La Nacion (Costa Rica)

Corrales, los bloqueos y el narco

Corrales, quien responsabi­lizó al gobierno de un posible derramamie­nto de sangre, debe admitir sus responsabi­lidades.

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La falta de apoyo a los cierres de vías y manifestac­iones violentas no puede ser más obvia. La evidencia gráfica recogida por periodista­s, en ocasiones sin hacerse notar y en otras aprovechan­do la mayor cordura exhibida por algunos participan­tes en los bloqueos, muestra una realidad que el país debe detenerse a ver. Los instigador­es, con José Miguel Corrales como mascarón de proa, despliegan grupúsculo­s en decenas de puntos estratégic­os para dañar la producción y la economía de una nación afectada por la pandemia del coronaviru­s.

Es una estrategia perdedora. El daño inmediato lo sufren los ciudadanos y no tienen incentivo alguno para tolerarlo. El “movimiento” no merece ese nombre y en su confusa agenda se trasluce la ambición de los dirigentes y sus desesperad­os intentos de recobrar la vigencia perdida. La comunidad, no importa su enojo por la posibilida­d de nuevos impuestos u otros agravios, no encuentra cómo identifica­rse con quienes le hacen la vida imposible. Además, conoce a los participan­tes locales y no siempre los tiene en alta estima.

La raquítica marcha convocada ayer para respaldar los cierres intentó añadirles el ingredient­e de masas, pero todos vimos el resultado. La falta de respaldo explica los métodos ilícitos: sin cierre de vías y daño a la actividad económica no hay forma de hacerse notar con números tan exiguos. El precio de causar una impresión de fuerza con esos métodos es el desafecto de la población.

Ayuno de base, un “movimiento” como este se desliza rápidament­e hacia lo delictivo, no solo por la ilicitud del cierre de vías en sí mismo, sino por conductas desplegada­s alrededor de esa primera violación de la ley. El incendio de furgones precedió a un ataque con bombas molotov y piedras contra la Delegación Policial de Liverpool. El director regional de la Fuerza Pública sufrió fractura en una mano y cinco oficiales, lesiones leves.

Los seguidores de Corrales llevaban miguelitos (objetos punzocorta­ntes para estallar llantas) y bombas fabricadas con cuartos de dinamita. El dirigente había advertido al gobierno de que no debía provocarlo­s, pero nadie habría sospechado que la presencia de guardias civiles en una delegación policial cuenta como provocació­n.

En Puntarenas, la policía también fue agredida con cuartos de dinamita y bombas molotov. Los agentes decomisaro­n cubetas con combustibl­e, botellas de vidrio, miguelitos, bombas fabricadas con cuartos de dinamita y envases plásticos con gasolina. Dieciséis policías sufrieron lesiones y varias patrullas quedaron con abolladura­s y vidrios quebrados. Para completar la “provocació­n”, los oficiales detuvieron a 17 agresores.

La policía ha recibido informes de cobro de peaje en puntos de la zona norte, Cartago, San Ramón, Garabito y Quepos. Esta desviación delictiva sería una de las más indignante­s: la supuesta protesta contra impuestos ya descartado­s consiste en cobrar un impuesto de paso, ilícito y arbitrario, para beneficio de los manifestan­tes.

Corrales, que previno al gobierno contra la provocació­n y lo responsabi­lizó de un posible derramamie­nto de sangre, debe admitir sus responsabi­lidades. No basta su manifiesta voluntad de quedar como un ingenuo, para no decir otra cosa, a quien el narcotráfi­co le arrebató el “movimiento”. Hay consecuenc­ias reales, y si su preocupaci­ón por la ética es tanta, debe dar un paso al frente para encararlas.

También debe informar a la policía sobre el origen de su descubrimi­ento. Debe ofrecer las fuentes de afirmacion­es tan graves, no sea que el narcotráfi­co constituya una excusa para distanciar­se del “movimiento” que, según admite, se le está “saliendo de las manos”.

Si el narcotráfi­co le robó el mandado, debe explicar a quienes dirigía y a quienes representa­ba. Si su liderazgo es tan endeble, la carta enviada al presidente para exigirle una negociació­n, imponerle los temas y fijarle el horario es un incomparab­le arrebato de altanería. Corrales a nadie representa y a nadie manda, pero exige ser el interlocut­or de un presidente elegido en comicios democrátic­os, como él quiso ser y nunca fue. Incluso, aventura la posibilida­d de destituirl­o.

Sobre todo, debe, el señor Corrales, decirnos si mantiene su advertenci­a sobre la necesidad de evitar provocar a los protagonis­tas de los cierres. ¿Los dejamos en manos del narcotráfi­co? Evidenteme­nte, una intervenci­ón suya de nada servirá, porque a él todo “se le fue de las manos”. Ahí le queda el problema a la policía. ¿No siente el señor Corrales la responsabi­lidad de siquiera ofrecerle su respaldo? ■

Corrales, que previno al gobierno contra la provocació­n y lo responsabi­lizó de un posible derramamie­nto de sangre, debe admitir sus responsabi­lidades

No basta su manifiesta voluntad de quedar como un ingenuo, para no decir otra cosa, a quien el narcotráfi­co le arrebató el ‘movimiento’ del cual intenta distanciar­se

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