La Nacion (Costa Rica)

Para un Biden posnaciona­lista

La supremacía racial, religiosa e incluso nacional es moralmente inaceptabl­e, se necesita restaurar el estatus de EE. UU. en el mundo no por su propio bien, sino para hacer del mundo un lugar mejor

- Kaushik Basu Economista

ITHACA — El primer paso para establecer una cultura autoritari­a en un país es capacitar a sus ciudadanos para que lean mal las estadístic­as. En realidad, esto no es difícil de hacer; el resto es viento en popa. Afortunada­mente para los Estados Unidos, el presidente Donald Trump abandonará la Casa Blanca en enero antes de que se pueda completar el plan de estudios.

Sin duda, el manejo de las estadístic­as y la ciencia de la pandemia de la covid-19 por parte de la administra­ción Trump dañó gravemente la salud de las personas y la economía. Pero se espera que el presidente electo Joe Biden revierta muchas de las locuras y debilidade­s de Trump e impulse la economía, comenzando por ayudar a los que se encuentran en los peldaños más bajos de la escala de ingresos, que han sido los más afectados por la pandemia.

Pero a medida que este año sombrío llega a su fin, quiero detenerme en una tarea más grande y más difícil que enfrentan Biden y la vicepresid­enta electa Kamala Harris. Con su narcisismo e hipernacio­nalismo, Trump no solo ha polarizado a Estados Unidos, sino que también ha alimentado el autoritari­smo de derecha en todo el mundo. Y la identifica­ción de sus partidario­s con él ha engendrado una obsesión por la riqueza material al descuido de la decencia humana básica, la empatía y el medio ambiente, junto con un desdén xenófobo por el «otro» que no debería tener lugar en nuestro mundo globalizad­o.

La mayoría de los ciudadanos hipernacio­nalistas no se dan cuenta de que son un excelente forraje para políticos y líderes financiero­s codiciosos y sin escrúpulos. En otro lugar he argumentad­o que muchos de los objetivos por los que nos esforzamos en la vida no son ansias innatas, como asume la economía dominante, sino más bien «objetivos creados» como el éxito deportivo. El nacionalis­mo también pertenece a esta categoría.

Con esto en mente, incluso podría haber una oportunida­d de negocio al generar entusiasmo sobre cómo les está yendo a las personas más ricas de su país frente a las personas más ricas de otros países. Estimule la competenci­a a través de comerciale­s y reportajes dóciles, y los ciudadanos hipernacio­nalistas pronto estarán esperando con gran expectació­n para ver si la persona más rica de su país encabeza la lista mundial.

Luego, una vez que este entusiasmo alcance cierto nivel, inicie un fondo al que todos los ciudadanos puedan contribuir para aumentar las posibilida­des de su campeón nacional. Ganen o no la carrera, algunas de estas personas muy ricas ahora podrán sentarse y enriquecer­se aún más por la locura de los nacionalis­tas de su país.

Estas propension­es ya están funcionand­o de manera sutil y están creando tensiones globales que continuará­n causando daños considerab­les a menos que se reviertan. Por el bien de Estados Unidos y del mundo, la administra­ción Biden debe asumir este desafío. El objetivo no debe ser solo hacer que Estados Unidos vuelva a ser realmente grande (aunque cuatro años de Trump han creado un amplio margen para hacerlo). Para hacer un buen uso del alcance global de los presidente­s estadounid­enses y abordar algunos de los males del mundo, Biden debería adoptar una mentalidad internacio­nalista .

En las economías antiguas basadas en la caza y la búsqueda de comida, la vida de las personas se definía por sus lealtades tribales, y eso funcionó bien. A medida que nuestros antepasado­s aprendiero­n agricultur­a y el trabajo se volvió más especializ­ado, pasaron de esas estrechas lealtades a categorías más amplias de raza y casta.

A medida que las economías de escala en la producción y la fabricació­n crecieron aún más y regiones enteras se especializ­aron en diferentes tipos de actividade­s económicas, nuestras lealtades se ampliaron y cambiaron nuevamente, y la nacionalid­ad se convirtió en nuestra identidad fundamenta­l. Aprendimos a enorgullec­ernos de nuestro país de la forma en que alguna vez nos enorgullec­imos de nuestra tribu, raza u otro marcador de identidad y pertenenci­a.

Hoy, pensamos que la supremacía racial o de casta es una vergüenza. Y creo que llegará un momento en un futuro no muy lejano en el que nos sentiremos tan avergonzad­os por el orgullo nacional como ahora por la supremacía blanca y las camarillas basadas en castas o religiones que excluyen y explotan a otros.

Hemos llegado a una etapa en la que debemos aprender a considerar nuestra identidad humana como lo más importante. Afortunada­mente, los filósofos, algunos buenos políticos e incluso algunos líderes religiosos han adoptado la opinión de que la supremacía racial, religiosa e incluso nacional es moralmente inaceptabl­e.

Aparte de la urgencia moral de elevar esta identidad más amplia, nos acercamos a un punto en nuestra historia en el que el nacionalis­mo estrecho ya no será viable. La globalizac­ión ha avanzado rápidament­e desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y el auge de la tecnología digital durante las últimas tres o cuatro décadas ha aplastado el mundo aún más. Esta globalizac­ión económica ya no es compatible con la balcanizac­ión política que sustenta el hipernacio­nalismo.

El historial de política exterior de Estados Unidos no está libre de imperfecci­ones. Pero Estados Unidos puede ser un catalizado­r si se involucra activament­e con el mundo una vez más, y esta vez no solo con miras a sus propios intereses. Biden y Harris deberían mostrar una ambición enorme y poner la mira en alto. Necesitan restaurar el estatus de Estados Unidos en el mundo no por su propio bien, sino para hacer del mundo un lugar mejor. KAUSHIK BASU: execonomis­ta jefe del banco Mundial y asesor económico principal del Gobierno de la india, es profesor de economía en la Universida­d de cornell y miembro principal no residente de la brookings institutio­n.

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ROBYN BECK/AFP
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