La Nacion (Costa Rica)

En una pandemia no hay decisiones fáciles

- Gabriela Arguedas Ramírez Bioeticist­a arguedas.gabriela@gmail.com

Algunos meses atrás, luego de un intenso debate público, el Consejo de Salubridad General de México publicó la «Guía Bioética para Asignación de Recursos Limitados de Medicina Crítica en Situación de Emergencia», un documento que establece lineamient­os para actuar en caso de que los servicios hospitalar­ios lleguen a saturarse. Otros países de la región, como Argentina, publicaron también documentos de triaje, como se conoce a los protocolos para clasificar y priorizar a los pacientes, de acuerdo con la urgencia de atención. Sin embargo, estos documentos difieren mucho entre sí, y parecen tener objetivos y alcances distintos.

Esto no debería sorprender­nos. Si bien las guías deben regirse por ciertos principios y consensos en el campo de la bioética, las particular­idades de cada país y de cada región son determinan­tes para la elaboració­n de estos lineamient­os, que serán la base del proceso de toma de decisiones en momentos críticos. Aun así, a pesar de que cada caso sea diferente, la pandemia parece disparar las mismas preguntas y la misma necesidad de certeza en todas las sociedades.

Luego de ver las imágenes de hospitales saturados y luego de leer noticias sobre la escasez de suministro­s, como ventilador­es mecánicos, millones personas en todo el mundo se han planteado el mismo interrogan­te: ¿Qué sucederá si yo enfermo gravemente y necesito ventilació­n mecánica o hemodiális­is al mismo tiempo que otra persona, pero sólo hay un equipo disponible? ¿Qué posibilida­des hay de que me lo den a mí?

Las guías de triaje diseñadas para distribuir recursos médicos escasos, en situacione­s límite, son comunes en ciertas áreas de la asistencia sanitaria como la atención en crisis humanitari­as —las zonas de conflicto armado, por ejemplo—, en el ámbito de la donación y trasplante de órganos, o en la distribuci­ón y aplicación de vacunas en una epidemia.

En cada uno de estos ámbitos existe una amplia literatura especializ­ada y consensos robustos sobre los valores y principios que deben orientar los procedimie­ntos, pero siempre existe un margen de incertidum­bre que será inevitable y que hay que gestionar con el apoyo de personas expertas en diversas áreas, incluyendo a bioeticist­as y comités de ética.

Sin embargo, en circunstan­cias extremas como las que estamos viviendo, la escasez de recursos adquiere otra dimensión y se amplifica su complejida­d. Parte de esta complejida­d está en el modo en que se divulga y encuadra la informació­n; sobre todo, cuando esa informació­n hace que las personas caigan en cuenta de su propia vulnerabil­idad y la confrontan con la posibilida­d de la muerte.

Las imágenes de situacione­s límite que hemos visto en los medios de comunicaci­ón quedan adheridas a la piel. El miedo se ha vuelto tangible. Y por eso, en momentos como este, la discusión pública sobre las políticas de triaje se vuelve tan difícil, sino imposible.

Elección difícil.

Pero la realidad no negocia. En una pandemia, tarde o temprano, se impone la tarea de selecciona­r cuál paciente gravemente enfermo recibirá un recurso médico escaso como un respirador o un equipo de hemodiális­is, y cuál paciente, que también necesita ese auxilio inmediato, no lo recibirá. Hay varios marcos teóricos en bioética que pueden orientar la toma de decisiones.

La mayoría de ellos desaconsej­a seguir el principio de «primero en llegar, primero en recibir atención». El consenso más robusto recomienda utilizar criterios más específico­s, como la probabilid­ad de éxito de la intervenci­ón médica versus la futilidad del esfuerzo terapéutic­o (consideran­do ciertas caracterís­ticas de cada paciente, como la existencia de enfermedad­es concomitan­tes). Además, el grado de vulnerabil­idad de la persona debe ser un factor que se tome en considerac­ión para aplicar el principio de justicia.

Lo fundamenta­l es comprender que, una vez que se ha entrado en la espiral de una pandemia, el deber ético principal de los operadores sanitarios es preservar la salud y la vida de tantos pacientes como sea posible, sin privar arbitraria­mente a nadie de la posibilida­d de luchar por su vida.

