Una modesta esperanza para el orden mundial pos‑trump
La pandemia de covid‑19 demostró muy a las claras cómo el mundo enfrenta retos compartidos que el mero clientelismo no puede resolver
MADRID– Con la campaña presi‑ dencial en Es‑ tados Unidos acercándose al clímax, las predicciones sobre lo que vendrá después dominan el debate, y no sola‑ mente en Estados Unidos.
En lo que concierne a las relaciones internacionales, los pronósticos van del apo‑ calipsis al cauto optimismo; sin embargo, lo que se nece‑ sita es una reflexión realista sobre un futuro viable.
Cuando digo realista, no me refiero a la teoría homóni‑ ma de relaciones internacio‑ nales que pone el acento en el Estado soberano como actor movido por el interés propio.
Según ese criterio, hay quien sostiene que más allá de sus torpezas y contra‑ marchas, el presidente esta‑ dounidense, Donald Trump, consiguió poner límites a un aparato de política exterior fuera de goznes, que desde los albores de este siglo mostró reiteradamente su incapaci‑ dad de promover los intere‑ ses de Estados Unidos.
Otros, también llamados realistas, reconocen que la política exterior de Trump ha sido un fracaso total; no obstante, insisten en que crea una oportunidad para un muy necesario borrón y cuenta nueva.
Este grupo también pro‑ pugna una estrategia más contenida; que Estados Uni‑ dos adopte una postura de no intervención siempre que sea posible.
Una política de equilibrio a distancia (offshore balancing) en la que Estados Uni‑ dos promueva sus intereses a través del empoderamiento de sus socios y contenga a los actores hostiles dentro de los confines de sus respectivas regiones. Por cierto, China ya está siguiendo una estrategia hasta cierto punto similar.
Esta nueva política exte‑ rior dependerá de los lazos bilaterales entre Estados Unidos y sus diversos aliados regionales, más que de insti‑ tuciones multilaterales (que en opinión de los realistas, di‑ luyen la influencia estadou‑ nidense).
De acuerdo con este razo‑ namiento, la creciente com‑ petencia entre grandes po‑ tencias llevará a los aliados de Estados Unidos a congre‑ garse a su alrededor, atraídos por su fuerza y capacidades.
Así, pues, no sería nece‑ sario que la administración estadounidense dedique tiempo a forjar relaciones es‑ trechas y mutuamente ven‑ tajosas por medio de estruc‑ turas formales multilaterales regionales o globales.
Valores compartidos. Para un país paralizado por la po‑ larización, sumido en una espiral de agotamiento ciuda‑ dano y frustrado por décadas de una política exterior ex‑ tralimitada, estas propuestas son muy atractivas.
Crean la impresión de que hay un modo mucho más efi‑ ciente de promover los intere‑ ses estadounidenses; un modo que permitirá a Estados Uni‑ dos conseguir mucho más, con mucho menos costo en vidas y dinero público. Este plan tiene un único problema: no va a funcionar.
En primer lugar, ¿pueden ser eficaces como intermedia‑ rios de Estados Unidos unos países arrojados a sus brazos por mera falta de opciones? ¿No sería mucho mayor su ca‑ pacidad de colaborar con los intereses de Estados Unidos si se hallaran en una posición más sólida, si contaran con ca‑ pacidad de acción y recursos, y si estuvieran seguros de estar promoviendo también sus pro‑ pios valores e intereses?
Habrá quien se burle de la idea de valores compartidos, por ser idealista y no realista. Pero la mejor historia del siglo XX muestra lo contrario: tan‑ to en términos de motivación como de guía.
Fue la lógica que inspiró el Plan Marshall y la Carta del Atlántico. No debemos descar‑ tarla a la ligera.
Además, por más que se ha‑ ble de una nueva guerra fría, la realidad es que el mundo de hoy es radicalmente diferente al de treinta años atrás. Sí, ha regresado a escena la compe‑ tencia entre grandes poten‑ cias. La globalización, sin em‑ bargo, no se ha revertido ni es predecible que se revierta, sin mediar cataclismo.
La pandemia de covid‑19 de‑ mostró muy a las claras cómo el mundo enfrenta retos com‑ partidos que el mero clientelis‑ mo no puede resolver.
Reformas de instrumentos e instituciones. Lo que puede ayudar a resolverlos es contar con estructuras que alienten y faciliten la coordinación.
Es verdad que los instru‑ mentos e instituciones actua‑ les tienen sus defectos y han quedado obsoletos; muchos se han convertido en meros feu‑ dos a los que se recurre más para traficar influencias que para formular políticas. Pero en vez de abandonarlos, lo que hay que hacer es reformarlos.
Eso exige avances en lo re‑ ferido a una necesidad todavía más fundamental: liderazgo y visión auténticos. Y debe ser Estados Unidos el que los pro‑ vea.
Aunque ya no sea la única potencia hegemónica global, sigue siendo el único actor con poder aglutinador. Como diría un realista tradicional (acerta‑ damente, en este caso) el lide‑ razgo surge del poder.
No es razonable esperar que en los años venideros se pro‑ duzca una reconstrucción del sistema internacional, como la ocurrida tras la Segunda Guerra Mundial, ni siquiera la creación de instituciones remanentes de la Primera Guerra Mundial. Tampoco es esperable un regreso al sólido orden internacional liberal del pasado.
Pero sí es realista esperar que sea posible evitar un re‑ chazo total (y profundamente destructivo) del multilateralis‑ mo. Podemos y debemos espe‑ rar un símil de dirección y co‑ hesión: primero, entre actores afines; luego, tal vez se sumen otros.
La pregunta es cómo con‑ vencer a Estados Unidos para que acepte otra vez la función de liderazgo, ya sea en enero del 2021, con la asunción del presidente Joe Biden, o en cua‑ tro años, cuando termine el se‑ gundo mandato de Trump. Sumar fuerzas. El primer paso, en cualquier caso, es que otros actores (comenzando por la Unión Europea) demues‑ tren capacidad y voluntad de compartir responsabilidades, mediante el refuerzo de sus ca‑ pacidades militares, diplomá‑ ticas y estratégicas en general.
En un plano más básico, la Unión Europea y otros actores deben reafirmar aquellos va‑ lores esenciales que en otros tiempos los unieron indisolu‑ blemente con Estados Unidos, pero que en años recientes han sido atenuados, descartados o directamente rechazados.
Únicamente la reafirma‑ ción de esos valores nos per‑ mitirá revivir aquellos víncu‑ los y asegurar unos cimientos sólidos para un proceso futuro de creación institucional, don‑ de Estados Unidos actúe como guía sin dictar las reglas de juego.
Aunque la inminente elec‑ ción en Estados Unidos es fundamental, se han generado expectativas exageradas en el sentido de ir seguida, por fuer‑ za, de una transformación a gran escala, revolucionaria.
Hay, sin embargo, una espe‑ ranza mucho más razonable: que cuando todo esto haya pa‑ sado, las relaciones internacio‑ nales vuelvan a la esencia de lo que eran.