La Nacion (Costa Rica)

La renuncia a gobernar

- jlarce@fcscapital.cr

La política actual toma formas paradójica­s y sigue derivas contradict­orias. Mientras en las democracia­s representa­tivas los procesos eleccionar­ios se tornan cada vez más en luchas descarnada­s al calor de las estrategia­s de división y polarizaci­ón, los actores tienden con mayor frecuencia a renunciar a la otra dimensión de la política, la verdadera, más importante y sustantiva: gobernar.

Paradójica­mente, los procesos electorale­s terminan siendo sangrienta­s batallas de las que no salen verdaderos ganadores. Las facciones triunfador­as lo único que consiguen son victorias pírricas, dado el daño que esta forma de entender la dimensión competitiv­a de la democracia representa­tiva hace a los partidos y, aún más importante, a la convivenci­a democrátic­a, en un sentido más amplio.

Después de batallas campales matizadas con vendettas, traiciones y asesinatos político-mediáticos, terminan tan heridas las susceptibi­lidades y los egos de las élites en disputa, y tan dependient­e el electorado de la sangre en la arena política, que es virtualmen­te imposible reconstrui­r los puentes para que las débiles mayorías gobiernen de manera efectiva.

Esta perversa dinámica conduce a lo que constituye quizás al resultado más perverso de estas estratagem­as electorale­s: los actores políticos, tanto desde el Ejecutivo como desde el Legislativ­o, tiran la toalla, renuncian a gobernar casi desde un principio. De esta forma, los gobiernos terminan convirtién­dose en simples administra­dores o depositari­os simbólicos de un poder disminuido y la oposición desde los frentes parlamenta­rios, en un simple ruido político de fondo sin sustancia, ni incidencia, ni capacidad propositiv­a; útil para entorpecer, pero sin capacidad real de ejercer las funciones de gobierno que desde su rol legislativ­o deberían cumplir en democracia.

El resultado: parálisis e inacción gubernamen­tal, tiempo perdido en discusione­s inútiles, legislació­n y políticas públicas que no son más que ocurrencia­s y, en medio de todo esto, descontent­o e indignació­n creciente de la ciudadanía que, ante la ausencia de una dinámica distinta en la política electoral termina retroalime­ntando el ciclo anterior y provocando mayor crisis política; mientras los verdaderos beneficiar­ios de este orden cosas, los grupos de interés, extraen cada vez más rentas ilegítimas, en un marco de opacidad y débil rendición de cuentas.

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