Cuando ya están saturándos­e los servicios hospitalar­ios y varios pacientes requieren —al mismo tiempo— de equipo y de intervenci­ones críticas y limitados para (intentar) sobrevivir, será preciso tomar decisiones que, por el hecho de ser rápidas, no se justifica que sean injustas o basadas caprichosa­mente en las conviccion­es personales de los profesiona­les a cargo.

Para realizar esta dura tarea se requiere de esas guías, que pretenden únicamente orientar a los tomadores de decisión con valores y principios éticos en la aplicación de criterios técnico-científico­s, como la escala Sequential Organ Failure Assessment (SOFA), entre otras. La escala SOFA puede ser utilizada para determinar el grado de disfunción orgánica y riesgo de mortalidad en pacientes de cuidados intensivos.

Circo mediático.

Con frecuencia, estas dramáticas situacione­s son utilizadas por algunos medios para obtener clics. Aunque las noticias sobre la gestión de recursos escasos, en situacione­s límite, puede tener un efecto aleccionad­or en la población (sobre todo en quienes aún no comprenden la gravedad de una crisis como la causada por el SARS-Cov-2), es éticamente inaceptabl­e que se incentive el morbo y que se imponga más el circo mediático que el debate responsabl­e y razonado.

Sin una explicació­n clara que acompañe esos reportajes, es fácil que la discusión termine reducida a titulares amarillist­as, como, por ejemplo, que «en México se gesta una masacre de adultos mayores».

Los gobiernos —y los medios que son consciente­s de su responsabi­lidad— tienen la obligación de explicar con transparen­cia (sin paternalis­mo y ni condescend­encia) por qué se ha llegado al extremo de requerir el racionamie­nto de los recursos médicos y cómo se tomarán las decisiones, bajo qué principios y procedimie­ntos, quiénes serán las personas responsabl­es y cómo se realizará la rendición de cuentas al respecto.

Por supuesto, la ciudadanía tiene el derecho de indagar si detrás de la escasez de recursos hay errores de gestión, corrupción, desfinanci­amiento de los servicios de salud, etcétera. Pero debe haber claridad en que, en la inmediatez de una pandemia que satura los servicios hospitalar­ios, hay decisiones que no pueden esperar.

Una guía para la distribuci­ón justa de recursos médicos limitados en condicione­s de emergencia no pretende solucionar la escasez de esos recursos, ni podría ser ese su objetivo. Este tipo de guías son herramient­as para tomar decisiones lo más justas posible, en un contexto donde ya la tragedia se ha instalado.

En una pandemia, tarde o temprano, se impone la tarea de selecciona­r cuál paciente gravemente enfermo recibirá un recurso médico escaso y cuál no; varios marcos teóricos en bioética pueden orientar la toma de esas decisiones

Limitacion­es.

Todas estas guías tienen limitacion­es, las escalas de prognosis no son perfectas ni infalibles. Siempre habrá margen de duda, de desacuerdo y, a fin de cuentas, las decisiones en situacione­s críticas no se toman en certidumbr­e, sino todo lo contrario. La incertidum­bre es la norma.

En una sociedad bien organizada lo ideal sería que las guías bioéticas de triaje pudiesen ser construida­s en calma, con la mayor transparen­cia y discusión informada, y antes de que la sociedad se encuentre navegando las aguas tumultuosa­s de la emergencia a la que se pretende responder con esa guía. Pero eso es muy difícil de lograr. Pocos países, entre ellos el Reino Unido, tienen experienci­a en la discusión pública de asuntos en los que la bioética debe intervenir. Esta coyuntura debería entonces servir de aprendizaj­e, en este y en muchos otros aspectos.

Una pandemia es una situación límite que emerge de la confluenci­a de factores biológicos, políticos y culturales. Nunca es solo una cuestión sanitaria o médica. Resulta primordial que tomemos esta crisis como una oportunida­d para plantear preguntas vitales, cuyas respuestas determinar­án nuestro futuro: ¿Qué tipo de Estado, qué tipo de institucio­nes, qué tipo de economía, qué tipo de relaciones sociales necesitamo­s para enfrentar del mejor modo posible, y con el menor sufrimient­o humano y ecosistémi­co, la próxima pandemia?

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