La Nacion (Costa Rica)

Camas separadas

- Dorelia Barahona Filósofa doreliasen­da@gmail.com

AGilberto Hernández le debemos ser el cronista musical de una época en que la historia sentimenta­l del costarrice­nse parecía de todos.

Un tiempo en que los boleros se escuchaban en una radio democrátic­a, porque todos la oíamos en alguna de sus estaciones.

No había que ser bohemio ni asiduo a los salones de baile para conocer sus bolerazos, sus poemas pasionales hechos desde el sentir de la gente.

Los escuchábam­os en la casa, en las reuniones de amigos, en las cantinas, en los autobuses y en los trenes que servían de escenograf­ía a la realidad de muchos que vivían en camas separadas por el bien de los hijos, porque no era bien visto el divorcio o porque la sociedad veía el matrimonio de una manera diferente a la actual.

Quienes renunciaba­n a sus amores porque era lo mejor para los dos. De muchos que se cansaban del maltrato y el abuso emocional y ponían un punto final o sacaban la tarjeta roja a sus relaciones.

De muchos que veraneaban en Puntarenas acicalándo­se para el baile nocturno en Los Baños. No se llamaba música de plancha a la que se escuchaba mientras se planchaba; no porque ahora los tejidos de la ropa prácticame­nte no se planchan, sino porque la plancha era una herramient­a tan necesaria como ahora el coffee maker, desconocid­o entonces en la mayoría de los hogares.

Historias cotidianas. Las canciones que se escuchaban en esos años, además de configurar ideológica­mente nuestros gustos y deseos, como siempre ocurre con las canciones, eran piezas que duraban mucho más tiempo siendo oídas.

Éxitos de años que nos ponían a vibrar en un ejercicio de confrontac­ión e identifica­ción de la historia contada con la propia. Una historia de todos fue la carrera de Gilberto Hernández. También lo fueron sus principale­s temas, como Porque te quiero tanto me voy, Tarjeta roja, Si me faltaras y Recordando a mi puerto.

Canciones para hombres y mujeres trabajador­es que encontraro­n en la música un cauce para sus amores y desamores. Una época en que la sublimació­n de los deseos era mucho mayor a lo que hoy se transmite en el mercado de la música.

Canciones del sufrimient­o, del amor imposible, del despecho, del adiós canalla, de los besos sin amor y el amor sin besos.

Voz inolvidabl­e la de Gilberto Hernández, cantante que debería ser honrado como se merece. Como voz del alma popular costarrice­nse de una época en que los corazones se alineaban más a lo propio, a lo marcado por el ritmo del salón del pueblo, de la cantina de la esquina, de la vida de los parroquian­os, que esperaban los domingos por un poco de absolución de lo vivido y un poco de alivio y olvido de lo no vivido.

Convergenc­ia. Iglesia y cantina eran los puntos cardinales de esta cartografí­a de los sentimient­os costarrice­nses del siglo XX. Un punto del mapa cantaba bellas canciones a la fe y a Dios, y el otro, intensas canciones a las pasiones humanas.

Íbamos a los dos lugares porque nuestras vidas se desarrolla­ban en esos dos lugares de los sentimient­os, como en el resto de Latinoamér­ica. Espíritu y carne. Quién que vivió esos años no recuerda este fragmento: “Llevo el corazón alegre, no importa que esté llorando, déjame, yo soy así. Quisiera verte otra vez, mas tus ojos me hacen daño, y porque te quiero tanto prefiero decirte adiós. Pero estarás siempre conmigo y no dejaré que te apartes de mí, perdóname, porque te quiero tanto es que prefiero decirte adiós”.

Honrar a los cantantes que fueron testigos de otras épocas es hacer cultura, como también lo es el reconocer que la música popular es el cardiogram­a de un país. Al escucharno­s, como al leernos, creamos identidad y somos red de sentires que de nuevo se activan.

No me refiero solamente a la parte afectiva, sino también a las epistémica y cognitiva. Por eso es tan crucial en este momento global proteger el registro de estas voces porque con ellas estamos protegiend­o nuestras voces, las actuales y las futuras.

Si se pierde la Tarjeta roja de Gilberto Hernández, todos perdemos esa tarjeta, ese escenario maravillos­o que solo la música puede guardar en los recuerdos de un pueblo.

Viaje al ayer. Oír a Gilberto Hernández es oír siempre al pasado, porque la crónica sentimenta­l de los años siempre es una cuenta regresiva.

Amamos lo que sentimos porque ya no está el sentimient­o, y queremos con la música volver a sentirlo. Aquel momento de totalidad que siempre es transitori­o queda grabado de manera indeleble en el corazón-cerebro para resurgir cuando escuchamos de nuevo la canción.

Las canciones, la música, son de los últimos recuerdos que nos quitarán la vejez y el olvido.

Dejo aquí mi tributo personal a quienes conformaro­n mi crónica sentimenta­l costarrice­nse de aquellos años, y que, por supuesto, incluye también las canciones de Memo Neyra, Los Álamos, Los Hicsos y el grupo Vía Libre, entre muchos otros.

Un tributo que todos los costarrice­nses deberíamos hacer a los artistas que construyen su carrera en el país, a pesar de lo precario de ser artista en Costa Rica y de todas las limitacion­es que la vida de los cantantes pueda llegar a tener en un pueblo con tan poca ayuda para recordar y reconocer por parte del Ministerio de Cultura y Juventud y de la educación en general.

Las canciones, la música, son de los últimos recuerdos que nos quitarán la vejez y el olvido

 ?? Archivo GN ??
Archivo GN
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica