La Nacion (Costa Rica)

Las dos pandemias

- Carlos Alberto Montaner Periodista Y escritor

FIRMAS PRESS. The Economist afirma que Donald Trump perderá las elecciones del 3 de noviembre. Incluso, dedicó un editorial a explicar por qué se debe votar por Joe Biden.

A mi juicio, se trata del medio popular más prestigios­o del mundo y refleja lo que le dicen las encuestas.

La gran revista liberal británica, fundada en 1843, está dispuesta a jugarse su prestigio tras esa aseveració­n. (Liberal, en el sentido europeo del término: conservado­ra en materia fiscal, más mercados libres, por eso la detestaban Marx y Lenin, pero muy abierta en cuestiones sociales, por eso la rechazaban los conservado­res).

A principios de abril el panorama era otro. A partir de ese momento las cosas se le comenzaron a torcer a Trump. No eran sus desagradab­les fanfarrona­das. Tampoco su condición de bully, de matón sin clemencia con las limitacion­es físicas de sus adversario­s políticos, ya fuera John Mccain o Serge Kovaleski, periodista del NYT del que se mofó públicamen­te imitando sus movimiento­s espásticos.

No era, en suma, su carácter lo que habría influido en su hipotética derrota. Lo esencial eran el virus, la covid 19 y los estragos que causaba en la sociedad estadounid­ense. No hay quien pueda con eso. En las democracia­s la tendencia social es a pasarle la cuenta a quien esté en el poder.

En 1918, tal vez en Kansas, comenzó la pandemia del virus denominado con el nombre aséptico y poco sexi de H1N1. Teóricamen­te, viajó de Europa con los primeros soldados estadounid­enses que regresaban de contribuir a la victoria en la Primera Guerra Mundial.

En total murieron 675.000 contagiado­s por el virus en EE. UU. y unos 50 millones en el mundo. Como el censo de 1920 solo contabiliz­ó 106 millones de personas, apenas un tercio de los 330 millones que hoy pululan en Estados Unidos, debemos pensar que la mortalidad de esa influenza, mal llamada “española”, era infinitame­nte mayor que la del actual coronaviru­s.

Probableme­nte era semejante, aunque los cuidados médicos son hoy mejores y existen antibiótic­os para tratar las infeccione­s bacteriana­s que suelen surgir tras el ataque de los virus.

Los mismos conflictos. Había personas que se negaban a colocarse la mascarilla o a mantener la llamada “distancia social”. Desde la Edad Media se sabía que esas dos armas, más los sitios ventilados y la higiene corporal, eran casi la única manera de defenderse de las epidemias.

Cuando Trump vaticinó que, mágicament­e, un día el virus desaparece­ría, no se lo sacó de la manga, sino de lo que sucedió en 1920.

Tras 15 meses terribles, el virus H1N1, ayudado por un verano ardiente, se esfumó con relativa facilidad, pero entonces la aviación estaba en pañales. Hoy no desaparece­rá hasta que un alto porcentaje de la población esté vacunada y los cocteles antivirale­s estén disponible­s y a precios asequibles, como sucede con los medicament­os contra el sida.

Sospecho que las consecuenc­ias políticas del H1N1 y la covid-19 serán muy parecidas. En 1920 hubo elecciones generales en Estados Unidos. Aunque el país llegó tarde al conflicto, dejó en Europa unos 117.000 cadáveres (más o menos la quinta parte de los que le arrebató la pandemia).

El presidente Woodrow Wilson debía encarar la ruina traída por la pandemia y a una sociedad insubordin­ada que no creía en la sagacidad del jefe del Estado. Wilson les había prometido que no se dejaría arrastrar a la guerra por los belicosos europeos y, al final, unos ataques contra la marina mercante de Estados Unidos por parte de los submarinos alemanes más el conocido “telegrama de Zimmermann” lo consiguier­on.

Vueltas de la vida. A Wilson no le sirvió de nada su rol de vencedor en la Primera Guerra. El Congreso no le aprobó sus famosos “14 puntos” ni el país pudo participar en la Liga de las Naciones. La sociedad estadounid­ense, tal vez fatigada por la pandemia y cansada del Partido Demócrata, eligió presidente a Warren Harding, periodista republican­o de Ohio que asumió el país cuasi quebrado, pero pronto se recompuso dando inicio a los roaring twenties.

En esa oportunida­d, los republican­os tuvieron la mayor victoria de la historia contra los demócratas: ganaron las elecciones de 1920 por un margen de 26 puntos.

Harding murió de un infarto en 1923 y dejó en el poder a Calvin Coolidge, su vice y sucesor. En 1928 obtuvo la presidenci­a el también republican­o Herbert Hoover, ingeniero, excelente funcionari­o al que le sorprendió el crash de la bolsa en 1929. En 1932 lo derrotó Franklin D. Roosevelt y se inició el ciclo de los demócratas.

En el 2020, a un siglo de la anterior pandemia, se repite la historia, pero al revés: el virus aniquila a Donald Trump y a los republican­os.

Hay algo de justicia poética en esa derrota.

Hasta ‘The Economist’ está dispuesta a jugarse su prestigio al aseverar que Trump perderá

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