este es el motivo por el cual escribo esto: hay un estrecho margen de probabilid­ad de que alguien que lo lea, con mejor seso, me ayude a salir de la incertidum­bre.

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Tomada de Https://www.emilydicki­nsonmuseum.org/
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