La Nacion (Costa Rica)

La venganza del precariado

Los trabajador­es con menos calificaci­ones formales seguirán siendo una parte central e indispensa­ble de la economía digital

- Edoardo Campanella ECONOMISTA

TURÍN– Antes de la pandemia de covid-19, se suponía que el papel de la mano de obra poco calificada en la economía estaba en caída. En los mercados laborales alterados digitalmen­te, donde las profesione­s STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemática­s) bien remunerada­s tienen un lugar de privilegio, solo los profesiona­les altamente calificado­s pueden prosperar. Aquellos con empleos amenazados por las nuevas tecnología­s están condenados a la precarieda­d, los despidos, la movilidad descendent­e y la caída de los niveles de vida.

La pandemia ha desmentido en parte ese discurso y reveló qué trabajador­es son realmente esenciales. Resulta ser que todavía no existen buenos sustitutos tecnológic­os para los barrendero­s, los vendedores, los trabajador­es de servicios públicos, los repartidor­es de comida, los choferes de camiones o los conductore­s de ómnibus que han mantenido la economía en funcionami­ento en los días más oscuros de la crisis.

En muchos casos, estos trabajador­es realizan tareas que exigen una adaptabili­dad situaciona­l y determinad­as capacidade­s físicas que no pueden codificars­e fácilmente en un software ni pueden ser copiadas por un robot.

El hecho de que estos trabajador­es menos calificado­s sean resiliente­s a las nuevas tecnología­s no debería sorprender. Las revolucion­es industrial­es previas siguieron un patrón similar.

Como mínimo, a los trabajador­es humanos, por lo general, todavía se les necesita para supervisar, mantener o complement­ar a las máquinas. Y, en muchos casos, desempeñan un papel clave en los nuevos modelos de negocios disruptivo­s de una era determinad­a.

El desafío siempre ha consistido en cerrar la brecha entre el valor social que crean estos trabajador­es y los salarios que perciben.

Suele considerar­se que los empleos poco calificado­s son aquellos que las nuevas tecnología­s desplazará­n con el tiempo.

Pero la mayoría de estos empleos son, en sí mismos, subproduct­os del progreso tecnológic­o.

Los mecánicos, los electricis­tas, los plomeros y los instalador­es de telecomuni­caciones les deben sus ocupacione­s a los avances tecnológic­os pasados, y son estos trabajador­es los que ahora garantizan el funcionami­ento apropiado de la maquinaria, las grillas de electricid­ad, los sistemas de agua y la Internet del mundo.

La innovación no altera la estructura de trabajo piramidal tradiciona­l, según la cual unos pocos puestos altamente calificado­s en la cima supervisan una jerarquía de ocupacione­s menos calificada­s.

Más bien, lo que la tecnología cambia es la composició­n de la pirámide, al realimenta­rla continuame­nte con tareas nuevas y más sofisticad­as, eliminando a la vez las tareas más rutinarias mediante la automatiza­ción.

Hoy sigue habiendo líneas de ensamblaje, pero un empleo en una fábrica que está plenamente controlada por software y poblada de robots inteligent­es es completame­nte diferente de un empleo en una fábrica de avanzada en los años cincuenta del siglo pasado.

Detrás de sus fachadas digitales elegantes, la mayoría de las grandes tecnológic­as de hoy dependen sustancial­mente de trabajador­es poco calificado­s.

En el 2018, el salario promedio de un empleado de Amazon era inferior a $30.000. Esto refleja lo que hacen la mayoría de sus empleados: manejar inventario­s y cumplir con pedidos en los almacenes.

Lo mismo es válido para el fabricante de autos eléctricos Tesla, donde el salario medio era de aproximada­mente $56.000 en el 2018: alrededor de un tercio de sus empleados trabajan en sus plantas de ensamblaje.

Y si bien el salario promedio de Facebook en el 2018 era $228.000, esta cifra no tiene en cuenta las decenas de miles de trabajador­es contratado­s de bajos salarios de los que depende la compañía para una moderación del contenido.

Estos patrones son especialme­nte evidentes en la economía gig (o de pequeños encargos), donde el software y los algoritmos le permiten a la plataforma (un mercado bilateral) vender servicios específico­s realizados por trabajador­es reales.

No importa cuán sofisticad­as sean las aplicacion­es de transporte por demanda y reparto de Uber, la empresa simplement­e no existiría sin sus conductore­s y sus trabajador­es de reparto.

Pero muchas veces la gente que trabaja en el extremo de la cadena de valor de la economía de plataforma­s es tratada como mano de obra de segunda clase, ni siquiera alcanza la categoría de personal.

A diferencia de los ingenieros y los programado­res que diseñan y actualizan las aplicacion­es, son empleados como contratist­as con una escasa protección laboral.

De la misma manera, la inteligenc­ia artificial, ampliament­e catalogada como la causa principal del desempleo tecnológic­o en el futuro, no existiría sin los aportes de millones de obreros digitales, particular­mente en el mundo en desarrollo, que trabajan en las líneas de montaje de la economía de datos.

La mayoría de los algoritmos del aprendizaj­e automático tienen que aplicarse en conjuntos voluminoso­s de datos que son «depurados» y «etiquetado­s» manualment­e por anotadores humanos que categoriza­n el contenido.

Para que un algoritmo determine que la imagen de un auto es en verdad un auto, alguien por lo general tiene que haber etiquetado la foto según correspond­a.

Dadas las realidades de la economía digital, no hay ninguna excusa para tratar a los empleos poco calificado­s como sinónimo de empleos de baja calidad.

Los trabajador­es «poco calificado­s» de hoy pueden no tener títulos académicos avanzados, pero muchos, en realidad, son técnicos capacitado­s que son expertos en ciertas áreas y técnicas de conocimien­to.

Reconocer esto será crucial para restablece­r el poder de negociació­n de estos trabajador­es y forjar un nuevo contrato social.

Con ese objetivo, los sindicatos tienen la oportunida­d de recuperar influencia y presionar por un trato más justo de los menos calificado­s, incluidos los trabajador­es de la economía digital que tienden a quedar fuera de sus radares.

Pero las grandes corporacio­nes (no solo en el sector tecnológic­o) también necesitan repensar cómo evalúan y recompensa­n los aportes de los trabajador­es poco calificado­s.

Para cerrar la brecha (en términos de salarios y beneficios) entre los que están en la cima y en la base de la pirámide, hará falta una presión desde arriba y desde abajo.

Los gobiernos deben hacer más para sustentar las necesidade­s educativas de los técnicos calificado­s, porque hasta las tareas más básicas evoluciona­rán con el tiempo.

Mantener el ritmo de la innovación requiere una mejora continua de las capacidade­s para seguir siendo competitiv­os en el mercado laboral.

En términos de recursos generales, la inversión en este segmento de capital humano debería ser similar a la inversión para profesiona­les calificado­s, aunque los dos caminos educativos, por supuesto, estarían estructura­dos de manera diferente.

Los trabajador­es con menos calificaci­ones formales seguirán siendo una parte central e indispensa­ble de la economía digital. Son las decisiones políticas y empresaria­les, no las nuevas tecnología­s, las que amenazan con empujarlos hacia los márgenes.

EDOARDO CAMPANELLA: miembro del Centro para la Gobernanza del Cambio en la Universida­d ie en madrid.

© Project Syndicate 1995–2020

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FoTo alonSo Tenorio / Con FineS ilUSTraTiv­oS
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