Carne es caos
Debemos utilizar el conocimiento que ya tenemos para transformar los sistemas agrícolas y alimentarios, o enfrentar una época prolongada de contagio y estancamiento económico
BERLÍN– El siste‑ ma de producción industrial de car‑ ne está fuera de control. Además de su aporte a la destrucción del clima, la biodiversidad, el suelo y los bosques, también amenaza la salud de las per‑ sonas.
Antes de la pandemia de covid‑19, casi nadie prestaba atención a las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) acerca de las enfermedades zoonóticas, causadas por patógenos que se transmiten de animales a humanos.
Lo mismo ocurre con la re‑ sistencia a antibióticos, otra amenaza sanitaria global muy vinculada con la pro‑ ducción de carne.
La Organización Mundial de Sanidad Animal calcula que el 60 % de las enfermeda‑ des infecciosas en seres hu‑ manos son zoonóticas.
Y, según un trabajo pu‑ blicado el año pasado en la revista Nature, el crecimien‑ to de la población mundial y cambios en las pautas de con‑ sumo seguirán aumentando esa cifra.
A lo anterior se suman otros factores, como los cam‑ bios en el uso de la tierra, por ejemplo la deforestación y la conversión a campos de cul‑ tivo.
La actividad humana ha alterado el 75 % de la superfi‑ cie sólida del planeta, más de un tercio de la cual se destina a actividades agrícolas como cultivo y pastoreo, y estas ci‑ fras no paran de crecer.
Al intervenir en los ecosis‑ temas naturales, desequili‑ brarlos y reducir los hábitats de vida silvestre, estamos al‑ terando la relación simbióti‑ ca que existió durante miles de años entre la humanidad y la naturaleza.
Ya es bien sabido que el retroceso de los hábitats naturales, el aumento de la presencia humana y la mul‑ tiplicación de animales de crianza incrementan el ries‑ go de transmisión de enfer‑ medades zoonóticas.
Un trabajo publicado en Nature Sustainability mues‑ tra que aproximadamente el 25 % de las enfermedades infecciosas y el 50 % de las in‑ fecciosas zoonóticas en seres humanos pueden vincularse con la agricultura.
Las cifras van a empeorar al seguir expandiéndose la agroganadería industrial y las prácticas de monocultivo.
Otro factor pernicioso de‑ bido al cambio del uso de la tierra en todo el mundo es la producción de forraje. Por ejemplo, ya hay más de 120 millones de hectáreas (3,5 ve‑ ces el tamaño de Alemania) de cultivos de soya, princi‑ pal fuente de proteína para la producción industrial de carne.
La OMS y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricul‑ tura (FAO, por sus siglas en inglés) llevan tiempo alertan‑ do sobre el riesgo de pande‑ mias implícito en la ganade‑ ría industrial.
En los últimos cincuenta años, la población mundial se duplicó, pero la producción mundial de carne creció más del triple.
Hoy se consumen en todo el mundo unos 300 millones de toneladas de carne. Se calcula que en el 2017 había 1.500 mi‑ llones de vacas, 1.000 millones de cerdos, 23.000 millones de aves de corral y 2.000 millones de ovejas y cabras.
Es común que se tenga a estos animales encerrados por miles en espacios pequeños, lo que facilita la transmisión de enfermedades (incluidas las gripes aviar y porcina).
Un panel científico sobre gripe aviar y aves salvajes creado por las Naciones Uni‑ das está convencido de que no solo las aves salvajes y migra‑ torias son vectores de virus gripales altamente contagio‑ sos, sino que estos virus tam‑ bién se encuentran en aves de granja que pueden contagiar a las primeras.
En el 2016 el panel publicó una declaración que señala: “No hay pruebas convincen‑ tes de la existencia de meca‑ nismos o de especies de aves salvajes que puedan transmi‑ tir cepas del virus de la gripe aviar altamente patogénica H5N8 sin que los portadores mismos mueran durante una migración a gran distancia”.
En cambio, “el riesgo de circulación de virus de gripe aviar altamente patogénica derivado de la crianza de aves de granja y su comercio es con‑ siderablemente alto”.
Pero la producción de carne también supone otros riesgos sanitarios, además de las en‑ fermedades zoonóticas. Uno de los aspectos más relevan‑ tes de los sistemas actuales de producción de carne, además de la soya, es el uso intensivo de antibióticos.
Los expertos calculan que en el 2050 la resistencia a an‑ tibióticos causará la muerte de más de 10 millones de per‑ sonas al año. Y, según la OMS, una de las principales causas del desarrollo de esa resisten‑ cia es el uso generalizado de antibióticos en la crianza in‑ dustrial de animales.
En análisis realizados en su‑ permercados alemanes se ha‑ llaron patógenos resistentes a antibióticos en el 66 % de los pollos y el 42,5 % de los pavos en venta.
Además, los brotes de co‑ vid‑19 en mataderos de todo el mundo muestran que la pro‑ ducción de carne no solo im‑ plica destrucción ambiental y maltrato animal, sino también explotación laboral.
En Alemania, la mayoría de los trabajadores de mataderos son migrantes de países de Eu‑ ropa del Este, que apenas ha‑ blan el idioma.
En general son empleados por empresas de sus países de origen, con contratos pre‑ carios que suelen limitar el acceso a servicios sociales y atención médica.
En junio se contagiaron de covid‑19 más de mil traba‑ jadores del mayor matadero de Alemania, perteneciente a la procesadora de carne más grande del país.
Para resolver estos proble‑ mas hay que apuntar a que el consumo de carne sea “menor, pero mejor”. En Alemania se comen alrededor de 60 kilogra‑ mos de carne por persona al año, y la cifra es incluso mayor en Estados Unidos, Australia y otros países europeos.
Pero la mayor parte de la po‑ blación mundial come mucha menos carne y con menos fre‑ cuencia.
Que es como debería ser el consumo: no tres veces al día, y tal vez tampoco tres a la se‑ mana, sino una o dos veces.
Los políticos llevan años ignorando las advertencias sanitarias de los científicos en relación con la industria de la carne. Este año todo el mundo ha debido confrontar la impor‑ tancia de esas señales de ad‑ vertencia.
Es evidente que se necesita una transformación integral de los sistemas agrícolas y ali‑ mentarios, con políticas que refuercen la agroecología y alienten cadenas de valor cor‑ tas, diversificadas y resilien‑ tes.
El conocimiento científico necesario para ejecutar esas medidas existe hace años, solo hace falta usarlo.