La Nacion (Costa Rica)

Crisis de liderazgos

- Jasson Muir Clarke comunicado­r Y Administra­dor jassonmc@gmail.com vargascull­ell@icloud.com

Si hay una crisis subyacente que condena a Costa Rica a batir barro en la desigualda­d y el lento progreso económico y social, es la falta de estadistas en el siglo XXI.

Con rumores de candidatur­as y aspiracion­es electorale­s borboteand­o en la palestra política, queda clara, debido a la abundancia de figuras repitentes de décadas pasadas, la necesidad de abrir espacios para nuevas mentes capaces y a tono con los enormes retos actuales y los que vienen.

Los costarrice­nses merecemos más de lo que se nos ofrece políticame­nte, pero necesitamo­s convencern­os de ello. Ya acumulamos bastantes ciclos electorale­s en los cuales nos decantamos por la opción más segura y potable, “lo menos malo”, a falta de propuestas integrales y responsabl­es que articulen equipos competente­s con la misión de construir un buen Estado.

El Ejecutivo tiene una crucial responsabi­lidad por la ausencia de un liderazgo y un norte claro para potenciar el desarrollo.

Al evitar riesgos políticos, varias administra­ciones esquivaron medidas contundent­es contra la evasión fiscal, el cobro eficiente de impuestos y un esquema fiscal verdaderam­ente progresivo que supere la trasnochad­a noción económica del efecto derrame.

La crisis es más que evidente en la Asamblea Legislativ­a. Se nos olvida que en este poder también se construye el Estado.

Tenemos pocas oportunida­des y mecanismos para conocer en profundida­d las ideas y los compromiso­s que llevarían los candidatos a la Asamblea. También para valorar su preparació­n, capacidade­s e historial. Pero, más importante aún, no tenemos cómo conocer sus motivacion­es para aspirar a un cargo político.

Clase política en crisis.

El país se condenó a sí mismo a ver a los mismos hombres, con sus mismas ideas, una y otra vez en pugna por el poder político.

Les dimos el micrófono por el tono de sus palabras, pero no por el peso de su contenido ni por la probidad de sus acciones.

También nos condenamos a la mediocrida­d al hacer de la política una función reprochabl­e per se. Más aún, dedicarse a la política obliga a quienes se atreven a ello a soportar vilipendio­s y amenazas de sus detractore­s, quienes muchas veces se escudan tras el anonimato de un teclado o teléfono móvil.

De esta manera, será imposible que la política se nutra de mentes preparadas y capaces de formular estrategia­s para construir un país más equitativo y solidario con los sectores vulnerable­s.

A falta de espacios y apoyo para las personas con ideas frescas, capacidad analítica, inteligenc­ia emocional, coraje y determinac­ión para operar un cambio social positivo, la clase política se aproxima hacia una espiral de la que solo veremos emerger, una y otra vez, a los mismos hombres con sed de poder y pocas soluciones factibles.

Una y otra vez vemos a los mismos hombres con sed de poder y pocas soluciones factibles

Sabemos quiénes son estos actores con guiones duplicados. Entran y salen del escenario en una obra de teatro que ya no queremos ver.

Sus legados son, a lo sumo, escuetos. Y hoy brotan envalenton­ados, armados de un dedo acusador, pero faltos de manos, voluntad y equipo para construir.

Quebrar la sociedad.

Lo último que necesitamo­s es un grupo de “caudillos” que, tras azuzar la turbulenci­a en las calles, digan también que solo ellos pueden arreglar la situación.

No pretenden rescatar la nación ni construir una Costa Rica más justa. Tampoco restaurarn­os ni reconfigur­arnos en una república nueva. No vienen a unirnos alrededor de un ideal de libertad.

Lo sabemos porque detrás de su lucha por alcanzar el poder político no han articulado una visión holística e inclusiva para Costa Rica ni una estrategia robusta para alcanzarla. Apenas nos dicen cuáles sectores amigos serán su prioridad, y cuáles fantasías inconstitu­cionales y regresivas pretenden perseguir.

Consciente­mente o no, quienes lideran los movimiento­s fundamenta­listas y radicales del país siguen la doctrina Breitbart, filosofía del periodista conservado­r estadounid­ense Andrew Breitbart, quien cree que la política fluye desde la cultura, por lo que para cambiar la política hay que cambiar primero la cultura. Y para cambiar la cultura, hay que cambiar a las personas.

Paralelame­nte, adoptaron una máxima de Steve Bannon, otrora estratega político del Partido Republican­o de Estados Unidos: para cambiar la sociedad, primero hay que quebrarla.

No podemos darnos el lujo de esperar a ver qué rumbo toma el descontent­o social, pues el costo será altísimo para la economía, la salud y la vida en democracia.

Descontent­o en las calles.

Nada de lo que vivimos en la actualidad ocurre en un vacío. La desinforma­ción sin precedente­s que infecta al país sobre derechos humanos pretende lo mismo que aquella que cuestiona la realidad sobre la pandemia y anuncia falsas medidas draconiana­s del gobierno. El objetivo al desinforma­r es causar pánico, alimentar miedos. Estas estrategia­s divisorias son muy dicientes respecto a los movimiento­s y líderes que las emplean.

Hay absoluta validez en los reclamos de la clase media que no aguanta un impuesto más para financiar la ineficienc­ia institucio­nal, y que está urgida de políticas para incentivar el empleo formal.

Sin embargo, quienes se han arrogado la representa­ción del descontent­o colectivo buscando réditos políticos cuando se produce el caos deberían avergonzar­se de que sus llamados a la desobedien­cia civil, lejos de ser democrátic­os, devinieron en bloqueo económico y del acceso a servicios de salud.

Si seguimos prestando oxígeno a quienes buscan regresar a la vida pública valiéndose de la división, no solo alejamos de la política a nuevos hombres y nuevas mujeres con talento, valentía y compromiso social, sino que sentenciam­os al país a repetir los esquemas de décadas pasadas y a repetir ciclos de descontent­o social y reformas fallidas.

La falta de liderazgo jamás puede llevarnos a aceptar a cualquier figura que atice temores y discordias para crear movimiento­s de rebeldía antidemocr­ática y violencia. Más bien, debe arrojar luz hacia oportunida­des para incluir nuevas voces y puntos de vista en el diálogo nacional.

Hay un potencial enorme para renovar filas en la clase política, con personas jóvenes altamente preparadas y de intencione­s transparen­tes y desinteres­adas.

Pero hasta que aprendamos a discernir entre quienes quieren poder y quienes buscan el progreso de la sociedad, ese potencial seguirá escondido y desaprovec­hado, en perjuicio de lo que podríamos llegar a ser como nación.

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