Un diálogo armoniosamente rebelde
Transitamos por hábitats de transformación complejos que bordean lo caótico. Los problemas que enfrentamos como país tienen múltiples vértices que exigen una intervención transversal y simultánea, pero a la vez urgente, ágil y reflexiva.
El centro de ese agitado contexto de crisis es posiblemente uno de los mejores escenarios para empoderarnos como sociedad y ejercitar la capacidad de dinamización del diálogo participativo, la generación de ideas y el desarrollo de resiliencia, procesos dinámicos cuyo resultado son mejores versiones en ambientes adversos.
Las decisiones trascienden el presente y definen el futuro. El acuerdo determinará condiciones medulares como el bienestar y la estabilidad social, y originará cambios profundos en las personas y organizaciones. Por eso, no puede ser manejado con ligereza, sino bajo una diáfana gobernanza y gran enfoque en la cultura de participación.
Desde esa visión, dar respuestas multisectoriales y diversas es, sin duda, el camino correcto, pero es también retador el proceso de articulación de ese diálogo, que recorre el diseño, la convocatoria, la puesta en marcha y el monitoreo.
Su adecuada conformación garantizará, en buena medida, resultados justos, eficaces y legítimos.
Habilidades ciudadanas.
Idealmente, el proceso de diálogo del país debe, además de generar soluciones, ser un espacio para moldear actitudes y destrezas de negociación, así como crear entidades y métodos para resolver de forma segura y eficiente los problemas que indudablemente continuarán presentándose en un mundo expuesto a cambios acelerados.
El premio nobel de economía Joseph Stiglitz lo define así: “La participación no se refiere solamente a votar (…) requiere que los individuos hagan oír su voz en las decisiones que los afectan”.
Por tanto, debemos educarnos no solo para resolver, sino también para presentar problemas en entornos complejos, en los cuales nada es predecible, pero existe una gran oportunidad de aprendizaje y transformación.
En estos nuevos hábitats sociales en los que estaremos navegando y donde será preciso activar los mecanismos para hallar soluciones justas y eficaces, se vuelve necesario impulsar tres puntos base: el diálogo diverso, la colaboración radical y las perspectivas rebeldes encauzadas a generar soluciones partiendo de los desacuerdos productivos.
Es esencial, entonces, escapar del consenso que llega de forma rápida, sin debate ni desgaste, también de las visiones únicas, preconcebidas en el aislamiento o en las cúpulas de conocimiento probado.
El desarrollo de la negociación tiene sus bases en la inteligencia emocional que permite flexibilidad de pensamiento mediante diálogos abiertos, organizados e innovadores. Es clave aprender a relajar la rigidez de nuestras imágenes e ideas y fortalecer la capacidad de escucha y apertura.
Se debe buscar discrepar, objetar, indagar, explorar e incluso fallar; esa ruta estimula nuevas formas de razonar, resolver y pensar; marca la posibilidad real de aprendizaje y creación porque se logra el descubrimiento. “El aumento del conocimiento depende por completo del desacuerdo”, según Karl Popper.
Lado blando. Cuando se entablan diálogos democráticos y diálogos como motores de cambio —fundamentales para sobrevivir— diferentes organismos, como la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), han determinado las capacidades necesarias para el desarrollo del “lado blando” de la democracia, vinculado con las habilidades humanas, que en definitiva son las fuertes.
El lado blando lo integran la competencia para resolver conflictos en forma pacífica, la disposición para cooperar trascendiendo líneas políticas partidarias, el talento para desarrollar una agenda inclusiva para la acción y la participación ciudadana.
La fuerza de cambio y de respuesta es, precisamente, la suma de capacidades ciudadanas diversas. Es obligatorio moldearlas en todo el entramado social y desde muy temprano en la vida de las personas.
Esas destrezas deben prepararnos para desafiar respetuosamente, colaborar enérgicamente y crear nuevas rutas de solución a problemas que debemos anticipar e imaginar.
‘El aumento del conocimiento depende por completo del desacuerdo’, según Karl Popper