La Nacion (Costa Rica)

Campo minado

- Eduardo Ulibarri Periodista Y Analista radarcosta­rica@gmail.com

Cuando el número de minas explosivas que nos rodea ha llegado al máximo en seis meses, los estrategas nos han dicho “salgan a caminar, pero háganlo con mucho cuidado”. No sabemos qué pasará a partir de ahora; sin embargo, si con menos gente en el terreno las víctimas no dejaron de aumentar, con más es virtualmen­te imposible que el incremento se detenga.

No uso la analogía para dramatizar, sino para ilustrar la nueva coyuntura pandémica en que nos encontramo­s. Luce paradójico que, precisamen­te cuando su impacto crece, nuestras autoridade­s opten por mucha mayor apertura. Otros países, sobre todo europeos, abrieron al bajar los casos, que entonces comenzaron a subir de nuevo. Aquí estamos haciéndolo en el apogeo de los contagios. ¿Irresponsa­bilidad? No lo creo. Se trata, simple y crudamente, de que se agotan las opciones. Como nuestra capacidad de aguante económico y social parece estar llegando a su fin, al gobierno no le ha quedado otra que asumir un gran riesgo sanitario para evitar un desplome generaliza­do. Las consecuenc­ias están por verse.

Hay tres componente­s visibles de esta gran apuesta: 1) que el sistema hospitalar­io sea capaz de absorber los casos; 2) que las personas, empresas e institucio­nes, por sí mismas, nos cuidemos; y 3) que una serie de instancias locales asuman con éxito tareas que el Gobierno Central ya no puede atender. Lo que no se percibe tan claramente es la estrategia de pruebas y trazado de contagios; de análisis de datos y criterios para decidir cuándo, por qué y dónde intervenir. Tampoco, de comunicaci­ón diferencia­da.

En las etapas iniciales de la covid-19, George Lowenstein, profesor de Economía y Psicología en la Universida­d Carnegie Mellon, en Estados Unidos, replanteó el aparente conflicto entre salud y economía así: “Puede ser una falsa dicotomía, porque no entendemos bien el impacto de una severa depresión (económica) en las vidas humanas”. También, añado, en la estabilida­d política y social. Alrededor de esto gira el gran desafío de nuestro país. Para afrontarlo, el papel del Estado como guía, estratega, coordinado­r y fuente de autoridad es irreemplaz­able. Pero no debemos descuidar nuestras enormes responsabi­lidades personales, y la conciencia de que, en última instancia, las minas solo explotan si alguien las pisa.

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