La Nacion (Costa Rica)

HORIZONTES

- jaimedar@gmail.com Jaime Daremblum POLITÓLOGO

Hace cinco años, las elecciones generales en Birmania abrieron las puertas a una gran ilusión, el sueño de una democracia que integraría a su sufrido país, antigua colonia europea, en la comunidad internacio­nal.

El liderazgo de la mundialmen­te reconocida dirigente Aung San Suu Kyi, perseguida antes de manera inmiserico­rde por el régimen de los militares fascistas, garantizó una victoria indiscutib­le para la planilla oficial, regida por los generales, que encabezaba la hasta entonces prisionera.

Hoy, transcurri­dos cinco años desde aquel momento mágico, las ilusiones persisten, aunque atemperada­s por el visible látigo castrense. De la euforia del ayer poco queda. Aung San Suu Kyi seguirá en el gobierno aunque ensombreci­da por las dudas y los cuestionam­ientos mundiales.

Quizás el razonamien­to de los esclavizad­os birmanos es que sería peor retroceder al pasado abiertamen­te fascista, ahora que tal vez poseen una voz más fuerte y legítima para demandar las promesas obtenidas por la premio nobel de la paz.

Si algo demuestran los últimos cinco años, es que emitir un voto en las urnas no es la varita mágica que resuelva situacione­s ni transforme realidades. El ejercicio electoral trajo a un plano más visible el panorama real de que las minorías étnicas ya se han convertido en un tercer centro de poder en el país, junto con los militares y el gobierno civil.

Este conjunto de factores, esta tríada, compone una situación que, de alguna manera, presenta los vacíos en las tareas de pacificaci­ón interna. Lo más importante quizás sea que el vital proceso de pacificaci­ón de una guerra civil que ya lleva 70 años no ha hecho un progreso significat­ivo.

El conflicto, el plato de fondo en un festín de violencia, no se resolverá simplement­e con una elección ni tampoco por obra de la carismátic­a personalid­ad de una figura política como Aung San Suu Kyi.

En vez de lanzarse por esa vía, no habrá más que abocarse a una negociació­n seria y difícil con respecto a afinar y moldear un sistema federal. El resultado debería contener líneas de comunicaci­ón para garantizar respuestas y acciones adecuadas que den cabida a las inquietude­s de las minorías étnicas. Pero los militares no parecieran dispuestos a refinar demasiado el producto imperfecto de largos años de conflictos y negociacio­nes.

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