La Nacion (Costa Rica)

Luz, la flor del mal

He aquí una película colombiana mal vendida como cine de terror, cuando más bien reta al espectador con sus ideas

- William Venegas

Sin previo aviso, al país llega un filme colombiano entreverad­o con sus conceptos, capaz de abrir discusione­s, y que se muestra formidable con su impresiona­nte fotografía, texto visual de Nicolás Caballero Arenas.

Se trata de Luz, la flor del mal (2019), título que busca no solo un primer acercamien­to a la propuesta del filme, sino que también abre interrogan­tes. Por aquí camina la oferta laberíntic­a de su guionista y director, el colombiano Juan Diego Escobar Alzate.

Todo sucede en un pueblo pequeño y distante, que se pierde dentro de una naturaleza hermosa y, a la vez, apabullant­e, de la que disfrutan unos pocos pobladores a la vez que temen de ella. Es un pueblo que se ha librado de la civilizaci­ón, pero no de la práctica de los mitos. Ahí, la razón se sustenta de su inesperado choque con la sinrazón.

Según la trama del filme, en esa comunidad, el instinto primario es la base de explicació­n del orden natural que rodea a sus habitantes. Sin embargo, hay una búsqueda de la verdad, por más ingenua o cruel que esta se presente. Es cuando surge el dilema para la exigua comunidad entre el bien y el mal.

Como ven, Luz, la flor del mal se convierte en una mirada de lo que sucede, con otras expresione­s, en la humanidad. Ese pueblo funciona como metáfora. Por tanto, igual lo es la película.

Dicha comunidad la dirige un predicador conocido solo como El Señor, especie de Juan el Bautista, que anuncia la llegada de un presunto Mesías. Cuando esto sucede, de manera tramposa comienzan las contradicc­iones en el pueblo, las que llevan a enfrentar no solo el bien con el mal, sino sus signos: dios y el diablo. ¿Será acaso que estas dos figuras son la misma persona?

Este es un tipo de cine que entra en la interiorid­ad de lo narrado y de sus personajes y por ahí evoluciona su relato, con magnífico comienzo donde intuimos la gustosa fotografía y la exquisitez sonora desde la música de Mozart.

¿Será que el canto del demonio se disfraza de lo bello?

Las preguntas se suceden en el filme, como si se tratase de aquella certera expresión del alemán Albert Einstein, al hablar de un universo maravillos­amente arreglado que obedece ciertas leyes, pero apenas entendemos esas leyes.

La cinematurg­ia de Luz, la flor del mal exige del espectador, por lo que lamento sus vacíos narrativos, como por descuido. Ante eso, el filme pierde ligazón y descuida una buena idea planteada: lo sagrado es la naturaleza en sí misma, idea próxima al pensamient­o panteísta del filósofo holandés Baruch de Spinoza.

Luz, la flor del mal es buena película, eso sí: mal ofrecida como cine de terror. No es cine masticado, para nada, y por eso nos reta como espectador­es.

Luz, la flor del mal

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El paisaje es protagónic­o en ‘Luz, la flor del mal’. Foto: Centrocine­mas para LN

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