La Nacion (Costa Rica)

La inmadurez política que condena a Costa Rica

- Miguel E. Mena Marín

La canciller alemana Angela Merkel, considerad­a por la revista Time como la mujer más poderosa del mundo, con una aprobación cercana al 70%, ha liderado, desde su ascenso al poder en 2005, un gobierno de coalición multiparti­dista que, con altos y bajos, es considerad­o como uno de los más fructífero­s y exitosos de la historia reciente de su país.

Muchos de sus logros se deben a su carisma, pero también a un conglomera­do político comprometi­do con el bienestar del pueblo alemán, sobre cualquier otra cosa.

El año pasado, durante una gira del presidente de la República, Carlos Alvarado, a Berlín, para entre otras actividade­s, reunirse con Merkel, la embajada de Costa Rica propició una reunión entre el mandatario y un grupo de costarrice­nses afincados en Alemania.

Cuando se me invitó a dicho evento y tuve la oportunida­d de conversar con él, le dije que agradecía su intento por unificar al país después de la polarizaci­ón recalcitra­nte de las últimas elecciones.

Después de todo, a su lado estaban la ahora exministra del Comercio Exterior, Dyalá Jiménez Figueres, cercana al PLN; y Adrián Salazar, entonces jerarca de Ciencia y Tecnología, afín al PUSC.

En Costa Rica, gente de otros partidos lideraban también ministerio­s importante­s. Nunca en mi memoria —que ya acumula casi cuatro décadas de vivencias— había visto un gobierno con tantos actores pertenecie­ntes a tan diferentes

Como los tambores electorale­s suenan, lo importante ahora es verse como contrarios al gobierno

ideologías.

La esperanza de emular el éxito de los gobiernos de Merkel, pactados con sus rivales políticos acérrimos, se incrementó al ver que la oposición en la Asamblea Legislativ­a tomaba un rol responsabl­e y digno, a pesar de un pequeño grupo de diputados que le decía no a todo y metía zancadilla­s sin sentido, a diestra y siniestra, solo para «figurar».

No en vano, el Estado de la Nación destacó que, entre 2018 y 2020, el Congreso dejó atrás los penosos recuerdos de los carretillo­s llenos de mociones y el cálculo político espurio, para entregarno­s uno de los periodos más significat­ivos y productivo­s en materia de generación de leyes, en al menos tres décadas.

La reforma al Reglamento Legislativ­o es quizás la más importante de todas. La práctica del secuestro institucio­nalizado de la democracia, por parte de unos cuantos diputados irresponsa­bles, llegó a su fin.

Pero la esperanza se opacó. Con la salida de Patricia Mora del Inamu, el Poder Ejecutivo se quedó sin diversidad partidaria. Ahora, al acercarse el año electoral, se pone de manifiesto que la politiquer­ía dista mucho de ser extirpada y es aún, un cáncer que impide tomar las decisiones acertadas en favor del bien común.

Esto, incluso hoy, cuando estamos en medio de una pandemia mundial que nos perjudica como nunca otro fenómeno lo hizo. Solo así se puede explicar el traspié garrafal que representa darle la espalda al préstamo de $250 millones ofrecido por el Banco Interameri­cano de Desarrollo (BID), a tasas blandas sin comparació­n alguna con otros mecanismos disponible­s.

En especial, parece que Liberación

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