La renuncia a gobernar
La política actual toma formas paradójicas y sigue derivas contradictorias. Mientras en las democracias representativas los procesos eleccionarios se tornan cada vez más en luchas descarnadas al calor de las estrategias de división y polarización, los actores tienden con mayor frecuencia a renunciar a la otra dimensión de la política, la verdadera, más importante y sustantiva: gobernar.
Paradójicamente, los procesos electorales terminan siendo sangrientas batallas de las que no salen verdaderos ganadores. Las facciones triunfadoras lo único que consiguen son victorias pírricas, dado el daño que esta forma de entender la dimensión competitiva de la democracia representativa hace a los partidos y, aún más importante, a la convivencia democrática, en un sentido más amplio.
Después de batallas campales matizadas con vendettas, traiciones y asesinatos político-mediáticos, terminan tan heridas las susceptibilidades y los egos de las élites en disputa, y tan dependiente el electorado de la sangre en la arena política, que es virtualmente imposible reconstruir los puentes para que las débiles mayorías gobiernen de manera efectiva.
Esta perversa dinámica conduce a lo que constituye quizás al resultado más perverso de estas estratagemas electorales: los actores políticos, tanto desde el Ejecutivo como desde el Legislativo, tiran la toalla, renuncian a gobernar casi desde un principio. De esta forma, los gobiernos terminan convirtiéndose en simples administradores o depositarios simbólicos de un poder disminuido y la oposición desde los frentes parlamentarios, en un simple ruido político de fondo sin sustancia, ni incidencia, ni capacidad propositiva; útil para entorpecer, pero sin capacidad real de ejercer las funciones de gobierno que desde su rol legislativo deberían cumplir en democracia.
El resultado: parálisis e inacción gubernamental, tiempo perdido en discusiones inútiles, legislación y políticas públicas que no son más que ocurrencias y, en medio de todo esto, descontento e indignación creciente de la ciudadanía que, ante la ausencia de una dinámica distinta en la política electoral termina retroalimentando el ciclo anterior y provocando mayor crisis política; mientras los verdaderos beneficiarios de este orden cosas, los grupos de interés, extraen cada vez más rentas ilegítimas, en un marco de opacidad y débil rendición de cuentas.