Parasitismo político
El concepto aristotélico de animal político continúa vigente 2.400 años después; sin embargo, quizás sea justo reconocer el aporte de otra especie animal, los parásitos, a la conducta de algunos seres humanos vinculados a la política.
De tal manera que en este caso sea más específico y apropiado el término “parásito político”.
El cambio de rumbo en la década de los setenta hacia un tipo de socialismo con la nefasta idea del Estado empresario dio inicio al desarrollo del parasitismo estatal.
El Estado empezó a crecer hasta llegar donde estamos: un Estado “grande y gastón”, que no fue solo un decir de Luis Guillermo Solís, es un dogma del PAC, de Carlos Alvarado y de algunos políticos de otros partidos.
Actividades no esenciales del Estado: banca, seguros, electricidad, combustibles, vivienda y otras más, solo sirven para que ciertos políticos jueguen de empresarios con los recursos públicos y, al final, generen pérdidas, conflictos, ineficiencia y altos costos de productos y servicios.
Las consecuencias negativas de un Estado ineficiente metido en negocios las pagamos con más impuestos.
Propuesta indecorosa. Proponer que los más pudientes paguen más y a quienes ganen premios de lotería se les descuente el 25 % revela el escondido odio y castigo hacia quienes están un poco mejor.
La disminución en la venta de lotería y chances demuestra la difícil situación económica de sus clientes: la gran mayoría son pobres y de clase media baja.
Si un pobre gana por unos pedacitos, el Estado le quitaría una cuarta parte, por tanto, es muy probable que su sueño de tener una casa propia, asegurar la educación de sus hijos, pagar deudas o emprender un negocio se vea limitado. Entonces, este pobre aún no se ha transformado en rico, pero para el Estado sí.
Todas las cooperativas son más pudientes que cualquier ciudadano de clase media que sí paga impuestos, debe incluirse a estos grupos, ahí hay mucho dinero en impuestos y exoneraciones que el fisco debe cobrar antes de sugerir propuestas que indignan a la ciudadanía.
En lo estructural. Parece que Carlos Alvarado y su equipo económico no tienen interés o les falta valentía para hacer la reingeniería que el Estado necesita, su propuesta presentada es solo un plan de mantenimiento a la edificación: cambiar algunas láminas del techo para no mojarse, poner algunos apoyos a columnas y paredes a fin de evitar la caída y dar una pintadita para mejorar la apariencia.
No, don Carlos, eso no es reingeniería. La edificación estatal requiere cambios estructurales: eliminar columnas, vigas, paredes y agregados innecesarios u obsoletos que dificultan y encarecen su operación y buen servicio al ciudadano.
El país necesita un aparato estatal más pequeño, ágil, eficiente y menos costoso para los contribuyentes. La venta de Fanal, Bicsa, el INS, el BCR o el BN, así como la apertura de monopolios, el cierre de Recope, la fusión de entidades y una ley de empleo público que contemple los cambios sugeridos p or el abogado Rubén Hernández, permitirá reducir significativamente el monto del préstamo solicitado al Fondo Monetario Internacional (FMI) sin tener que seguir metiendo mano en los bolsillos de los ciudadanos.
El purgante. Los parásitos producen enfermedades, retraso en el desarrollo físico y mental, y hasta la muerte de los humanos si no se expulsan a tiempo.
De forma análoga, los parásitos políticos enferman la economía, dañan la salud y la educación y aumentan la pobreza del país.
La enfermedad que padecemos —el peligroso parasitismo político— debe ser combatida con el purgante adecuado y desagradable.
No es don Carlos quien deba escoger una yerba curativa, sino el especialista, sin sesgos ni sumisiones, quien recete la medicina apropiada que expulsará los parásitos dañinos para nuestra salud socioeconómica.